Soñando con los ojos abiertos

Capitulo 3

La noche era gélida, y el frío se hacía más intenso a cada hora. Intentaba calentarme frotándome los brazos con las manos, pero apenas las sentía. Había perdido la sensibilidad de los dedos. Miré a mi alrededor y solo vi oscuridad. La luz débil de la luna apenas me dejaba ver por dónde andaba. Por un momento, pensé en irme caminando, pero me eché atrás al darme cuenta de que era muy peligroso caminar sola por el bosque a esas horas.

Todavía estaba lejos de la zona donde estaban los coches aparcados. Desde donde estaba, no podía ver nada más. Así que se me ocurrió una idea loca.

Necesitaba entrar en calor, si no acabaría muerta por hipotermia. Ya había hecho esto alguna vez, pero nunca en un coche. Me agaché y me moví con sigilo, acercándome a los coches. Oía a los fotógrafos preguntarse si habían captado algo interesante. Otros decían que no habían visto nada raro y que solo tenían sueño. Esperarían fuera por si pasaba algo, porque según ellos, las cosas interesantes pasaban a esas horas. Sí, claro, esos buitres nocturnos que vivían a costa de la vida de los demás, como todo trabajo, claro.

Me acerqué a los coches sin que nadie se diera cuenta. Pasé por el lado de varios, buscando el que me interesaba, hasta que lo vi. Como había gente cerca, tuve que agacharme. Me subí el vestido hasta los muslos y luego me arrastré hasta el coche.

Rezaba para que no tuviera alarma y no me descubriera. Con cuidado, toqué el coche con el dedo índice. Me temblaba la mano, por el frío y los nervios. Al tocar la limusina, cerré los ojos, esperando que sonara la alarma. Pero no pasó nada. Aliviada, respiré hondo y despacio. Me arrastré hasta la puerta del pasajero. Era mi única oportunidad.

Me quité una horquilla del pelo para intentar abrir la puerta. Eso en las películas funcionaba siempre, y a mí me había funcionado alguna vez en casa de mi madre, cuando perdía las llaves.

Cuando iba a meter el trozo de metal en la cerradura de la puerta del coche, me detuve en seco al oír unos pasos que se acercaban.

Mi corazón latía con fuerza, y el sonido resonaba en mis oídos. Temía que la persona que se acercaba lo oyera y me encontrara.

Me arrastré en silencio hacia la parte trasera del coche, intentando no hacer ruido. Pero en ese momento, unas hojas crujieron bajo mis rodillas. Me quedé quieta y tragué saliva.

—¿Has oído eso? —preguntó alguien, con voz de mujer.

—¿Qué? —respondió otro, un hombre.

—Sí, he oído algo, por aquí cerca. —Mi corazón seguía desbocado. Sentía la adrenalina en la piel, una sensación de vértigo como cuando estás a mucha altura y miras hacia abajo.

Se oyeron unos pasos más cerca, y un sudor frío me recorrió la espalda. No sabía por qué me escondía. No era una criminal. Pero sabía que tenía que hacerlo. No sé muy bien por qué, pero lo sabía.

Cuando creí que me iban a descubrir, se pararon antes de llegar a mí.

—Ten cuidado, Tamara. Seguro que fue un animal, que se ha acercado a ver qué pasa con tantos coches y tanta gente en su territorio.

—Puede ser —dijo ella, alejándose.

Respiré aliviada. Eso había estado cerca.

—Deberíamos irnos ya. Tenemos buen material.

—¿No crees que deberíamos esperar? Quizá pase algo más interesante en unas horas.

—Lo dudo mucho. El hijo del cónsul debe estar muy ocupado. De todas formas, tenemos la exclusiva. Mañana todos sabrán quién es la prometida de Gabriel Morris.

—Shhh —dijo Tamara en voz baja—. No hables tan alto, que te pueden oír. Recuerda que les dijimos a los otros periodistas que no la habíamos visto. —Así que al final sí había llegado la novia. Él no se había perdido nada, pero yo sí. Tenía que darle las gracias a mi suerte. —Mañana el jefe nos va a adorar. ¿Ves que tenía razón en que algo bueno saldría de todo esto?

—Sí, sí, ¿te parece si nos vamos ya? Estoy muerto. Esperar todo el día por una primicia me ha dejado agotado. —Se oyó el sonido de una puerta que se abría y se cerraba. Me arrastré hacia ellos, pensando en pedirles que me llevaran, pero me lo pensé mejor. Seguro que intentarían sacarme información para su noticia, y eso no me convenía.

Vi cómo Tamara subía al coche y cerraba la puerta. Las luces del coche se encendieron y yo me eché hacia atrás para que no me vieran. El motor ronroneó y el coche se alejó.

Me quedé sola otra vez, así que más decidida que nunca, me dirigí a la puerta del conductor. Al principio, solo quería recuperar mis cosas de la puerta del pasajero, pero no podía aguantar ni un minuto más en ese lugar.

Fui directa a la puerta del conductor, mirando siempre a mi alrededor. Vi que el resto de los periodistas estaba acampado cerca de la mansión donde se hacía el evento.

Me puse de pie, pero mantuve la cabeza baja y los oídos atentos. Me sentía como una espía. Al llegar a la puerta, cogí con fuerza la horquilla de metal y la metí en la cerradura. Moví la mano para abrir la puerta y oí un clic.

¡Ahhhhhh! Grité en mi mente, emocionada. Lo había conseguido. Por fin algo bueno en ese día tan caótico.

Me metí en la limusina, mirando a todas partes, y cerré la puerta al entrar. El mismo olor a pino que me había cautivado horas antes volvió a llenar mis narices.

Busqué si había alguna llave para arrancar el coche, pero para mi sorpresa y alivio, el coche tenía un botón de encendido automático. Bendita tecnología. Como estaba aparcado al final de donde estaban los reporteros, no se darían cuenta de que el coche se movía. Al encender la limusina, la calefacción se activó y me alivió el frío. Por un momento, quise quedarme ahí y dormir en el asiento tan cómodo. El coche tenía más opciones, como regular la intensidad de las luces, una radio muy moderna y unos botones para abrir la puerta trasera, donde podía recuperar mis cosas.

Puse en marcha el coche, agradeciendo a mi padre que me enseñara a conducir su vieja camioneta. Quién me iba a decir que acabaría conduciendo una limusina.




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