Me puse el vestido que me había comprado Gabriel. Me miré al espejo y me sentí extraña. Parecía una actriz, o una modelo de pasarela. No parecía yo.
El timbre sonó y me sobresalté. Era Gabriel. Había venido a recogerme. Respiré hondo y fui a abrirle la puerta. Cuando me vio, se quedó paralizado. Sus ojos se abrieron como platos y su boca se entreabrió. No dijo nada, solo me miró de arriba abajo, la sorpresa se reflejaba en su mirada.
—Hola, Gabriel —le saludé, con una voz nerviosa
—Hola... —me respondió, con una voz ronca
—¿Estás bien? —le pregunté, preocupada
—Sí... sí, estoy bien —dijo, sacudiendo la cabeza —Es solo que...¡Guau!... estás... estás...
—¿Estoy qué? —le pregunté con duda, tal vez mi apariencia no era la correcta.
—Estás increíble —dijo, al fin —Estás preciosa Diana.
Me sonrió y me tendió la mano. Esboce una pequeña sonrisa por el cumplido, me daba gusto de que le gustara como me veía, eso me daba seguridad.
—Tú también te vez increíble...—dije notando su atuendo y lo bien que se amoldaba a su cuerpo
Llevaba un esmoquin negro que hacían juego con sus zapatos de piel del mismo color, una camisa blanca de cuello italiano que destacaba la pajarita negra. En el bolsillo izquierdo de su chaqueta resaltaba un pañuelo gris con lunares rojos. Que hacían juego con el vestido que llevaba puesto.
Cerré la puerta de mi apartamento una vez que ingrese por mi bolso de mano y mi abrigo. Pude sentir la mirada de Gabriel tanto en el ascensor como fuera del edificio.
Me guio hasta su coche y me abrió la puerta. Entré y me acomodé en el asiento. Él se sentó al volante y arrancó el motor.
Gabriel condujo hasta el hotel donde se celebraba la fiesta. Era un hotel de lujo, con una fachada elegante y una alfombra roja en la entrada. Había muchos coches aparcados y mucha gente entrando y saliendo. Gabriel aparcó el coche y me ayudó a salir. Me tomó del brazo y me llevó hasta la puerta. Todos nos miraban. Yo me sentía como una estrella, pero también como una impostora. No pertenecía a ese mundo.
Entramos al hotel y nos dirigimos al salón donde se celebraba la fiesta. Era un salón enorme, con una decoración sofisticada y una iluminación tenue. Había una pista de baile, un escenario, un bar y varias mesas. La música sonaba con un volumen moderado, a tal punto en el que se podían oír los murmullos.
Me sentía como una extraña en aquel lugar, donde todos parecían conocerse y tener algo en común. Gabriel me tomó de la mano y me guió entre la multitud, presentándome a algunas personas que apenas prestaban atención a mi nombre. Eran amigos o socios de Gabriel, gente de alto nivel y poder. Me sonreían con cortesía, pero yo notaba que había una barrera invisible entre nosotros. Como si supieran que yo no pertenecía a ese mundo.
Gabriel me condujo hasta la mesa donde estaba Cristine. Ella estaba charlando con una mujer de aspecto elegante, cuando nos vio acercarnos se puso de pie para recibirnos. Estaba radiante, con un vestido azul que resaltaba sus ojos. Le dio un beso a Gabriel y le dijo algo al oído. Luego se volvió hacia mí y me saludó con falsa cordialidad.
—Diana, me alegra que hayas venido... —dijo con hipocresía me dio un beso en la mejilla y me miró de arriba abajo.
—También es un gusto verte, Cristine—respondí mostrándole mi sonrisa forzada
—Susén —dijo Gabriel saludando con un gesto a la otra mujer.
Susén era una mujer hermosa, con rasgos exóticos que le daban un aire misterioso. Llevaba un vestido rosa de manga larga, con un escote pronunciado y una falda plisada que le llegaba hasta los tobillos. Sus zapatos eran de color crema, al igual que sus joyas de perlas.
—Hace mucho que no te veía querido —dijo ella con una sonrisa encantadora. Gabriel asintió —Así que esta es la joven que ha conquistado tu corazón y el de toda Astoria...
Me examinó con curiosidad. Sentí un escalofrío. Esa noche iba a ser juzgada por todos y yo tenía que estar ahí de pie, fingiendo que no me importaba.
—Así es. Ella es Diana, mi prometida... —dijo Gabriel apretando mi mano con cariño.
Lo miré y él me guiñó un ojo para que me tranquilizara.
—Es un placer conocerla —dije con la voz más firme que pude. Hice una leve reverencia, sin exagerar.
—El placer es mío, querida. —se volvió a Gabriel— Si no fuera tu prometida, creo que sería perfecta para mi hijo Kevin, ¿no crees?
Gabriel y yo nos quedamos helados con esa idea. No sé si fue mi imaginación, pero vi cómo él se tensaba y fruncía el ceño por el comentario.
—Oh, mira, ahí está. Viene con su padre... —Gabriel me sujetó la mano con más fuerza.
Como él había hecho conmigo al principio, le di un pequeño apretón para que se calmara.
A nuestra mesa llegó un joven guapo, vestido con un traje similar al de Gabriel. Se parecía mucho a su madre, tenía la piel blanca y lisa. Kevin no iba solo, lo acompañaba el cónsul Jacob Morris y un hombre alto, quien supuse era el esposo de la señora Susén.
Cuando el padre de Gabriel nos vio a mí y a su hijo, pude ver su incomodidad.