Salí de casa temprano porque necesitaba comprar algunas cosas para el desayuno. La despensa estaba casi vacía y me faltaban varios ingredientes. Me puse los audífonos y dejé que la música sonara al azar. Agarré un par de productos de la sección de alimentos y los eché al carrito de supermercado. Luego me fui a la zona de verduras. Cuando terminó la canción que estaba escuchando, me paré a buscar otra en la lista de reproducción. De repente, sentí un empujón en el hombro derecho que me hizo perder el equilibrio.
—Perdón —dijo la mujer que me había chocado, sin mirarme a los ojos. Solo vi su pelo castaño.Rodé los ojos por su falta de educación.
Empujé el carrito hasta el final de aquella sección para escoger los frutos más frescos, metí una bolsa surtida que incluía manzanas y duraznos, plátanos y mandarinas. Finalmente salí de ahí para terminar mi recorrido en el área de higiene y cuidado personal, de donde saqué un perfume de nombre “Lilac” con toques de granada, jazmín y pera, también escogí un kit de limpieza facial.
Finalmente me dirigí a caja, tuve que esperar mi turno después de dos personas para poder pagar, un joven que aparentaba unos dieciséis años me recibió con una sonrisa amable, le devolví el gesto para después colocar todos los productos sobre la cinta de tal forma que pudieran ser escaneados.
El joven hacía las cuentas y yo giré la cabeza de forma despreocupada a las secciones del supermercado tratando de recordar si no estaba olvidando nada, en una imagen borrosa distinguí un rostro que me resultaba familiar. Me erguí de inmediato al reconocerla, Carina caminaba de forma despreocupada en la sección de maternidad.
Mi interés disminuyó un poco al recordar que ella estaba gestando, sin embargo al notar que hablaba con alguien, específicamente con un hombre de cabello negro unos centímetros más que ella volvió a despertar mi interés. ¿Sería ese el hombre por el cual había dejado a Gabriel? Debería acercarme a saludar, podría decir que fue coincidencia, negué de forma instintiva ante la idea. Ese no era asunto mío.
—Señorita...
—¿Sí? —Respondí distraída
—Son ciento cincuenta dólares, con setenta centavos...
Lo miré, el joven me observaba con expectación. Asentí torpemente. Saqué la tarjeta del interior de mi cartera y se la di. Volví mi cabeza para ver si la ex de Gabriel se encontraba en el mismo lugar pero esta ya se había ido.
—Muchas gracias —dije recibiendo mi tarjeta y cogiendo las bolsas con las compras que hice.
Salí del supermercado sin dejar de ver el interior, después de esto ¿debería contárselo a Gabriel? ¿Pero qué conseguiría con eso? Solo lograría disgustarlo más.
Guardé mi tarjeta en mi cartera nuevamente.
—¿Diana? —Escuché que me llamaban
Me giré para ver quién podría ser y terminé encontrándome con mi pesadilla. Mi hermano.
—Tyler... —dije sorprendida por encontrarlo ahí —¿Qué haces aquí?
Me miró con un gesto burlón
—¿No es obvio hermanita? Vine a jugar fútbol
Rodé los ojos
—Veo que compraste bastante —soltó mientras miraba mis bolsas—debiste haberte quedado sin nada en la despensa.
Lo miré con fastidio —¿Por qué lo dices?
—Solo cuando no tienes que comer recuerdas que debes comprar alimentos...
—¡Cállate Tyler! —mi hermano rió por lo bajo y yo no pude evitar hacerlo también. Después de todo no tenía nada de mentira lo que decía.
—Dame un momento —dijo de repente y yo fruncí el ceño con extrañeza
Sacó su móvil del bolsillo de su chaqueta gris
—Ahora sonríe... —lo fulminé con la mirada.
—Esa es la sonrisa más fea que he visto —bufé exasperada
—Vamos Dia, es una foto para nuestra madre... —negué con la cabeza y sonreí, pude escuchar el sonido de la cámara capturando el momento —Ella se sentirá muy orgullosa al ver que su hija por fin creció...
—Eres un tonto Tyler —dije y mi hermano esbozó una sonrisa
Cómo había extrañado a mi hermano, ya no solíamos pasar tiempo juntos como antes.
Miré sus ojos celestes, que se parecían a los de mi madre, podía darme cuenta de que tenían un brillo especial, eso era nuevo. Su cabello negro había crecido un poco desde la última vez que lo vi, algunos mechones rebeldes cubrían su frente haciéndolo ver más joven.
Estuvimos ahí por unos minutos más reaccionando a la respuesta de mi madre quien había visto la foto luego de que Tyler se la enviara. De vez en cuando las personas nos veían con cierta curiosidad por las risas escandalosas que lanzábamos por algún comentario que alguno de los dos hacía.
De pronto miró su teléfono.
—¿Qué sucede?
—No es nada, es solo que... —dijo dejando las palabras sin terminar aún con la vista en el teléfono
—Solo que... —lo animé a continuar
Me volvió a mirar —Nada, ya te lo dije...
Asentí, sin entender ¿Por qué se portaba así? Como si me estuviera ocultando algo que no quisiera que sepa.