No supe qué decir. No sabía cómo explicarle que había dicho su nombre sin pensar, que lo había hecho porque él ocupaba mis pensamientos, que lo había hecho porque lo deseaba. Lo deseaba tanto que me dolía.
—Creí... creí que te había pasado algo terrible —susurró Gabriel con voz temblorosa. Su mirada se desvió de mi cuerpo desnudo, reflejado en el espejo. Yo no sabía qué decir, me sentía abrumada por la situación.
—Te espero fuera... —balbuceó y salió corriendo.
Me invadió la vergüenza. ¿Cómo se me ocurrió llamarlo? Fue un acto inconsciente, pero nos había puesto en una situación muy incómoda. Me vestí lo más rápido que pude, pero no me atreví a salir. Quería que la tierra me tragara. Con un suspiro, aparté la cortina y salí del vestidor. Gabriel no estaba, se había ido. Me sentí aliviada, supuse que quiso darme espacio para no incomodarme más. Caminé hacia la caja y lo vi de espaldas, pagando el vestido. No me acerqué, lo esperé a cierta distancia. Desde allí vi cómo le entregaban el vestido en una caja.
Al verlo así, me asaltaron muchas preguntas. ¿Habría comprado Gabriel el vestido para Carina en la misma tienda? ¿También la habría traído a elegirlo? ¿También le habría dicho lo hermosa que se veía con él? Solo de pensarlo, sentí un nudo en el estómago. No podía creer que estuviera celosa.
—Los cafés ya están listos...
—¿Qué? —la voz ronca de Gabriel me sobresaltó
—¿Sigues queriendo el café, verdad? —preguntó con delicadeza y yo asentí —Entonces deberíamos ir a la terraza...
Le hice una señal con la mano para que me guiara. Subimos por unas escaleras de piedra hasta el tercer piso, donde se abría una terraza frente a la cúpula de cristal. Desde allí se podía disfrutar de una vista impresionante de la capital, desde los barrios que rodeaban la plaza principal hasta los tejados de la ciudad.
Gabriel me dijo que la terraza estaba abierta todo el año y que era un lugar ideal para tomar un respiro o hacer una foto.
Nos sentamos en unas sillas de mimbre que rodeaban una mesa de madera. El camarero nos trajo los cafés y unas galletas. Gabriel me ofreció una con una sonrisa y yo la acepté, aunque no tenía mucha hambre. Bebí un sorbo de café y lo miré a los ojos. Él me devolvió la mirada con una expresión seria.
—¿Qué pasa? —le pregunté, sintiendo un escalofrío
—Nada... solo que... —se interrumpió y bajó la vista
—¿Solo que qué? —insistí, curiosa aun sabiendo que eso implicaba que lo que me iba a decir tenia algo que ver con lo que había sucedido unos minutos atrás.
Me sostuvo la mirada, abrio la boca un par de veces para decir algo y al no lograrlo se limito a decir:
—Déjalo... es una tontería mía —el ambiente se tensó más.
Asentí y no insistí más, no quería que nuestra relación se volviera más rara.
El tiempo cambió de repente, el cielo que lucía despejado y daba vientos frescos se cubrió de nubes oscuras y densas. Tal vez iba a llover. Gabriel y yo acabamos el café y nos apuramos en salir.
Apenas subimos al coche, la lluvia empezó a caer, grandes gotas se deslizaban por el parabrisas distorsionando ligeramente las vistas. A pesar de estar aislados del exterior, la sensación térmica bajó. Me abracé a mí misma para entrar en calor, Gabriel me miró de reojo y al notar mi gesto encendió la calefacción, le miré y le agradecí y él me sonrió en respuesta.
Cuando faltaban unas pocas calles para llegar a mi casa, me preguntó de pronto:
—¿Prefieres que te mande un estilista o que te lleve a un salón de belleza?
—¿Hay algún problema si me arreglo el pelo y el maquillaje yo sola? —le contesté y él me miró con extrañeza
—¿Sabes hacer todo eso tú sola?
—¿Y por qué no? También tengo manos —dije enseñándole ambas manos
Se le escapó una carcajada y negó con la cabeza.
—No digo que no sepas hacerlo, de hecho creo que eres muy hábil. —asentí con orgullo, aunque para ser sincera no tenía ni idea de cómo usar un pincel de maquillaje, apenas y me pintaba los labios para parecer decente. —Pero un poco de ayuda no te vendría mal ¿verdad?
—Bueno, ya que insistes —dije fingiendo resignación
—Pero si quieres hacerlo sola, no hay problema —añadió, con un tono conciliador
—No, no, está bien —dije, cambiando de opinión —Mejor que me ayude un profesional. No quiero arruinar el vestido con un mal maquillaje.
—Entonces te mandaré un estilista a tu casa —dijo, sacando el móvil —¿A qué hora quieres que llegue?
—Pues... no sé... ¿a las seis? —dije, sin tener mucha idea
—De acuerdo, a las seis —dijo, marcando un número —Hola, soy Gabriel. Necesito que me hagas un favor. Necesito que le hagas un peinado y un maquillaje a una chica. ¿Puedes estar en su casa a las seis? Genial, te envío la dirección. —con la mano libre tecleó en la pantalla táctil del coche.
Minutos después llegamos a mi edificio.
—Te recogeré esta noche, ¿o prefieres que Daniel te busque?
¿Como la primera vez? Pensé, sonreí al recordarlo, con Daniel al mando tal vez se podría crear otra confusión.