“Estoy llegando tarde, ¡de nuevo estoy llegando tarde!”
La entrevista que tenía Ube a las ocho y media había pasado para las nueve en punto, pero de todas formas se había levantado demasiado tarde como para llegar a ella con puntualidad. Cuando terminó de bañarse bajó por las escaleras tan pronto como pudo y “saludó” a su hermana, que estaba en la cocina haciéndose un sándwich de huevo.
—¡Hol-!
—¡Moni! —exclamó Ube a modo de respuesta—. Por si acaso ¿has visto mis llaves?
—...
—Quiero decir ¡hola a tí también! Buen día, sis, estrella, mar, ¿cómo estás?
Moni parpadeó tres veces seguidas antes de apretar los labios con incomprensión.
—¿Ya buscaste entre las almohadillas del sofá? —titubeó—, sis...
—Tsk, no te burles de mí —rogó Ube, yendo instantáneamente hacia los sillones para escudriñar entre sus cojines—. ¡Estoy que estallo!; hoy tenía una entrevista y se me ha hecho tarde. ¿Me dices la hora? Creo que a esta no llego más...
—¿Una nueva entrevista? Has ido como a diez solo entre esta y la semana pasada. Deberías bajar unos cambios. ¡Vas a sobresaturarte!
Ube se detuvo y se sentó pesadamente en el sillón que antes había estado palpando de todos los lados.
—Ya, ya..., ¡eso es imposible! Para sobresaturarme necesito varios empleos, no varias entrevistas; si voy de una en otra es porque aún no he conseguido nada, por supuesto y no al contrario. ¡La hora, la hora!
—Ja... —Moni bufó—. Son las ocho con cuarenta y cinco. ¿Todavía piensas ir?
Esta vez Ube se echó con más ganas entre los cojines del sofá, lanzando un alarido.
—¡Y tú qué piensaaas! Ahh... creo que ya no. ¿Necesitas algo del supermercado?
Al guardar su reloj entre sus mangas, Moni se acercó a su hermana y la miró por un segundo, tratando de comprender ese cambio de tema tan drástico.
—¿Del súper? ¿Eso a qué viene?
—Ja... A que voy a ir un rato. Ya que no iré a la entrevista, ¿por qué no gastar el dinero que me queda en chucherías? Es así como funciona.
—No sé de dónde sacas eso. Pero también pienso que necesitas salir de aquí.
—¿Me echas?
Moni bajó los párpados.
—Tengo que ir al trabajo.
—Ah, entonces me echas y después me restriegas tu suerte.
—¡¡A levantarse, perezosa!! —Sin darle un minuto más a sus habladurías, Moni azotó el saco que llevaba en la mano contra el sofá para encargarse de elevar bruscamente la cortisol de Ube, quien lloriqueó un poco antes de obedecer—. ¡Adiós!
—¡Adiós, adiós! ¡Tómate tus medicinas!
Ube salió de la casa un tiempo después de que su hermana se haya marchado para el trabajo. Como no encontró las llaves de la scooter (porque tampoco se dedicó ni un poco más a buscarlas), supo que inevitablemente debería caminar. El supermercado distaba muy poco de su casa, pero desde el momento en que preguntó por las llaves de su motito era ostensible su desacuerdo con hacer una caminata. Tuvo que adecuarse, sin embargo, pues estaba la primera pereza que superaba a una segunda.
Salió de la casa sin más y siguió un camino de costumbre hasta el supermercado del barrio. Al llegar ingresó por una puerta automática y tomó un carrito de los que se amontonaban a su derecha, luego fue viendo qué había que llevar por necesidad y qué había que llevar por capricho.
Tomó unas cuantas latas de atún para su hermana e hizo un gesto de repugnancia con la boca antes de meterlo al carrito. Compró leche, más huevos para sus sándwiches de huevo; vinagre, cereales, y demás. Y así creyó que ya había conseguido todo lo que necesitaba (excepto un trabajo), hasta que llegó a la sección de pastas.
—Este sí... Este no... Sí..., no... ¡Estaaa! Na, mejor no...
Con el dedo señalaba qué paquete era más conveniente llevar y qué era mejor dejar por el bien de sus cremalleras, pero nunca llegó a decidirse... porque se distrajo enormemente con cierta situación con que se encontró a continuación. Fue como a dos metros de donde ella se encontraba que, repentinamente, desde el último piso del estante cayó un paquete cualquiera de fideos, llamando la atención de Ube instantáneamente; estaba metida en sus “Este sí, este no... Este sí, este no...” hasta que oyó que el paquete chocaba contra el suelo, momento en que se quedó completamente en silencio.
Hasta que dijo:
—¿Eh...?
—¡¡Ah, mi error!! —Se escuchó provenir desde el otro lado de la estantería—. ¡Se me fue, se me fue! ¡Compermiso, se me cayó algo!
Así fue que desde el otro pasillo vio llegar a una mujer mayor: una viejita, para ser más exactos; con su voz toda rasposa y simpática, con un toque de amargura por el disgusto que se causó a sí misma. Cuando quedó a los dos metros que distanciaban a Ube del paquete de fideos, la muchacha pudo notar mejor las características de esta mujer. Era vieja, sí: llevaba el pelo blanco sujeto en dos extrañísimas trenzas sobre sus hombros; su rostro estaba totalmente marcado por la edad y sus dientes inferiores sobresalían más que los superiores, en una mueca que era tétrica y chistosa al mismo tiempo. Se veía que no era una mujer malvada (creo) y más aún se notaba esto al verla devolver el paquete que había tirado al suelo por accidente a un sitio cualquiera, pues no alcanzaba el último piso del estante...
—Ya está —dijo casi para sí misma la mujer. Y como Ube creyó que ahí se acababa todo, volvió a lo suyo sin prestarle mayor atención a la extraña. Eso, claro, hasta que esta se dirigió a ella específicamente, para decirle algo como—: ¿Viste eso? ¡¿No crees que fue algo vergonzoso?!
Ube la miró en silencio un rato antes de responder:
—Algo, sí... Digo ¡no!, ¡para nada, señora!
La vieja chasqueó la lengua.
—¿Señora? ¿A quién llamas “señora”? ¡Dime Ahhdla mejor! Ese es mi nombre, pues.
—¿Señora Ahhdla?
—¡Solo Ahhdla, muchacha! Ja... Solo Ahhdla —pronunció exhausta—. Y bueno..., ¿viste lo que hice aquí, niña?
—Que si vi ¿qué cosa...?
—Que puse el paquete donde no era...
—Ahhh —Asintió Ube—. Sí, la vi haciendo eso.
—¡Fue mi error! ¡Mi error! Verás que en realidad no puedo alcanzar la última hilera de productos. ¡No alcanzo, no alcanzo! ¿Ves? —dijo estirándose varias veces para probar su punto y su suerte.
—Sí, sí, ya vi, señ-... ¡Ahhdla!
—Bueno, como sea. Te estarás preguntando: y ¿qué se hace en estos casos, querida Ahhdla?
—No, yo no-...
—Pues, te lo cuento. ¡Se pone en cualquier lugar! ¿Comprendiste? Los acomodadores están para devolverlo a su sitio; ¡yo no alcanzo! ¿ves?
—Ya veo... ¿Querida Ahhdla? —se preguntó a sí misma.
—¿Si? ¡Oh, muchacha! Una cosa, necesito que me ayudes en una cosa más solamente.
Ube frunció el ceño.
—¿Qué... es lo que necesita?
“¡Sangre joven! ¡Lo que necesito es sangre joven, lúcida y perspicaz!” fue más o menos lo que esperó que la mujer dijera debido a la sombría expresión en su rostro, pero no fue así. Ella en realidad dijo:
—Necesito que me ayudes a decidir entre frituras y fruta fresca... ¿Podrías?
—¿Frituras o fruta fresca? Em... ¿para qué, señora?
—¡Señora, señora, bah! —se quejó—. Para una reunión, niña. Seré anfitriona de una importante reunión de negocios hoy por la tarde y necesito saber qué llevar: si frituras o fruta fresca.
—¿Reunión de negocios?
—¡Eso mismo! ¿Qué? ¿Te interesa? ¡Oye, claro, deberías venir también!
—Bueno... Espere, ¿habla en serio?
—¡Sí, obvio! —se apresuró a confirmarle la anciana—. Estoy buscando sangre jo-, ¡es decir, busco jóvenes, jóvenes como tú! Por eso preguntaba lo de las frituras; no sé lo que come la gente de tu edad. ¿Se alimentan bien; se alimentan mal? ¡Quién sabe! ¿Me dices?
—Emm... Bueno, yo creo que elegiría las frituras...
—¡Lo sabía! Bueno, y ¿vas a venir?
—Depende... de qué negocios sean. Si son de esos sucios negoc-...
—¡Jamás! Es un buen negocio, no te preocupes.
Ube titubeó un poco más.
—Y ¿de qué trata?
—Daré los detalles esta tarde, tú solo asegúrate de asistir, ¿si?
—Pero... —No hubo tiempo de decir mucho más; cuando Ube encaró a la anciana, ella parecía estar implementando todos los métodos de convencimiento que conocía para lograr un resultado positivo... simplemente con la expresión en su rostro.
Y, aunque esto era más espeluznante que convincente, de alguna manera había logrado hacer que Ube cambiase de opinión.
—Yo... ¡creo que iré! —contestó de pronto—. ¿Me da más detalles sobre la reunión, señora?
—Tsk —volvió a quejarse la vieja Ahhdla—. Bueno... La reunión es hoy a las cinco de la tarde en La Cueva, que está a tres cuadras de aquí, girando a la derecha y siguiendo una cuadra más. ¿Te ubicas?
—¡¿Es en una cueva?!
La vieja Ahhdla se echó a reír.
—¡Ya, ajajajajaa! ¡Niña! ¿Crees que tengo presupuesto para alquilar una cueva? ¡Por favor! Es el bar de mi esposo al que me refiero; se llama La Cueva, ahí es donde nos reuniremos.
—¡Ohh, de su esposo, claro! Entiendo, señora, seguro que ahí estaré.
La vieja sonrió. Era espeluznante, mas Ube creyó que estaba tan entusiasmada como ella. Su asistencia sí que era buena noticia, ¿no? Además, se dio cuenta de que tal vez era por eso que no conseguía ir a las entrevistas que tenía; ¡ella no debía ir a los negocios; los negocios irían a ella! Por supuesto, no había nada de rareza en ello ni en el tema de La Cueva y esas cosas.
Aunque claro que eso no era lo único que había que tener en cuenta con respecto a la reunión.
La vieja Ahhdla de pronto pareció acordarse de algo.
—¡Ah, es cierto! Hay una cosita importante que debe quedarte claro también: se trata de llevar la vestimenta adecuada.
—Ahh, ¿se refiere a un atuendo oscuro y...?
—¡Ajá! ¡Ya captaste, ¿eh?! Oscuro, por supuesto. Debe ser un atuendo oscuro, acorde con el acontecimiento, que es una reunión de negocios, ciertamente. Nada más cierto que ello. ¿Comprendes?
—Así es, señora Ahhdla.
La vieja puso los ojos en blanco. Bueno, “el ojo”, mejor dicho, puesto que solo uno de ellos parecía funcionar, y dijo:
—Va, solo asegúrate de ser puntual y vestir acorde a la política blah blah.
—¡Sí, así lo haré! ¡Gracias!
—Sí, sí. Entonces nos vemos, niña.
—Nos vemos, señora Ahhdla —le respondió educadamente.
—No puede ser...