La vida cambia en un abrir y cerrar de ojos. Estoy sentada en un árbol junto a una de las personas que por el momento, es de mis mejores amigas.
Todos juegan volleyball y gritan, saltan y se emocionan. Unos se enojan y otros se ríen. Eso es gracioso; cada quien ve las cosas como quiere. Vida triste, reacción triste.
Algunos otros están en las gradas comiendo y compartiendo. Unos cuántos juegan fútbol.
Hay una fila enorme en la cafetería. Muchos ríen mientras esperan sus tacos de milanesa y otros escuchan sus tripas rugir.
Unos cuántos se quedan en el salón de clases comiendo, besando, estudiando o jugando.
Algunos pasean sin tener un lugar asignado, otros ya lo tienen definido.
Su lugar es una mesa en la cafetería, las escaleras, las gradas o una cancha. El mío es un árbol.
Todos ríen y algunos lloran. La están pasando tan bien, que cuando menos los esperan, sus veinte minutos han terminado. Nos vemos de nuevo en tres horas.
La tensión se esfuma al momento del toque. Curiosamente cada quien ha formado su propia familia.
En la mía, hay ocho personas y unos cuántos que a veces están o a veces no. En otras, hay más de diez y sé que en muchas más, sólo es de una; no necesariamente una persona. Un teléfono, audífonos, libro y balón también cuentan.
Y aquí seguimos.
Día tras día, a minutos del toque. Disfrútenla, ámenla, gócenla.
Seguimos con nuestra familia, sin darnos cuenta que somos instantes, y que todo esto, muy pronto terminará.