Era una noche fresca y la luna iluminaba el cielo. En el hotel se celebraba una fiesta, pero nosotros estábamos en el jardín, abrazados bajo unas luces que colgaban de los árboles. Si alguien nos hubiera visto, habría pensado que éramos una pareja real, como todos los que estaban en la fiesta. Pero nuestra relación era solo una farsa.
Durante mucho tiempo, había renunciado a la idea de tener a alguien que me quisiera. Mi experiencia en las relaciones amorosas era escasa, y hacía cinco años que no tenía pareja. Por eso, no sabía cómo manejar mis emociones cuando Gabriel apareció en mi vida y despertó sentimientos que me resultaban extraños. Nunca pensé que sería capaz de decirlo en voz alta, pero lo hice: le confesé mis sentimientos a Gabriel Morris.
En ese momento, lo único que se escuchaba era nuestra respiración entrecortada, que me calmaba y me reconfortaba. "Te quiero", me dijo él. Sus palabras resonaban en mi mente y me hacían sonreír. No era la única que sentía eso.
—Gabriel... —murmuré, alejándome un poco de su abrazo. Sus ojos brillaron al escuchar su nombre. —¿En qué momento supiste que me querías?
Él frunció el ceño, pensativo, y luego comenzó a hablar:
—No lo sé, tal vez fue desde la primera vez que te vi... —me dijo, acercando su rostro al mío. —Nadie había tenido el valor de enfrentarme como tú lo hiciste— solté una risita al recordar ese día— O quizás fue cuando fuiste tan dulce conmigo el día que aceptaste ser mi novia falsa. —Juntó su frente con la mía, y sentí su respiración cálida en mi cara cada vez que pronunciaba una palabra.— También pudo ser cuando nos besamos por primera vez—bajé la mirada, avergonzada— Sí, creo que fueron todas esas cosas las que me hicieron quererte.— Me miró con cariño y me estrechó entre sus brazos.
—Diana Pollet, sé que debí haber tomado la iniciativa antes, pero te agradezco que lo hayas hecho tú. Una vez te pedí que simularas ser mi prometida, y puede que este no sea el mejor lugar ni el momento más oportuno, pero hay algo que quiero preguntarte ahora— Lo miré con ilusión, tenía una leve idea de hacia dónde iba la conversación, pero no quería adelantarme ni ilusionarme en vano — ¿Quieres dejar de ser mi novia de mentira para ser mi novia de verdad?
Asentí, emocionada, con los ojos llenos de lágrimas, y rodeé su cuello con mis brazos, acercándolo a mí, para luego besarlo de nuevo. El beso era más suave, más profundo.
Entonces ocurrió, el cielo se llenó de fuegos artificiales que iluminaban la noche con sus colores y su brillo.
Cuando nos separamos, decidimos que era hora de irnos a dormir, ya era tarde, y Gabriel y su padre tenían que dar una conferencia por la mañana sobre el acuerdo que habían firmado con el consulado de Nueva Toshi.
Me calcé los zapatos de nuevo, y de camino a la fiesta, Gabriel me propuso que lo esperara, él iría a buscar nuestras cosas para que no tuviéramos que dar explicaciones a nadie. Acepté porque no tenía ganas de ver a nadie más, sin contar que mi aspecto debía ser bastante desastroso.
Mientras esperaba, me paseé por el pasillo, que estaba casi vacío, y me detuve a admirar los enormes cuadros que colgaban de las paredes, mostrando la evolución de unos hermosos caballos. Cuando creí haberlo visto todo, me giré para regresar al lugar donde Gabriel me había dejado, pero entonces oí un ruido extraño.
Me quedé quieta, pensando que era mi imaginación, y retrocedí un paso. El ruido se repitió, más fuerte. Me di cuenta de que no era un ruido cualquiera. Eran gemidos. Y luego más. Y más. Alguien se había escapado de la fiesta para tener un encuentro íntimo.
Di otro paso para alejarme de ahí, y entonces escuché:
—Oh, Jin...—dijo una voz femenina, algo distorsionada
Me vino a la mente la imagen del cónsul, pero quizás era otro hombre con el mismo nombre, o tal vez era él con su esposa.
Intenté ser sigilosa para no hacer ruido.
—Cristine, sí Cristine...—No. No podía ser cierto. Era demasiada coincidencia encontrar a dos personas con el mismo nombre y en el mismo sitio.
Quizás estaba sacando conclusiones precipitadas, así que traté de calmarme y estar abierta a cualquier posibilidad. Me giré hacia donde venían los sonidos, solo para confirmar o descartar mis sospechas.
Me acerqué a lo que parecía ser la entrada a otro pasillo. A unos metros, el vestido azul de Cristine se veía entre las sombras. Incliné un poco la cabeza y los vi. Allí estaban, de pie, el cónsul de Nueva Toshi y la tía de Gabriel.
Retrocedí por instinto. No podía creerlo, apreté los puños por la rabia que me invadía. De repente, todo encajó, las miradas furtivas en la fiesta, y el vestido manchado. Cristine nunca se fue de la fiesta, solo esperaba el momento oportuno.
Según Susén, Cristine era su amiga, la que cuidaba del señor Jin. La esposa del cónsul era tan ingenua que se creía esa historia, sin saber que estaba siendo traicionada por quien consideraba su mejor amiga. Y había la posibilidad de que el acuerdo entre ambos consulados solo fuera una excusa para que ellos siguieran viéndose.
—Vaya, aquí estabas. Te estaba buscando...—dijo detrás de mí, sobresaltándome.
Abrí los ojos, sin saber qué hacer, y lo empujé para que se alejara.
—¿Qué pasa?