Tras la desaparición del Reflejo del Silencio, el ambiente se volvió más tenue, como si el sueño hubiera respirado. El aire, aunque todavía cargado de una tristeza antigua, ya no era hostil. La niebla azul que los envolvía comenzó a disiparse lentamente, revelando un claro en medio de un bosque detenido en el tiempo.
Había un banco de madera bajo un sauce enorme. Sentada en él, con la mirada fija en el lago quieto frente a ella, estaba Lucinda.
No la niña, ni la adolescente aterrada. Era una mujer joven, de unos treinta años, con los ojos profundos y una quietud extraña. Llevaba un vestido blanco, como los de los sueños repetidos, y entre sus manos sostenía una pequeña piedra negra con símbolos grabados.
Fernando y Eugenia se acercaron con cautela.
Ella habló antes de que pudieran decir una palabra.
—¿Están soñando conmigo… o soy yo quien sueña con ustedes?
Eugenia se sentó frente a ella.
—Ambas cosas. Te estamos buscando, Lucinda. Queremos ayudarte a despertar.
Lucinda no se sorprendió. Solo giró la piedra entre sus dedos.
—Hace mucho que me duermo dentro de mí misma. Cada vez que alguien tocaba mi historia, el sueño se hacía más profundo. Hasta que un día dejé de distinguir si alguna vez fui real. Y entonces, llegaron ustedes…
Fernando se sentó a su lado.
—Hay algo que dejaste sin cerrar. Algo que no fue tu culpa, pero te atrapó aquí.
Lucinda lo miró. Y por primera vez, sus ojos mostraron fuerza.
—El símbolo. No es solo una marca. Es un sello… y también una llave. Me la dejaron cuando era niña. Un hombre… de túnica gris. Lo llamaban El Heredero de la Vigilia. Me dijo que yo vería lo que otros no debían ver.
Eugenia se estremeció.
—Fernando también fue marcado. Y hemos visto a otros. Hay más como vos.
Lucinda asintió.
—Pero no todos sobreviven al símbolo. Algunos se rompen. Yo… me escondí. Me dividí en fragmentos. Cada miedo, cada grito, cada culpa… los enterré aquí.
Señaló el lago.
—Y a ella. A la última versión de mí misma. La que supo. La que vio algo tan profundo que ya no pudo hablar. Ella duerme bajo el agua… esperando.
Fernando se levantó.
—Entonces vamos por ella.
Lucinda lo detuvo con una mano.
—Si bajan… puede que olviden quiénes son. El lago distorsiona. El fondo no es fondo. Es eco. Lo que allí duerme también los soñará a ustedes.
Eugenia tomó la mano de Fernando.
—Entonces soñemos juntos.
Lucinda sonrió. Por primera vez.
El cielo se oscureció sobre el lago. Un círculo de luz se abrió entre las aguas, llamándolos.
Y sin decir nada más, Fernando y Eugenia se sumergieron.