Soñando con los ojos abiertos

Capitulo 32

Me sentí avergonzada por lo que pasó. Pensé que tenía que disculparme con mi madre, pero ella se disculpó por habernos pillado así.

"Son una pareja adulta y madura. A veces se me pasa que ya has crecido", me dijo.

Luego de eso, acordamos que Gabriel y yo la llevaríamos a su casa, pues se la veía un poco alterada por la impresión que se llevó. En el camino, el silencio en el auto era incómodo. De vez en cuando, miraba a Gabriel para ver si estaba bien, y él me devolvía la mirada con una expresión que decía que sí.

Mis padres vivían casi en las afueras de la ciudad, para ser exactos, cerca del cartel que decía "Gracias por su visita, vuelva pronto". Recuerdo que de niña me gustaba jugar ahí, hacía como que me iba y leía en voz alta el cartel, y luego volvía y leía el otro lado que decía "Bienvenidos, disfruten su estadía". Solté una risita al recordarlo, eso no le hizo ninguna gracia a mi mamá y pude notar su mirada de reproche por el espejo retrovisor, quizá pensaba que me reía por lo que había pasado.

El carro condujo unos quince minutos más hasta que se detuvo frente a la casa de mis padres, a unos metros de distancia estaba dicho letrero con letras enormes. Casi al mismo tiempo todos bajamos del auto, estando fuera me detuve y pude contemplar la casa que antes solía ocupar junto a mi familia. Se trataba de una casa de una planta, con techo a dos aguas, revestimiento de madera de color blanco y ventanas simétricas. Tenía un porche delantero con columnas blancas. La puerta principal era de color azul y en la parte superior colgaba una corona de flores. La casa estaba rodeada de un jardín con césped, árboles y flores. No importaba que ya no viviera ahí, ese siempre iba a ser mi hogar.

—¡Guau! —exclamó Gabriel a mi lado. Me giré para mirarlo. Por su expresión supe que la casa le había gustado.

—¿Te gusta? —pregunté curiosa.

—Es muy bonita —respondió con sinceridad.

—No es una mansión y el piso no es de mármol... —empecé a decir, para advertirle de que mi casa era muy, pero muy diferente a lo que solía estar acostumbrado.

—Lo sé, y eso me gusta... —dijo mirándome con un brillo intenso en sus ojos.

—¿Quieres decir que te gustan las cosas simples? —dije molestándolo mientras me cruzaba de brazos.

—¿Simples? —Frunció un poco el ceño. —No me gusta lo simple. —Dio un paso hacia mí. —Me gusta lo auténtico.

Entreabrí los labios sin saber qué decir y él sonrió de lado. Su gesto provocó que me sonrojara.

—¿Piensan venir o van a quedarse de pie ahí todo el día? —La voz de mi madre rompió el pequeño momento que se había creado entre Gabriel y yo.

Ambos nos apresuramos. Mi madre ya había abierto la puerta y se encontraba de pie en el umbral esperando que entráramos a la casa. Una vez que estuvimos dentro cerró la puerta detrás de sí.

El interior de la casa seguía siendo simple, acogedor y funcional. Con pisos de madera barnizados en tonos claros. El color beige predominaba en las paredes, creando una sensación de amplitud, luminosidad y armonía, contrastando con los muebles de color gris y algunos cojines con detalles en rojo, verde y amarillo. En el salón principal se podía observar una chimenea de ladrillos, que por lo general solía ser encendida durante el invierno. Tenía una repisa de madera que contenía unos libros y unas fotos de la boda de mis padres. El resto de los muebles tenía un aspecto rústico y gran parte de la decoración contenía conchas de mar y símbolos marinos, esto porque a mis papás les gustaba viajar constantemente, además que les servía como un recordatorio de cómo se conocieron.

Cuenta la leyenda que mi madre era una sirena y mi padre un marinero, que fue seducido por su voz melodiosa. Esa era la versión que me gustaba contar cada vez que alguien me preguntaba cómo se conocieron. En realidad, mi madre vivía en la Costa de los Ángeles, para poder pagar sus estudios trabajaba cantando en los restaurantes, fue en un viaje de amigos que mi padre la conoció y quedó prendado de su belleza. Él se intentó acercar a ella, pero mi madre desconfiaba de sus intenciones, lo evadió muchas veces, hasta que un día él se arriesgó lo suficiente como para recibir una bofetada. Desde siempre, mi madre había tenido un carácter muy fuerte, pero fue gracias al golpe que le dio a mi padre que las cosas se dieron entre los dos, ya que fue tan fuerte que lo terminó mandando al hospital, sintió un poco de remordimiento por lo que no tuvo más remedio que darle una oportunidad, y al final terminó enamorada, tanto que fue ella quien le pidió matrimonio.

Me detuve en la sala, esperando a que mi madre nos dijera qué hacer, me resultaba extraño estar ahí como si siempre viviera en la casa, mi presencia era como si fuera el de una visita más.

—Tu padre está en camino, salió para traer la cortadora de césped que mandamos reparar hace unos días.

—De acuerdo. —Mientras llega, puedes mostrarle la casa a Gabriel —dijo dejando su chaqueta en el perchero para luego perderse en la cocina.

Gabriel me miró expectante. Yo dudé en hacerlo, no era muy buena guía y lo único que podría mostrarle era mi antigua habitación, y hacerlo sería vergonzoso.

—¿No prefieres que te ayude?

—No hay mucho que hacer aquí... —dijo. —Bien —dije un poco frustrada.

—Acompáñame —caminé hacia la segunda planta de la casa. Sabía que él estaba detrás de mí porque podía oír sus pisadas.




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