Soñando con los ojos abiertos

Capítulo 5

La tierra pareció temblar bajo mis pies. Pero el temblor no provenía del suelo. Mis piernas empezaron a flaquear. Por más que quisiera que la tierra se abriera y me tragara, no podía.

—¿Piensa mudarse con su prometido mientras dura los preparativos para su boda? -las voces aún me parecían lejanas.

Tenía que ser una pesadilla. Esa era la única explicación de todo esto. Pero, en vez de despertar, solo podía escuchar una pregunta tras otra. Volviendo esa pesadilla en una realidad.

Agradecía estar con las gafas oscuras. De esa manera, podía ocultar mis ojos del mundo. Se habían llenado de temor, de pánico. No estaba acostumbrada a ser el centro de atención. Las manos me empezaron a sudar. Mi respiración era irregular. Si la vida tuviera la opción de pedir un deseo, el mío sería hacerme invisible.

—Yo, no... —traté de encontrar las palabras adecuadas para librarme de ese lío. Sin embargo, mi mente no me daba idea alguna para encontrar una solución.

—Entonces, ¿usted no piensa mudarse con él? ¿Ya conoce a la familia de Gabriel Morris? ¿Están de acuerdo con su relación? —respondió de inmediato una mujer, sin darme tregua. Por su voz, deduje que era Tamara, la periodista que casi me descubre en la huida la noche anterior.

Cuando hablaba con su compañero acerca de que tenían "las primicias", jamás hubiera imaginado que "la dichosa prometida" era yo. Estaba segura de que ella y su séquito tenían todo que ver en este malentendido. Y por más que yo intentara desmentirlo, nadie lo creería. Nadie me creería.

—Por el momento, no vamos a responder nada... —dijo Gabriel, respondiendo por mí.

Sus brazos cubrieron mis hombros. Un pequeño sobresalto por parte de mi cuerpo ante aquel simple contacto se hizo presente. Antes de darme tiempo para saber qué sucedía, un pequeño empujón por la espalda me obligó a caminar en dirección contraria a los periodistas. Aún sentía las piernas pesadas. Pese a ello, traté de apresurarme. De pronto, sentí una ligera presión de una mano sobre la mía, enviando una sensación cálida y reconfortante a todo mi cuerpo.

A medida que caminaba, escuchaba los pasos de los reporteros tras nosotros. El sonido era similar al tropel de caballos en una carrera. Ante nosotros apareció una limusina negra. Cuando el chofer salió y dio la vuelta para abrir la puerta, pude reconocer sus gestos. Daniel había llegado al rescate. Cuando la puerta del coche se cerró tras nosotros, pude soltar todo el aire que estaba conteniendo. Sin embargo, otro nudo comenzó a instalarse en mi garganta cuando reconocí la limusina a la que me había subido. No es que Gabriel Morris tuviera una colección del mismo modelo. O quizás sí. Pero conocía muy bien el auto que había tomado prestado para volver a casa. La copa de champán que usé la noche anterior reposaba sobre la repisa de metal junto a una botella abierta. Y aún conservaba la mancha de mi labial rosa.

Quise abrir la ventana del coche para respirar. Entonces recordé que huíamos de la prensa. ¿Cómo pudieron haber dado conmigo? ¿Después de este alboroto, sería acusada de robo? Miré en dirección a la cabina del chofer, evitando a toda costa la mirada acusatoria de Gabriel, que estaba sentado a mi lado. Tenía la esperanza de que estuviera con la vista en las calles. Decidí pensar en algo que no fuera la calidez de las manos de Gabriel Morris. En la forma como trató de protegerme. Sacudí la cabeza, espantando ese tipo de pensamientos. El tipo tenía una novia y, por un malentendido, estaba a punto de arruinarlo. Yo no tuve nada que ver con ello. Lamentablemente, eso ya no importaba. Con mis pensamientos hechos girones, los centré en algo diferente. Miré más allá de donde estábamos sentados. Me desesperaba la forma de manejar de Daniel. Era tan tranquila, tan relajante. Me estresaba porque yo no podía tener una vida así de calmada.

Mis manos estaban sudando. Intenté secármelas en el pantalón de manera disimulada. Era una especie de mal hábito que tenía desde pequeña. Solo con esa acción me di cuenta de que ya no traía la caja del vestido conmigo. Con todo el alboroto fuera del edificio, estaba más que claro que la había tirado. Si tan solo me hubiera quedado en casa, para empezar, me habría evitado todo este escándalo y no tendría que estar dentro de la limusina sin saber a dónde me estaban llevando.

Miré fugazmente por la ventana y vi que nos seguían algunos autos negros. A unos diez coches de distancia, reconocí la camioneta de la periodista de la noche anterior. No sé por cuánto tiempo íbamos a ser comidilla de la prensa. Alguna vez tuve el deseo de salir en televisión, pero no así. No con un escándalo mediático. Pese a la velocidad lenta, el chofer logró despistarlos. Zigzagueó por algunas calles y avenidas de la Ciudad del Mirador, hasta perderlos de vista por completo. Me sorprendió bastante. El coche era demasiado lujoso y grande como para pasar desapercibido. Tal vez en ciertos puntos de la ciudad los paparazzi estaban vetados.

Poco a poco las casas fueron desapareciendo del panorama para ser reemplazadas por árboles. Sabía cuál era el rumbo que estábamos tomando. Hasta ayer creía que no volvería a ese lugar nunca más. Durante el trayecto nadie dijo nada, pero todo el tiempo me sentía observada. Daba la sensación de que me había convertido en un conejillo de indias, al que podían manipular y estudiar a su antojo. De pronto, el silencio fue interrumpido por una llamada.

<<Llama, llama, papito llama, llama...contesta el teléfono, con -tes- ta papito>>




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