—¿Enseñanza final? ¿Oíste eso, Veil? ¡Debe ser a lo que yo me estaba refiriendo! Una vez que se lo diga a Moni por fin se lo va a creer.
—No mucho.
—¿No mucho?
—Ella no va a creerte... mucho —explicó Veil, acomodándose en su asiento—. Puede que sí lo haga porque estás demasiado segura de ello como para convencerla, pero a la vez no te creerá tanto porque esto no le importa en lo más mínimo.
Pese a que la explicación había sido bastante sensata y, además, Veil no dijo otra cosa más que puras verdades, hubo una cosita que a Ube no le quedaba claro. Por esta razón se quedó mirando al contrario sin decir ni una palabra. Había sucedido nuevamente lo del otro día, solo que en lugar de hablar de ella, Veil había hablado de su hermana como si conociera al detalle su manera de pensar.
Ube hizo una mueca al admitir que esto le había causado mucha intriga, y luego dijo:
—Oye, oye, oyee, ¿yo ya te hablé de mi hermana?
Veil apretó los labios.
—Así es.
—Ah... —Tampoco le costó demasiado creerle, pero aún así tenía sus dudas—. Y... ¿qué fue lo que te dije exactamente? y también..., este, ¿cuándo lo hice?
Veil se enderezó en su lugar, disponiéndose a fijar su mirada en la presentación del frente, mientras decía:
—Me lo dijiste hace un rato. ¿No recuerdas? Dijiste que vives con tu hermana, llamada Moni, de veinticinco años, con quien te llevas cinco años de diferencia mas esto no se nota demasiado, puesto a que tiene un aspecto bastante joven y esas cosas.
—¿“Y esas cosas”?
—Sí, al resto ya no le presté atención.
—Malooo. Por culpa tuya ahora no vamos a saber qué fue lo que te dije —se quejó antes de reírse de su propio comentario; Veil, por otro lado, no parecía compartir su diversión. Ella continuó hablando luego—: Pero eso sí, como había dicho el otro día, hay cosas que tú sabes y no quieres admitirlo. Algo me lo dice...
—Algo ¿como qué?
—Ay, si lo supiera ya te habría descubierto, mi amigo —aseguró—. Cuando lo averigüe te aviso sin faltas. ¡Ey, cierto! Ahora que recuerdo, ¡tú debías decirme lo que sabes de estos invitados! Si no lo haces, yo gano.
—No era... una competencia, Ube.
—Muy tarde, ahora lo es —dijo ella decisivamente—. Tranquilo, aunque ganemos o perdamos realmente no hay nada que podamos poner en juego. A menos, claro, que ambos consigamos el empleo de la señora Ahhdla: si lo hacemos podríamos apostar nuestro sueldo, ¿no es así?
Veil cerró los ojos y apretó el ceño mientras suspiraba.
—Bueno, como ahora sí me quedó claro que lo que la señora Ahhdla nos ofrece no tiene nada que ver con un empleo (de su parte), ¿podemos continuar?
Ube se encontraba sentada de una manera un tanto incómoda debido a las ansias que tenía por empezar a conocer a los inquietantes personajes que componían tan diverso auditorio.
—¿El “de su parte” es por lo del libro que te propones a escribir?
—Exactamente. Y es también por eso que quiero conocer pronto a los sujetos más enigmáticos de la sala. ¡Será una novela espectacular!
—Si tú lo dices...
—Ja, no estoy ni un poco segura, pero si lo afirmo y confirmo todo el tiempo puedo engañar a mi cerebro para que se lo crea.
Veil se detuvo a tener en cuenta esto.
—A veces dices cosas más raras de lo que acostumbras. Pero concuerdo —resopló—. Y, como en lo que va de la noche me he dedicado a observar detenidamente a los invitados más peculiares, puedo darte un recorrido y los conoceremos mejor con una técnica que te voy a enseñar.
Ube sonrió y alzó los brazos para festejar:
—¡Genial! ¡Clases gratis!
Veil no contestó a esto antes de que ambos se pusieran en pie y abandonaran sus asientos, dirigiéndose hacia una larga mesa de madera (sin manteles) que estaba llena de comida para degustar al instante. Una vez allí, Ube se dedicó a observar con atención los movimientos de Veil, por más triviales que estos fueran; así vio que se acercó primero a una bandeja de madera oscura que contenía distintos tipos de quesos, además de uvas, rosquillas, nueces y jalea, y lo tomó con ambas manos antes de alejarse de la mesa nuevamente. Ube lo siguió de cerca, y entonces él habló:
—Quiero que trates de no decir demasiadas insensateces por el momento —pidió educadamente sin mucho esfuerzo—. Lo que vamos a hacer ahora es entablar una conversación con aquellos que he clasificado como los más inquietantes del salón. Elegí a los más inquietantes porque supuse que es lo que estás buscando.
—Sí, sí es.
—Entonces es lo que haremos: utilizaremos, además, esta tabla de quesos para darnos un motivo. Ya que tenemos un elemento, un propósito (lo que nosotros sabemos) y también un motivo (lo que ellos piensan), ahora solo nos queda emplearlos para crear un lazo que nos dé seguridad, ¿entendido?
Ube ladeó la cabeza.
—Creo que sí, pero ¿para qué el lazo? ¿Acaso es para que nos vean como amigos?
—En parte, pero es más para evitar que nos maten.
—Ahhh, está bien.
Veil trató vagamente de mejorar su postura para aparentar ser uno de los mozos del lugar, tomando la bandeja de madera entre sus manos y actuando con una extraña elegancia. Miró hacia su izquierda y decidió que por ese lado comenzarían su recorrido.
—Nuestro primer objetivo es el hombre que está por allá —señaló sutilmente con la mirada—. Para crear el lazo tanto con él como con los demás sujetos, lo que haremos es utilizar una pregunta bastante básica y sencilla, que nos permitirá conocer en profundidad la naturaleza de sus intenciones. ¿Te haces una idea de cuál puede ser?
Ube se llevó dos dedos a la barbilla y sopesó un segundo antes de decir:
—Se me ocurre que podría ser algo como: ¿prefieres el helado de menta o uno de cualquier otro sabor que al menos sí parezca comestible?
Veil negó.
—Y ¿qué tal esta? ¿Qué prefieres: gatos o perros? ¡No te imaginas la cantidad de secretos que se te pueden revelar con estas simples preguntas! ¿Sería algo así?
—Para nada, con ellas solo te enteras de lo superficial —respondió Veil, y viendo que Ube estaba a punto de decir algo más, cerró los ojos y le dijo—: Superficial es totalmente lo contrario a profundo, así que no queremos eso.
—¿Eres psíquico o algo así?
—No. Tu cara decía que ibas a preguntar algo innecesario.
—Eres bueeno. Pero ya dime ¿cuál es la pregunta que vamos a usar?
—Simplemente vamos a preguntarles qué opinan sobre el sentido de la vida.
Ube abrió la boca y la dejó así por un rato.
—“Simplemente”, ¿eh? Qué suerte que vas a ser tú quien se encargue de eso. ¡A darle!
—Ayúdame guardando silencio...