Somnia: Lazos de sueños

Capítulo 27: El recuerdo roto

La noche era quieta. El símbolo brillaba suavemente en la palma de Fernando, como un faro interior. Se acostaron tomados de la mano, respirando al unísono. No dijeron palabras. Solo cerraron los ojos.

Y despertaron en otro tiempo.

Estaban de pie en una calle empedrada. Era de día. El cielo, gris pálido. Sonaban risas de niños. Fernando reconoció la arquitectura antigua, los postes con faroles gastados. Era un barrio de otra época… y allí, cruzando la calle con una muñeca en brazos, estaba ella.

Lucinda.

Una niña de seis años, con un vestido de lino blanco y ojos enormes, casi dorados. Caminaba sola hacia una iglesia en ruinas, sin parecer temerosa.

Eugenia la siguió primero. Fernando detrás.

—¿Esto es un recuerdo? —susurró Eugenia.

—Sí… pero algo no encaja.

Lucinda entró a la iglesia y se sentó en el primer banco. Todo parecía en calma. Pero al parpadear, Fernando notó que el vitral sobre el altar había cambiado. Ya no era un Cristo… sino un ojo negro, sangrante, que los observaba.

La escena se quebró como vidrio.

De pronto estaban en un bosque. Lucinda tenía diez años, temblando bajo la lluvia. Voces susurraban entre los árboles. Risas sin boca. Sombras con dientes. Fernando intentó alcanzarla… pero sus piernas no respondían. El suelo se volvió gelatina. El cielo caía en espirales.

Eugenia gritó.

Lucinda estaba frente a ellos de nuevo, ya adolescente. Estaba de pie ante un altar, con los ojos en blanco, murmurando palabras en un idioma que ninguno conocía. Las paredes latían como carne viva.

De repente, todo se congeló.

Una figura emergió desde el fondo de la escena: alta, femenina, sin rostro. Tenía el cabello largo flotando como humo. Tocó el hombro de Lucinda y esta se desplomó.

La figura giró lentamente hacia Fernando y Eugenia. Aunque no tenía ojos… miraba.

—¿Están listos para ver? —dijo, y su voz fue la misma que la del Custos… pero con una nota más aguda. Más rota.

El mundo comenzó a descomponerse en fragmentos de memoria, como si cada sueño roto de Lucinda intentara hablar al mismo tiempo. Voces de niñas, gritos de madre, oraciones mezcladas con llanto.

Eugenia tomó la mano de Fernando.

—No la dejaron despertar… —susurró—. Y ahora, todo su mundo es este limbo de recuerdos rotos.

Fernando asintió.

—Tenemos que encontrarla. No a la memoria… a ella.

Porque sabían que, en alguna parte de ese caos, la verdadera Lucinda aún soñaba… y esperaba ser salvada.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.