Somnia: Lazos de sueños

Capítulo 32: Lo que queda después del eco

La cabaña estaba en silencio.

El aire olía a humo de velas y a tierra removida. El lago dormía fuera como si nada hubiera pasado, ajeno al cambio invisible que acababa de ocurrir.

Lucinda se sentaba junto al fuego, con una manta sobre los hombros, observando sus propias manos. Como si las estuviera reconociendo por primera vez.

Fernando y Eugenia la miraban en silencio. Habían pasado dos días desde el despertar. Dos días de calma rara, donde cada uno procesaba la magnitud de lo que habían vivido.

—No sé quién fui durante todos esos años —dijo Lucinda de pronto, con voz baja—. Hay momentos en que siento que aún estoy allá, bajo el agua. Escucho las voces. Veo a esa… otra yo. Pero ahora sé que no estoy sola.

Eugenia se acercó, apoyando una mano sobre su hombro.

—Estás viva. Y libre. Eso es lo que importa.

Lucinda la miró con ojos aún cansados, pero firmes.

—Gracias a ustedes. Ustedes me soñaron de vuelta.

Fernando estaba de pie, cerca de la ventana. Desde allí veía el símbolo en la roca, cada vez más tenue, como si la noche se lo tragara lentamente. Había cambiado. Ellos también.

—Esto era solo una parte —murmuró—. Lo que le pasó a Lucinda no es un caso aislado. Es un eco. Un fragmento de algo más grande. El Custos no va a intervenir otra vez, pero dejó en claro que el mundo ya no va a protegernos de lo que duerme.

Eugenia se unió a él, tomando su mano.

—Entonces no dormiremos.

Fernando giró y la besó suavemente en la frente.

—Con vos, iría al corazón del sueño.

Lucinda sonrió. Se puso de pie, más firme esta vez.

—Quiero quedarme con ustedes. Ayudar. Entender qué es esto que llevo adentro. Y qué significa para los demás que están… como estuve yo.

Un cuaderno se abrió sobre la mesa. Era uno de los viejos diarios del Custos. La última página había cambiado. Un nuevo símbolo dibujado a mano. Y una sola frase escrita en tinta fresca:

“La siguiente puerta ya está abierta. Solo falta quien cruce.”

Nadie dijo nada. No hacía falta.

El viento sopló fuera de la cabaña. La noche estaba viva.

Fernando miró a Eugenia. Ella asintió.

Lucinda los siguió.

No sabían a dónde los llevaría el camino, pero sabían que juntos, ya no serían víctimas de los sueños ajenos.

Serían los que despiertan a los que se han perdido.

Y eso apenas comenzaba.




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