Soñando con los ojos abiertos

Capítulo 23

—Por cómo lo defiendes puedo pensar que te has enamorado.

—¿Qué? No, yo no estoy enamorada...

—¿No? ¿Estás segura? —preguntó entrecerrando los ojos —Pero si anoche me dijiste que te gusta.

—Tú lo has dicho, me gusta. Pero no estoy enamorada —se llevó el batido de frutas a la boca mirándome con incredulidad.

—Y ¿sabes qué siente él por ti? ¿También le gustas?

Bajé la mirada sin saber qué responder a eso. La verdad no sabía si Gabriel sentía algo por mí.

—No lo sé —solté suspirando, mientras cortaba mis wafles con el tenedor.

Pese a haber dormido en el sofá, un lugar que no es nada cómodo por cierto, mi cuerpo había descansado muy bien, los sentimientos de culpa que me atormentaban se habían esfumado por completo.

Tanto mi amiga como yo ya estábamos listas y arregladas, ella se iría con Roger y yo saldría con Gabriel a buscar el vestido que usaría esa noche.

Miré la hora en mi teléfono, ya eran las nueve de la mañana.

—¿Qué Roger no te había dicho que te recogería a las nueve?

Y como si lo hubiera llamado, un mensaje le llegó a mi amiga avisándole de que estaba fuera del edificio.

—Que espere un poco. —dijo terminando de tomar su jugo —Aún tengo que conocer a Gabriel cabrón Morris.

—Ay, por favor, Maggy, no le digas así —dije y ella me regaló una sonrisa de lado.

—Y dices que no estás enamorada —soltó negando con la cabeza.

Segundos después el sonido de la puerta se escuchó. Me levanté de inmediato sacudiendo el polvo imaginario de mis pantalones. Un carraspeo se oyó del otro lado de la encimera. La fulminé con la mirada y ella me devolvió la mirada juzgadora.

Estaba a punto de salir y abrir la puerta cuando sonó el timbre otra vez. Al abrir, me encontré con Gabriel, que me sonreía con dulzura. Estaba muy guapo, con una camisa clara de manga larga, un pantalón oscuro de tela, un cinturón y zapatos de cuero que combinaban y una chaqueta ligera. Su ropa era elegante pero informal, y le sentaba muy bien. Sus ojos me recorrieron de arriba abajo rápidamente, haciendo que me ruborizara por su mirada.

Yo llevaba un vestido de color vino de manga corta con unas medias negras transparentes, una chaqueta de cuero y unos botines de tacón del mismo color.

—Hola...—saludé nerviosa

—¿Qué tal?—noté que su voz temblaba un poco.

—Bien, ¿y tú?

—Bien...

¿Qué me pasaba? ¿Por qué me ponía así? Parecía una adolescente nerviosa frente al chico que le gusta. ¿Sería verdad lo que decía Maggy? No. Aparté esos pensamientos de mi cabeza.

—Pasa. No te quedes ahí...—le hice un gesto para que entrara.

Gabriel asintió con la cabeza y entró al edificio.

—Si te quedabas más tiempo ahí parado, los vecinos iban a empezar a cotillear. Ellos se inventan cada cosa...—dije detrás de él mientras íbamos a la sala.

Gabriel se paró cuando vio a mi amiga, Maggy, que había estado limpiando lo que habíamos ensuciado al desayunar. Nos miró de reojo, terminó de aclarar el último vaso, lo puso en el escurridor y se secó las manos con un trozo de papel de cocina. Mientras hacía eso, yo golpeaba el suelo con el pie impaciente. Mi amiga se movía despacio esperando que Gabriel se sintiera incómodo.

Cuando rodeó la isla de la cocina, se acercó a nosotros, se cruzó de brazos y lo miró fijamente a él.

—Por fin puedo conocer a Gabriel cabr...—la miré mal por lo que iba a decir —Morris. —Se corrigió rápido.

—Encantado. Supongo que tú eres Maggy —me lanzó una mirada rápida —amiga de Diana ¿No es así?

Le había mencionado a Maggy algunas veces, pero supuse que tal vez no recordaba su nombre porque pensaba que las charlas que teníamos no le interesaban, sin embargo esto me mostraba lo contrario.—Sí. Así es.—dijo ella secamente

—Me alegra saberlo —Gabriel tenía un tono cálido en su voz, le agradecía que fuera amable con una de las personas más importantes en mi vida.

Pero no podía decir lo mismo de ella.

—Sí. Te conviene saberlo. —se acercó lentamente hacia él —Tienes que saber que Diana no está sola. Y que si alguien la hace daño, la engaña o solo juega con ella...Se las verá conmigo—enseñó su puño poniéndolo justo a la altura de sus ojos. El mensaje era claro. Era una amenaza.

Mi falso prometido me miró pidiendo una explicación porque no comprendía nada de lo que pasaba.

—Maggy...

—Gabriel Morris. Espero que te haya quedado claro—dijo ella sin hacerme caso

—Muy claro. —afirmó poniéndose serio también—Me gusta saber que Diana no está sola y que tiene mucha gente que la quiere y la cuida, y yo soy uno de ellos...—los ojos de asombro de Maggy fueron evidentes, me miró y en sus ojos pude leer que decía “parece que no eres la única enamorada”. Hice una mueca.

Una llamada entrante interrumpió lo que Gabriel decía. Mi amiga sacó su teléfono, supe que era su esposo por la cara que puso.




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