¿Qué estaba pensando cuando acepté montar a caballo?
No tenía ni idea de cómo iba a hacerlo, no mentía cuando dije que lo único que sabía montar era una bicicleta, pero eso era muy distinto. La bicicleta la podías controlar a tu gusto, en cambio el caballo o te controlaba a ti o te tiraba. Eso es lo que yo creía.
Mientras Gabriel me esperaba en el salón, yo me vestía después de haberme bañado.
Escogí una blusa de manga tres cuartos de color blanco, para la parte de abajo un pantalón de mezclilla azul y un cinturón marrón que casi no usaba y unas botas altas del mismo color.
Peiné mi cabello un par de veces para desenredarlo y que se viera decente.
Cuando estuve lista salí de mi habitación. De camino escuché unos ruidos que venían de la cocina. Me asomé para ver qué pasaba. Llegué al marco de la puerta y me apoyé en él ligeramente.
Gabriel estaba muy absorto mientras guardaba las compras en los armarios de forma ordenada, ya fuera por tipo de productos o colores.
Desde mi posición pude notar cómo fruncía el ceño cada vez que se detenía a pensar en algo y cómo entrecerraba los ojos o apretaba los labios cuando lo resolvía, podía imaginármelo mientras trabajaba, seguro se veía igual de atractivo que ahora, una sonrisa se me dibujó en el rostro al verlo sin perderme ningún detalle.
Su cabeza giró hacia mí de forma imprevista atrapándome con las manos en la masa, o mejor dicho con los ojos.
Mi reacción fue cómica, desvié la mirada e intenté enderezarme con la misma rapidez provocando que mi acción torpe me hiciera tropezar. Como parte de una historia cliché diría que Gabriel corrió para sujetarme en sus brazos evitando que mi cuerpo impactara con el frío suelo, pero no, eso no pasó y terminé sentada en la mayólica.
—¿Estás bien? —se escuchaba preocupado, intentó acercarse pero hice un gesto con la mano para que no diera un solo paso más, él entendió y se detuvo.
—Todo bien —dije mientras me ponía de pie, no quise mirarlo a la cara porque mi rostro empezó a calentarse, eso significaba que el color en mis mejillas eran tan rojas como un tomate.
—No noté que habías llegado —dijo buscando mis ojos pero yo seguía evitándolo, ¿cómo podría verlo a los ojos después de ese espectáculo?
—Lo sé, estabas muy concentrado
—Espero que no te moleste que me haya atrevido a ordenar tus cosas...
Miré el trabajo que había hecho, era impecable.
—Para nada. Pero al ser el único que sabe dónde están las cosas tendré que llamarte para que me digas dónde está lo que pueda necesitar. —Él asintió con una sonrisa puesta en los labios. Me miró fijamente y vi cómo sus ojos me examinaban.
—Te ves increíble —dijo volviendo sus ojos a los míos
—¿Lo dices de verdad? —asintió con honestidad —no sabía si mi ropa sería adecuada pero intenté imaginarme cómo debía ir vestida.
—Pues déjame decirte que tuviste una idea muy acertada.
Ambos nos miramos con cierta complicidad, no sé cuánto duró eso pero me obligué a romperlo.
—Deberíamos apurarnos... —dije yendo al salón
—Es cierto —respondió Gabriel siguiéndome.
Cogió su chaqueta gris que estaba en el sofá junto con su teléfono móvil.
Salimos del departamento, de camino nos encontramos con algunos vecinos que nos miraban con curiosidad, no pude evitar notar que susurraban cosas por lo bajo. Me apresuré a entrar al elevador muy incómoda por su actitud y solo cuando el ascensor se cerró pude respirar con tranquilidad.
Cuando salimos del edificio nos montamos en su coche y Gabriel condujo hacia la mansión Morris.
Veinte minutos despues nos encontramos ingresando por el pequeño bosque que se abria paso hasta la mansion. El lugar ya no me resultaba muy extraño.
Gabriel aparcó el coche justo delante de la mansión, cerca de la fuente de loto. Nuestra llegada no pasó inadvertida, Garret salió al instante de la mansión. Gabriel y yo nos bajamos casi al unísono. Me detuve para observar mejor el lugar, el día era fresco allí, el canto de los pájaros era más nítido y podía sentir la brisa fresca que susurraba entre los árboles.
—Vamos adentro —indicó Gabriel después de cerrar la puerta del coche.
—Pero los caballos están allá —respondí, señalando al otro lado de la mansión, hacia las caballerizas.
—Sí, pero no puedo montar a caballo vestido así —se indicó a sí mismo, y mis ojos recorrieron su figura. Se veía tan bien que pensé que incluso con esa ropa se vería bien montado en un caballo. —Además, no has comido nada en toda la mañana...—Tenía razón, no había comido nada durante el día, a excepción de una barra de cereal que había picoteado en el supermercado.
Seguí a Gabriel al interior de la mansión, donde Garret nos dio la bienvenida con un saludo y nos guió al comedor.
—Garret, ¿hay alguien más en casa?— preguntó Gabriel, mirándolo.
—La señora Cristine fue a un almuerzo organizado por la esposa del cónsul de Nueva Toshi —respondió Garret.
Gabriel asintió, entendiendo la situación.