Soñando con los ojos abiertos

Capítulo 6

Si pensaba que iba a correr detrás del auto rogando que tuviera compasión de mí, estaba muy equivocado. Si creía que iba a sentarme y ponerme a llorar por no saber cómo volver, también se equivocaba. Yo no era una chica que se quedaba de brazos cruzados. Era sabido que los autos no pasaban por ese sitio. Sería más fácil tomar atajos por el bosque para llegar rápido. Sin embargo, no conocía el lugar y solo lograría perderme. Seguí el sendero de la carretera. Tal vez me tomaría más tiempo, pero lo consideraba el camino más seguro.

No entendía a quién se le podría ocurrir vivir aislado del mundo. Solo la gente rara se alejaba de la ciudad para no tener contacto social. Quizá si era real eso de los humanoides reptilianos y Gabriel Morris era uno. Decidí no tomarme tan personal mi situación. Así que aproveché el contacto con la naturaleza para reflexionar sobre los últimos años de mi vida.

Todo indicaba que mi vida iba a acabar en un cuento rosa, envuelto con moños de regalo. Parecía irme bien en todo. Pero las cosas cambiaron cuando terminé la universidad. No fue fácil encontrar un trabajo. No es que no hubiera, simplemente que requerían personas con experiencia. Yo había empezado a hacer mis prácticas desde el sexto semestre justamente para evitar ese tipo de excusas. Pero de nada sirvió. Es en esa etapa donde inicia mi mala suerte.

Luego de unos meses sin trabajo, con mi título como administradora sin ser usado, todavía de arrimada con mis padres, ya estaba por rendirme. Un día de esos, un viejo amigo de mi papá, que tenía una empresa de empaques para alimentos, me llamó. Me dijo que había revisado mi currículum y que cumplía con todo para empezar a trabajar. Me dio el empleo. Tal vez por pena, por humanidad o quizá porque veía potencial en mí. Nunca lo sabré. Nunca me lo dijo. Pasado el tiempo me independicé, conseguí un apartamento cerca de la zona céntrica de Ciudad del Mirador. No era lujoso, pero ya podía decir que yo lo pagaba con mi dinero. Fui ascendiendo de puesto dos veces en la empresa y, en la actualidad, era la encargada del área de recursos humanos.

Fue en mi trabajo donde conocí a Maggi. Nos hicimos amigas a los días que empecé a trabajar. Compatibilizamos muy bien. En poco tiempo se ganó mi total confianza y se volvió una persona indispensable para mí. Era la hermana que nunca tuve. Ella fue una de las mejores cosas que también me pasó.

El sonido de un claxon detrás de mí me devolvió a la realidad. Rodé los ojos. Sabía que Gabriel no era capaz de vivir con la culpa de haber tirado a una mujer inofensiva en medio de la carretera.

—Ya era hora —dije para mí.

Cuando me giré, no vi a Gabriel Morris. Tampoco vi una limusina. En su lugar, había un camión rojo que llevaba unos caballos en la tolva. Abrí la boca por inercia, por lo estúpida que había sido pensando que ese auto no iba por mí. Pero el hecho de que no fuera él no quitaba la importancia del vehículo capaz de librarme de la dura caminata que me propuse.

El camión paró frente a mí antes de que le pidiera que lo hiciera, lo cual me sorprendió un poco. Lentamente, el vidrio de la ventana del conductor fue descendiendo, dejándome ver a un hombre joven, de contextura gruesa. En la cabeza tenía un gorro algo desgastado por el uso. En la parte superior se veía el logo del equipo de fútbol Los Dragones del Mirador, uno de los equipos más fuertes de la ciudad. También vestía una camiseta blanca que resaltaba su pronunciado abdomen.

—Usted debe ser la señorita Diana —lo miré perpleja. Como que últimamente la gente se sabía mi nombre.

—¿Cómo sabe mi nombre?

—El señor Morris me dijo que estaría aquí.

—¿Te pidió que me llevaras a casa?

—De hecho… —se sacó el gorro, algo nervioso, para pasarse la mano por el cabello negro— me pidió que no lo hiciera.

Esta vez abrí la boca atónita. Realmente estaba pagando por haberme burlado de ese tipo.

—No se crea, solo bromeo —empezó a reír. Por poco y casi estiro mis manos para estrangularlo.

—Me pidió que la llevara en la tolva —hizo un gesto con la cabeza hacia la parte trasera del camión. Miré en esa dirección y caí en cuenta de que Gabriel realmente me odiaba. Jamás podría ir en la tolva porque terminaría bajo la herradura de los caballos. Mi cuerpo se estremeció de solo imaginarlo.

—No, gracias. Prefiero ir caminando —dije, tratando de continuar mi recorrido.

—¿Cómo cree que voy a dejar que se vaya caminando? Nunca llegaría. El señor Morris se molestaría conmigo si se entera —para empezar, el señor Morris me dejó aquí tirada y nadie se va a enterar, pensé—. Súbase conmigo a la caseta. Lo de la tolva solo era una broma.

Lo miré con suspicacia.

—¿La broma era suya o del señor Morris? —alcé una ceja.

—La broma era mía, señorita —sonrió con inocencia, mostrándome los dientes.

Forcé una sonrisa, para que viera cuánta gracia me hacía su chiste. Al parecer no se dio cuenta de mi intención. Con algo de esfuerzo se inclinó sobre el seguro de la otra puerta para abrirla. Sin dudarlo dos veces, rodeé el camión para subir. Nunca estuve tan agradecida de estar sentada. Las piernas empezaron a entumecerse totalmente resentidas por mi caminata. No estaba acostumbrada a hacer ejercicio, pero a partir de ese día estaba más que decidida a empezar una vida saludable para evitar que mi cuerpo quedara inmóvil nuevamente.




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