Mi mente estaba hecha un lío y no terminaba de entender por completo la situación. Preguntas como: ¿Cuándo se conocieron? ¿Cuándo empezaron a salir? ¿Era mi hermano el padre del hijo que esperaba Carina? ¿Tyler sabía que Carina era la ex prometida de Gabriel? Y otras similares se entrelazaban en mis pensamientos.
Aún guardaba la esperanza de que Tyler no supiera nada. Que no hubiera sido capaz de mentirnos. De mentirme.
Mi madre salió escandalizada por el sonido de la botella rompiéndose.
—¿Qué pasó? —Se puso a mi lado—. Esto se ve peligroso —dijo ella mirando el suelo.
Solo entonces fui consciente de lo que había pasado. Miré mis manos vacías y luego el suelo de madera que ahora estaba teñido de rojo y lleno de pedazos de vidrio esparcidos.
Mi padre se acercó para ver cómo su preciado vino de colección terminó hecho añicos.
—Debería limpiarlo —se apresuró a decir mientras buscaba algo para limpiar ese desastre.
—¿Qué es esto? —La voz desconcertada de Gabriel capturó mi atención.
Me giré para verlo, sus ojos seguían abiertos como si no terminara de creer lo que estaba viendo.
Hasta ese momento, había estado pensando en cómo me sentía yo ante la posibilidad de que mi hermano me hubiera mentido. Pero no pensé en cómo podía estar sintiéndose Gabriel.
Tan rápido como pude, me acerqué a él. Todavía recordaba cómo se puso cuando enfrentó a Carina tiempo atrás.
Él pareció no notar mi presencia, seguía mirando a mi hermano y a Carina de forma instintiva.
Les dediqué la misma mirada, pude notar a una Carina muy nerviosa, incapaz de mirarnos a la cara, y a un Tyler incómodo pero listo para saltar si era necesario. Esa fue mi respuesta. Tyler lo sabía. Siempre lo supo. Siempre fingió creerse la falsa historia de amor que Gabriel y yo habíamos creado. Tuvo todas las oportunidades para decírmelo, pudo haber sido sincero conmigo. Pero siempre pensó solo en él y en nadie más. Creí que conocía a mi hermano, pero en realidad no era as
—Gabriel —susurré intentando tomarlo de la mano, pero él se apartó como si tocarlo lo lastimara.
Sus ojos se posaron en mí, se veían nublados y furiosos. Mi corazón se contrajo al leer en ellos que no confiaba en mí.
—Creo que deberíamos sentarnos a hablar —dijo Tyler en el otro extremo del salón.
Gabriel apretó ambas manos formando puños a los lados.
—Qué bueno que lo dices, la comida se está enfriando —dijo mi madre.
Mis padres se movieron hacia la mesa. Agradecía que mis padres no supieran lo que estaba sucediendo en su sala.
La pareja intentó hacer lo mismo, pero Gabriel se hallaba en su camino.
¿Qué debía hacer?
—Si quieres, podemos salir para que podamos hablar —mi voz sonaba insegura.
Hizo una mueca sarcástica y sin más dijo:
—Me tengo que ir.
Su comentario llamó la atención de mis padres.
—Pero aún no has comido —trató de convencerlo mi madre.
—Lo siento —soltó sin dirigirse a nadie en particular y salió de la casa. Ni siquiera fue capaz de verme una última vez.
Antes de que mis padres comenzaran con el interrogatorio, intenté alcanzarlo.
—¡Espera, Gabriel! —grité a sus espaldas.
Él seguía caminando hacia su auto, ignorándome por completo.
Llegó hasta su auto y antes de abrir la puerta del copiloto, corrí e me interpuse en su acción.
—¡¿Por qué huyes así?! —dije encarándolo.
Pero él no me miró.
—Déjame ir... —soltó mientras apretaba la mandíbula.
—No lo haré hasta que hablemos —eso fue suficiente para captar su atención.
—No tengo nada de qué hablar contigo —su comentario fue mordaz.
Fruncí el ceño.
—¿Qué quieres decir con eso?
—¿Por qué hablar con alguien que se ha estado burlando de mí todo este tiempo? Supongo que para ti fue muy divertido haberme visto la cara de estúpido.
Yo me quedé sin palabras, sorprendida por sus acusaciones. No podía creer que pensara eso de mí. No podía creer que dudara de mi amor por él.
—Gabriel... no... yo no sabía nada... te lo juro... yo te quiero...
Él negó con la cabeza, incrédulo, y me dijo:
—No me digas que me quieres. ¿Quién me asegura de que no estás mintiendo?
—Yo nunca te mentiría... y menos con lo que siento...
—No me digas que nunca me mentirías. No me digas nada. No quiero oírte. No quiero verte. No quiero nada contigo.
Yo sentí un nudo en la garganta, y las lágrimas se me escaparon de los ojos. No podía soportar que me dijera esas cosas. No podía soportar que me rechazara así.
—Gabriel... por favor... no digas eso... no me hagas esto...
Me miró con frialdad y me dijo: