Soñando con los ojos abiertos

Capítulo 10

Solo había visto llorar a un hombre dos veces en mi vida. Una fue cuando mi hermano tenía diez años y se cayó de la bicicleta por perseguir a unas ardillas que le habían robado sus galletas. La otra fue cuando mi padre lloraba cada vez que su equipo de fútbol perdía un partido. Aparte de ellos, no conocía a ningún otro hombre que se atreviera a mostrar sus lágrimas. Los hombres creían que llorar delante de alguien los hacía débiles y sin carácter. Aún tenían ideas y pensamientos machistas que decían que las únicas que lloraban eran las mujeres, catalogándonos siempre como el sexo débil.

Gabriel lloraba en silencio, desplomado contra la pared, mirando al vacío.

Habían pasado unos minutos desde que Carina se había ido.

Yo estaba de pie, a unos pasos de distancia de él, sin saber cómo reaccionar o qué hacer para ayudarlo. Intenté acercarme, pero retrocedí casi de inmediato.

¿Y si lo abrazo? Pensé. Tal vez sienta vergüenza, respondió mi mente.

¿Debo apoyar mi mano en su hombro? ¿Darle palmadas en los muslos? ¿Tomar su mano? Generalmente eso es lo que hacía mi madre e incluso Maggy las veces que me había puesto a llorar.

Durante mi vida solo había tenido una decepción amorosa. Al recordarlo me causó mucha gracia y reí por lo bajo. ¿Cómo es que pude haber caído luego de un guiño?

Gabriel me miró con sus ojos rojos y levantó las cejas, como si hubiera recordado que yo también estaba ahí.

Con sus ojos hinchados me cuestionó por el hecho de haberme reído. Quizás pensaba que me estaba riendo de él.

—Oh no, no me río de ti. Es solo que recordé algo y... —aprovechando que tenía su atención en mí, dije: —Creo que sería mejor si entráramos —señalé al interior del apartamento.

De forma lenta giró la cabeza y con algo de esfuerzo soltó una bocanada de aire.

—No queremos que los vecinos piensen que te violé —bromeé, esperando que le causara gracia o que al menos le dibujara un atisbo de sonrisa en su rostro lloroso.

Pero no lo logré y solo se limitó a mirarme sin una pizca de gracia. Luego se puso de pie.

—De acuerdo, eso no fue gracioso —dije, apretando los labios.

El hijo del cónsul parecía ebrio mientras caminaba por el corredor, apoyando su cuerpo en las paredes. Por última vez miré a ambos lados del pasillo para asegurarme de que nadie había presenciado toda la escena. Al no ver ningún vestigio de que estábamos siendo observados, cerré la puerta tras de mí.

Miré el reloj y ya eran casi las nueve de la noche. Nunca antes había perdido la noción del tiempo. Mi cabello ya estaba seco. ¿Cuánto tiempo estuvimos fuera en el corredor? No lo sabía, pero debió ser un buen tiempo.

Al recordar que no había comido nada más en todo el día excepto por las donas que Gabriel compró en el camino, el estómago me volvió a gruñir. Decidí preparar algo mientras el hombre desilusionado se recostaba en el sofá. Antes decidí cambiar mi atuendo. No era nada cómodo estar casi desnuda mientras un hombre estaba de paso en tu casa. Entré a mi habitación y busqué algo de ropa en el armario. Me puse un pantalón de chándal, una camiseta, y luego me recogí el cabello en una coleta. Me miré al espejo y me pregunté qué estaba haciendo. ¿Cómo había terminado en esta situación? ¿Cómo había terminado acogiendo a un hombre que acababa de ser abandonado por su novia?

Suspiré y salí. De camino a la cocina recordé que Gabriel llevaba puesto camisa y pantalón de vestir, nada cómodo para poder descansar y relajarse.

Lo se me comenzaba a dar atribuciones que no me correspondían.

Me dirigí al cuarto de huéspedes y cogí una muda de ropa que mi hermano dejaba cada vez que venía de visita.

Entre las cosas que cogí había una camiseta azul, unos pantalones de chándal, unas medias y unas pantuflas.

Coloqué la ropa sobre la cama y luego salí de la habitación rumbo a la sala.

Gabriel estaba sentado en el sofá y al verme apartó la mirada algo avergonzado.

Me situé frente a él sentándome en el sofá contiguo.

Él bajó la vista a sus pies.

—Estaba pensando que deberías quedarte...—capturé su atención y antes de que protestara seguí diciendo —no estás en condiciones para conducir, además ya es un poco tarde y puede ser peligroso ¿no crees?

—Te preparé la habitación de invitados —dije levantándome para rodear la isla de la cocina.

—No es necesario, puedo quedarme a dormir en el auto — soltó con la voz ronca.

Alcé la vista y lo miré.

—No acepto un no por respuesta —solté con firmeza.

—No puedo... —empezó a decir.

—Acepta o desmentiré tu declaración de prensa...

Abrió la boca pero nada salió de ella.

—Eso pensé —dije victoriosa.

Fui a la cocina y busqué algo para preparar la cena. No tenía mucho en el refrigerador, así que opté por hacer unos sándwiches y un poco de chocolate caliente. No era gran cosa, pero esperaba que fuera suficiente para calmar el hambre y el dolor.

—Ah y la habitación es la segunda puerta a la derecha —dije volviéndome a girar para señalar la ubicación del cuarto de huéspedes— te dejé una muda de ropa sobre la cama por si quieres darte una ducha. —hablé mientras partía el pan.




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