El sol comenzó a descender, tiñendo las nubes con tonalidades naranjas. Según Gabriel, era el momento perfecto para salir a montar a caballo.
Habíamos esperado un par de horas, siguiendo el consejo de Gabriel. No era recomendable montar inmediatamente después de comer, ya que podía causar problemas digestivos, nada grave pero sí incómodos. A nadie le gustaría pasar el resto del día sintiéndose mal.
Salimos de la mansión y seguimos el sendero rodeado de rosales. Como la primera vez que estuve allí, me detuve para contemplar las flores. Eran realmente hermosas.
Gabriel me dijo que su madre las había plantado. Observé cómo se perdía en sus pensamientos mientras yo me maravillaba con los diversos colores de las flores.
—Le gustaban las rosas blancas— dijo Gabriel, desviando su mirada hacia mí. —Decía que representaban el amor eterno... —Dejé de admirar las flores y lo miré a él. Parecía sumido en sus propios recuerdos.
Con una mirada profunda, continuó:
—Si te fijas en los pétalos son tan claros y puros, es por eso que las rosas blancas simbolizan el amor puro, sincero y eterno entre una pareja. Representan la lealtad y la conexión profunda entre los amantes. —Sus palabras me hicieron reflexionar sobre la belleza y la pureza del amor verdadero.
—Tu madre era muy sabia —dije.
—Lo era... —soltó con algo de nostalgia mientras reanudaba la caminata hacia la caballeriza
Tenia una imagen de la señora Margot, la había visto es una fotografía antes. Me preguntaba que pudo haberle sucedido.
Seguí a Gabriel a una distancia considerable, quería preguntarle pero temía de que mi pregunta lo incomodara.
Pero preferí no hacerlo. En su lugar dije:
—¿A que edad aprendiste a montar a caballo? —El se giro para verme con curiosidad
—No lo se, creo que nací cabalgando —No pude evitar reírme
—No te rías, hablo enserió. Desde que tengo uso de razón yo ya montaba a caballo.
—Si claro —dije burlándome de el.
Me alegro mucho verlo sonreír.
Llegamos a los establos, esperé ver a los hermanos pero no se encontraban, ese era su día libre. Gabriel me aseguró que el mismo se encargaría de ensillar los caballos.
La estructura era de ladrillos, tenia un techo inclinado y una puerta de entrada amplia, también contaba con ventanas con rendijas y el techo estaba cubierto por tejas, en el interior se podían ver unas cuantas claraboyas que junto a las ventanas iluminaban la instalación.
El interior de la caballeriza se dividia en varios compartimentos donde se alojaban los caballos individualmente. Cada puesto contenía un comedero, donde se colocaba el alimento de los caballos, y un bebedero donde se les proporciona agua fresca. Los puestos también tenían una cama de paja donde los caballos podían descansar y dormir.
La caballeriza contaba con un altillo, donde se almacenaba el heno, la paja, el grano y otros alimentos o utensilios para los caballos. Este piso se accedía por unas escaleras interiores, que incluían una polea para bajar o subir los materiales.
Gabriel saco dos caballos de algunas casetas, para poder convencerlos uso unos cubos de asucar y mansanas.ambos caballos erar muy bonitos, sus nombres eran Crhis y Marti. Crhis era de color marron con pequeñas blancas repartidas por todo su cuerpo. Y Marti era un semental negro.
Antes de montarlos me enseño a ganarme la confianza de Crhis ya que yo lo iba a montar tuve que darle un par de mansanas y mientras el comía le daba pequeñas caricias en la cabeza y el pecho.
Gabriel ensilló ambos caballos y luego me ayudo a subir al mio.
Pon tu pie aquí y apoya tu mano sobre esto señaló las riendas ahora impulsate con el otro pie me dio unas cuantas instrucciones mas hasta que pude lograr estar sentada correctamente sobre Chris. Podría asegurar que me había tomado mas de cinco minutos, muy diferente a cuando el se subió a su caballo, en menos de un minuto se encontraba sobre el hermoso semental negro.
—Iremos a un paso lento ¿de acuerdo? —Yo asentí
Sujete las riendas y tire de el ligeramente para que el caballo pudiera moverse.
Salimos del lugar en dirección a la pradera. Gabriel se mantuvo junto a mi en todo momento, cuando sentí que estaba acostumbrada sugerí si podíamos trotar, y eso hicimos. El sonido de los cascos de los caballos resonaba en el aire, creando una melodía tranquila y reconfortante.
Mientras cabalgábamos, Gabriel me contó historias de su infancia en la mansión, de cómo solía pasear por estos mismos senderos con su madre. Sus recuerdos eran llenos de amor y ternura, y me hizo sentir afortunada de poder compartir este momento con él.
A medida que avanzábamos, el sol se sumergía lentamente en el horizonte, pintando el cielo con tonalidades doradas y rosadas. Era un espectáculo impresionante, y me sentí abrumada por la belleza de la naturaleza que nos rodeaba.
La brisa de la tarde era un poco mas fresca. Alejados de la mansión podíamos ver como esta se mezclaba con el campo.
—¿Te gustaría ver algo único? —Preguntó. Sus ojos brillaban como si fuese un niño que esconde un secreto maravilloso