Mi ropa se fue acumulando sobre la cama, sin encontrar nada que me gustara. ¿Cómo era posible que no tuviera nada decente que ponerme? Frustrada, me senté sobre la cama. ¿Por qué me importaba tanto estar bien vestida? No es que quisiera impresionar a Gabriel Morris.
No quedaba mucho para que llegara a mi casa. Hacía unos minutos me había enviado un mensaje diciendo que estaba a veinte minutos de distancia.
Mientras me bañaba y elegía la ropa interior, oí que tocaban a la puerta un par de veces. Sabía que era mi madre, ella sabía que estaba nerviosa. Y tenía razón.
Con un suspiro resignado y sin muchas ganas, tomé un pantalón de mezclilla verde militar que estaba sobre el montón de ropa. Me dirigí al armario y saqué una blusa negra que no usaba. Me la había regalado mi padre para usarla en mi defensa de tesis. Mi padre no solía regalarme muchas cosas, por eso decidí guardarla y conservarla. Quizás el hecho de usarla haría que mis padres creyeran que la relación era realmente especial. Para hacer juego y parecer casual, cogí unas zapatillas del mismo color de la blusa.
Decidí dejarme el cabello suelto. Cuando terminé de arreglarme, miré el reloj. Aún faltaban unos diez minutos para que Gabriel llegara. Me sentí demasiado impaciente. No quería ir a la sala porque mis padres y mi hermano tratarían de sacarme información que no tenía. Y mentir no se me daba muy bien.
Aproveché para ordenar el desorden que yo misma había hecho. Doblar la ropa me servía como un método de terapia.
—Diana, estoy fuera del edificio —el mensaje era corto, pero hizo que un pequeño nudo se instalara en mi garganta. De pronto me sentí indispuesta. ¿Y si le decía que tenía una reunión en la empresa donde trabajaba? ¿O que me había ido del país para no volver? Tal vez eso sonara más convincente. Nótese el sarcasmo. Yo misma había creado esta situación. No debí haberle dicho que viniera. Pero era demasiado tarde.
En respuesta le mandé un emoticón de un pulgar arriba.
Me tomé un respiro y luego salí de la habitación. A medida que daba un paso podía sentir las piernas pesadas. De pronto mis manos empezaban a sentirse húmedas.
Intenté seguir las líneas del suelo para no encontrarme con los ojos interrogantes de mi familia.
—¡Por fin! —exclamó Tyler dramáticamente—. Creímos que te habías quedado dormida en la ducha —el comentario sarcástico de mi hermano hizo que todo se fuera abajo. Los miré y ahí estaban ellos, expectantes e impacientes, sentados cómodamente en el sofá.
Rodé los ojos y esbocé una sonrisa burlona, intentando parecer que su comentario me había hecho gracia y que no estaba nerviosa.
—No, Tyler, ese suele ser más tu estilo...
El timbre de la puerta sonó y sentí un pánico repentino. Por alguna razón, el aire acondicionado no estaba funcionando bien. El salón de pronto me pareció demasiado caliente y el aire frío no llegaba a mis pulmones.
—¿Piensas abrir la puerta o te quedarás ahí todo el día? —la voz de mi hermano sonó lejana.
—¿Qué? —mi voz sonó aguda.
—Tú. Abrir. Puerta —hizo gestos con las manos mientras hablaba—. Novio...
—Idiota... —murmuré mientras me dirigía hacia la entrada.
—Deja en paz a tu hermana —oí decir a mi padre—. Tenemos que entender que está nerviosa. Es la primera vez que nos presenta oficialmente a alguien —si supiera que ese alguien era solo parte de una mentira, y esa era el motivo de mis nervios.
Abrí la puerta después de escuchar otro timbrazo y le di paso a mi falso prometido. Llevaba una camisa azul cielo, con los primeros botones abiertos, dándole un aspecto relajado. Su pantalón de vestir negro se ajustaba a su cintura y a sus muslos. Evité mirar su rostro y me fijé en su cuerpo.
—Esto es para ti —levanté la vista hacia su cara. Tenía la piel limpia y el cabello rubio peinado hacia atrás. Sus ojos resaltaban con el color de su camisa—. Y estos son para tu mamá.
Bajé la mirada hacia sus manos. Tenía un par de ramos de flores muy sofisticados. Por instinto, abrí la boca sin saber qué decir.
—No sabía si traer chocolates, flores... Espero que les gusten —me ofreció uno de los ramos, que tenía tulipanes violetas con cintas de tela satinada.
—Oh, vaya, esto es...
—¿Es demasiado? Perdón por tomarme esa atribución, pero no podía llegar con las manos vacías.
—No, no, de hecho son preciosas. Estoy segura de que le encantarán a mi madre... —intenté sonreír.
Él asintió y escuché cómo soltaba el aire lentamente.
—¿Nervioso?
—¿Eh? No, yo no... ¿Qué fue lo que les dijiste?
Tragué saliva y miré las flores que me había regalado para no sonrojarme.
—Me tomaron desprevenida. Dije lo primero que se me cruzó por la mente.
—Entiendo.
—La verdad es que dije un par de cosas absurdas, pero no pude seguir manteniendo la conversación por mucho tiempo. Si quieres que hagamos esto, debes enseñarme cómo...
Él asintió en respuesta y le empecé a contar todo lo que había dicho en el almuerzo. Noté cómo reprimía la risa. Después de ponerlo al corriente de todo, entramos al departamento. Lo guié al interior después de cerrar la puerta tras nosotros. El salón ya estaba iluminado por las luces que mi familia había encendido.