No podía imaginar lo que pasaba por la mente de Gabriel, la imagen de su tía que lo había criado como a un hijo se había desvanecido, dejando solo una sensación de asco y dolor. Gabriel se dejó llevar por la rabia y gritó:
—¡¿Qué demonios están haciendo?!
Ellos se sobresaltaron al oírlo y se separaron rápidamente, tratando de cubrirse con lo que encontraban. El cónsul tartamudeó:
—Gabriel... yo... esto no es lo que parece...
Cristine lo miró con miedo y vergüenza, y dijo:
—Gabriel... te puedo explicar...
Gabriel los ignoró y se acercó a ellos con furia, dispuesto a golpearlos. Yo corrí detrás de él, tratando de detenerlo.
—Gabriel...—Lo agarré del brazo obligándolo a mirarme a los ojos. Cuando su mirada se encontró con la mía pude ver sus ojos llenos de ira que amenazaban con enceguecerlo.—No hagas nada de lo que te puedas arrepentir...—desvió la mirada, pude ver cómo unas lágrimas rebeldes se le escaparon.
Se soltó de mi agarre, dio media vuelta y se dirigió a la salida, furioso, sin mirar atrás.Lo seguí, lo llame por su nombre, pero él no me hacía caso. Solo quería huir de ahí, escapar de ellos, borrar lo que había visto.
Los demás invitados que estaban fuera del hotel nos observaron con curiosidad, sin entender qué ocurría. Algunos se acercaron a interrogarnos, pero yo los esquivé. Solo me preocupaba Gabriel.
Lo alcancé cuando estaba a punto de abrir la puerta del auto, nos montamos en el coche. Gabriel encendió el motor y condujo a toda prisa, sin pronunciar una palabra. Yo lo miré con angustia, sin saber qué decirle. Quería abrazarlo, consolarlo, besarlo. Pero no sabía si él quería eso. No sabía si estaba enfadado conmigo también.
Después de unos minutos de silencio, me armé de valor y le dije:
—Gabriel... lo siento mucho... yo no tenía ni idea de esto...
Él me miró con una expresión de dolor, pero en vez de reprocharme dijo simplemente:
—Lo sé.—volvió la vista al frente.
Unos segundos después de reflexionar añadió:
—Te llevaré a casa...
Un nudo se formó en mi estómago, no podía dejarlo solo.
—¿Y tú?—pregunté temerosa
—Necesito estar solo. Ahora no soy una buena compañía.
—No lo haré—me miró sin comprender, le sostuve la mirada—no iré a casa, no pienso dejarte así.
—Diana...
—Lo siento, Gabriel—dije con firmeza—No voy a cambiar de opinión—dije cruzándome de brazos
Él soltó un gruñido pero no dijo nada más y se limitó a conducir.
En algún momento de la noche me quedé dormida con el ruido del coche como arrullo. Desperté algo incómoda por la postura, mi cabeza estaba apoyada en la ventanilla del auto. Miré el asiento del conductor y estaba vacío, me alarmé por la posibilidad de que hubiera hecho alguna tontería. Al levantarme mi abrigo que había sido puesto como una manta se cayó de mi pecho.
Miré alrededor, el lugar no me sonaba de nada, las casas habían desaparecido, siendo reemplazadas por árboles. Me sobresalté cuando la puerta del auto se abrió. Gabriel entró al auto soltando un suspiro profundo.
Se había quitado el saco y la corbata, quedando solo con la camisa puesta, las mangas las tenía arremangadas, y su cabello estaba un poco despeinado.
Su rostro se veía cansado, quería acariciar su cara y hacerle saber que no estaba solo, y que si necesitaba un lugar donde escapar y refugiarse yo sería su cobijo. Se recostó en el asiento y miró hacia el techo del coche. Me gustaría saber qué pensaba, poder entrar en su mente y alejar los malos pensamientos.
—Nos quedamos sin gasolina — dijo sin mucha energía, su voz sonaba ronca y débil. ¿Cuánto tiempo había estado conduciendo? —y no hay nada en la reserva...
—Espera ¿Qué? —Pregunté incrédula. Esto era una completa locura, estábamos varados en medio de una carretera lejos de la ciudad.
Al no obtener una respuesta de su parte dije:
—¿Qué hay de Daniel? Podría venir y...
—Mi teléfono se murió —Totalmente frustrada imité su gesto, hundiéndome en el asiento.
Estábamos perdidos. Me detuve a contemplar por un momento el interior del bosque que nos envolvía, la niebla que cubría el paisaje empezaba a disiparse, dejando ver el vuelo de algunas aves que comenzaban el día.
—Deberías haber aceptado que te llevara a casa cuando te lo ofrecí... —dijo con seriedad
Lo miré fijamente, examiné detenidamente su rostro, tal vez esperaba que le diera la razón y me quejara por la situación, pero en cambio dije:
—Pues no me arrepiento.—Por fin me miró—Si hubiera sabido que pasaría esto, lo habría hecho de todas formas—las líneas de expresión que se marcaban por su seriedad se desvanecieron—No iba a dejarte solo...
Su mirada se apartó de mí para mirar al frente, apoyó las manos en el volante, pude notar cómo apretaba el timón.
Intenté estirarme para tocar sus manos, para lograr que se relajara, pero él se apartó con brusquedad. Su reacción me sorprendió, un sentimiento de decepción me invadió. Me acordé de que Gabriel no estaba pasando por un buen momento y que su actitud arisca se debía a eso.