Soñando con los ojos abiertos

Capítulo 1

"La boda empieza a las 8.00 pm".

Eso ponía en el mensaje que mi madre me había mandado como recordatorio, como si no lo recordara por mi misma.

Consulté la hora en la parte superior de la pantalla y marcaba "7.30 pm". El tiempo se me escapaba. Los minutos se reducían, dejándome nerviosa. Media hora. Solo tenía media hora para acabar de arreglarme y estar lista para ir a la boda.

Rebusqué en el cofre de mis pendientes para ver cuál combinaba con mi vestido verde pino. Cogí un par con perlas y lazos dorados y los acerqué a mis orejas. Me observé de lado en el espejo, para luego negar casi frustrada. ¿Por qué tenían que existir los complementos?

Hace unos meses, le hice una promesa a Maggy Fue cuando me pidió que fuera su dama de honor. Le dije que me cuidaría la apariencia, en esos detalles que resaltaban la belleza femenina. No sé qué me pasó por la cabeza cuando le hice aquella promesa.

Maggy era mi mejor amiga. Después de terminar la universidad, entró a trabajar en una empresa de construcción. Estaba en el área de logística. Nunca le había ocurrido nada tan extraordinario, hasta que un día, que parecía uno más, se dirigía al área administrativa para que el gerente le firmara unos documentos. Pero sin darse cuenta, chocó con un arquitecto que iba distraído. Los papeles se esparcieron por el suelo. El golpe hizo que se miraran y saltaran chispas. Lo sé, una historia de amor cliché.

La verdad, no pensaba que esa relación fuera a durar. Ni siquiera Maggy se lo creía. Y más aún, porque ella no creía en el matrimonio. Pensaba que solo era una atadura y un contrato que obligaba a alguien a estar con otra persona para siempre y que, por eso, muchos acababan divorciándose. Lo más irónico es que ese día se iba a casar.

¿No les ha pasado que, de repente, aparece alguien en tu vida y lo cambia todo? A veces, ese alguien puede transformar tu vida. O también puede arruinarla. Para Maggy fue lo primero. Roger le dio una nueva visión.

Sin más preámbulos, cogí los primeros pendientes que vi en el cofre: eran unos colgantes largos de plata. Y para combinarlos, cogí un collar sencillo del mismo color. Con gesto serio, me puse las joyas sin dejar de mirar cada detalle del maquillaje que me habían hecho en el salón de belleza. Mis ojos grises destacaban mucho más con los tonos verdes y el negro ahumado. Le di otro retoque a mis labios con un tono rosa nude.

Sonreí satisfecha con el resultado por que sentí que me veía bonita. No es que fuera fea, tenia el cabello negro, ojos claros como los de mi madre, la nariz respingona, labios pequeños y carnosos como los de mi padre, pero habían días en los que me sentía como una chica sin gracia y motivación.

Para animarme un poco, decidí poner música conectando mi celular a los altavoces de mi habitación. Busqué mi lista de canciones y le di al Play. Enseguida, la voz de Gloria Trevi sonó con su canción más famosa.

Cuando llegó el estribillo, me puse a cantar con todas mis ganas.
 

"Y me solté el cabello, me vestí de Reina,
me puse tacones, me pinte y era bella
Y camine hacia la puerta...

Mientras bailaba al ritmo de la música me ponía el vestido para ir a la boda.

Y todos me miran, me miran, me miran,
por qué sé que soy fina porque todos me admiran,
Y todos me miran, me miran, me miran,
por que hago lo que pocos se atreverán,
Y todos me miran, me miran, me miran,
algunos con envidia, pero al final,
pero al final, pero al final, todos me amaran...

Aunque tenía el volumen alto, escuché el timbre de la puerta. Me puse el tirante del vestido y me calcé los tacones. El sonido de la puerta se repitió. Agarré el móvil y apagué el Bluetooth. Corrí hacia la salida para ver quién era tan insistente. Al abrir, no vi a nadie. Por un momento, pensé que eran los hijos de los vecinos, que solían hacer bromas pesadas. Pero cuando me disponía a cerrar la puerta, mi mirada se fijó en una caja mediana de color blanco humo.

Salí al pasillo para ver si había alguien por ahí o para averiguar quién había dejado la caja que lucía muy cara.

El pasillo estaba vacío. Imaginé que, mientras abría la puerta, la persona que trajo el regalo se había marchado. Cogí la caja con cuidado, la llevé al departamento y la puse sobre la mesa. Tenía un lazo de color rosa sobre la tapa. La tela era de seda.

¿Quién me haría un regalo así? No tenía novio ni pretendientes. ¿Sería algún admirador secreto? Me pregunté. Lo dudaba.

Quité el lazo con delicadeza. Al destapar la caja, vi una tela fina que cubría lo que parecía ser un vestido. Encima, había una nota pequeña. Cuando iba a leer lo que ponía el papel, mi celular sonó con fuerza.

—¿Hola?

—Diana, mi mamá te mandó un auto. Te llevará directamente a la boda —dijo Maggy.

—Está bien. Espero que el auto sea de lujo —respondí con sarcasmo. Quise darle los últimos toques a mi apariencia y me dirigí a la habitación, dejando la caja con el vestido sobre la mesa.

—Así será, majestad —bromeó mi amiga desde el teléfono y las dos nos reímos.

Hablamos de algunas cosas más y colgamos.

Mientras esperaba que llegara el auto, me terminé de arreglar. Me eché uno de mis perfumes favoritos, que ya estaba por acabarse. Me recordé a mí misma que tenía que comprar otro en la próxima quincena. Después, cogí un abrigo y, para no hacer esperar a quien me iba a recoger, decidí bajar a la entrada del edificio. Al pasar por la sala, vi la caja sobre la mesa. Al ser un objeto tan llamativo, desentonaba con el resto. Parecía que no pertenecía ahí.




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