Somnia: Lazos de sueños

Capítulo 31: El peso de volver

El agua se agitó en espirales de luz mientras el cuerpo de Lucinda flotaba entre ellos. No era la niña ni la mujer dividida, sino una versión nueva: con la marca apagada y los ojos aún cerrados, pero entera. Como si por primera vez en mucho tiempo, su conciencia pudiera descansar sin huir.

Fernando y Eugenia nadaron hacia la superficie del lago onírico cargando con ella.

Pero algo estaba cambiando.

A cada brazada, el mundo del sueño se deshacía en jirones. Árboles que colapsaban en humo, cielos que se abrían en grietas, símbolos que se incendiaban desde adentro. No era solo el fin de un sueño: era el colapso de una prisión.

Cuando rompieron la superficie, lo hicieron con una bocanada de aire que no pertenecía al sueño.

Estaban de nuevo en la vieja cabaña.

Lucinda yacía en el centro del círculo de protección, temblando.

La marca en su pecho brilló una última vez... y se desvaneció.

—¡Fernando! —Eugenia lo abrazó, jadeando—. ¡Lo logramos!

Lucinda abrió los ojos.

—¿Estoy… despierta?

Antes de que pudieran responder, un ruido sordo retumbó en el suelo. Como un trueno subterráneo. Las velas que habían encendido se apagaron todas al mismo tiempo. Los símbolos que habían dibujado temblaron. Algunos se deshicieron como tinta en agua.

Fernando se puso de pie, en alerta.

—Eso no fue solo un despertar. Sacamos algo del equilibrio.

Eugenia asintió, mirando los restos del círculo.

—O alguien.

Lucinda se incorporó lentamente, llevándose la mano al pecho donde había estado la marca.

—Siento... una ausencia. Como si algo que me vigilaba ya no estuviera. Pero también... una puerta abierta. Como si otros pudieran entrar ahora.

Fernando caminó hacia la ventana. El bosque parecía más oscuro, más silencioso. Pero al fondo, donde antes solo había árboles, un símbolo ardía sobre una roca, brillante como una herida abierta: el mismo que llevaba Lucinda, ahora más grande, más vivo.

—Eso no estaba antes —dijo Eugenia.

—Es una señal —dijo Fernando—. El Custos nos advirtió que cada liberación trae un nuevo equilibrio. Y si esa marca se encendió afuera…

Lucinda terminó la frase por él.

—...entonces otros como yo pueden estar despertando también.

Eugenia se acercó y le tomó la mano.

—Vamos a ayudarte. No sos la única. Esto no terminó. Pero hoy, Lucinda, ganamos.

Afuera, el símbolo palpitaba como un corazón.

Y en lo profundo del mundo, algo nuevo se activaba.




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