De regreso en la ciudad, Fernando y Eugenia sintieron que el mundo real comenzaba a resquebrajarse. La vigilia ya no les ofrecía descanso. Las noches eran inquietas. El símbolo del ojo abierto aparecía incluso cuando cerraban los ojos despiertos.
Una noche, al quedarse dormidos tomados de la mano, fueron arrastrados al mismo lugar: un desierto blanco, sin horizonte. Allí, esperándolos como si siempre hubiese estado, estaba él.
El Custos.
Alto, envuelto en una túnica negra que parecía hecha de ceniza suspendida. No tenía rostro visible, solo un vacío donde debía estar la mirada. Pero cuando hablaba, sus palabras resonaban directamente dentro del pecho.
—Llegaron al umbral —dijo sin moverse—. El lugar donde lo no nacido sueña con despertar.
Fernando dio un paso adelante.
—Queremos entrar. Sabemos que Lucinda no es un peligro… sino una puerta. Y hay respuestas que solo están del otro lado.
El Custos inclinó la cabeza.
—Creen haber entendido. Pero el entendimiento no protege del precio.
Eugenia apretó la mano de Fernando.
—¿Cuál es ese precio?
Silencio.
Luego, una palabra:
—Fragmentación.
El Custos alzó una mano. Entre sus dedos aparecieron dos esferas de cristal. Dentro de cada una flotaba una imagen distorsionada de ellos mismos… llorando, gritando, corriendo en círculos sin poder despertar.
—Si cruzan el umbral, no serán los mismos. Cada parte de ustedes será puesta a prueba. Sus recuerdos serán tentados. Sus culpas, amplificadas. Y si no regresan completos…
Las esferas se hicieron polvo.
—…no regresarán.
Fernando tragó saliva. Sabía que era verdad. Lo sentía en cada vértebra.
—¿Y tú? ¿Nos detendrás?
El Custos se volvió hacia él.
—Yo no custodio para impedir. Custodio para recordar. El umbral no exige permiso… pero exige memoria. No olviden quiénes son. No olviden para qué entraron.
Un viento fuerte los envolvió. El desierto desapareció.
Fernando despertó en la cama, sudando. Eugenia estaba sentada a su lado, también despierta. Se miraron. No dijeron nada.
No hacía falta.
La siguiente noche, entrarían al sueño de Lucinda.