Soñando con los ojos abiertos

Capitulo 36

—¿Estás segura de que estarás bien sola? —preguntó con preocupación.

—Sí, no te preocupes por mí —respondí apresuradamente.

Su mirada escrutadora no reflejaba total convencimiento, pero finalmente aceptó mi decisión.

—Te dejo sola solo porque no me he estado sintiendo bien del estómago —mencionó mi amiga.

—Deberías ir al doctor. No es normal que tengas malestares por tanto tiempo —sugerí, recordando la preocupación de Maggy sobre sus problemas estomacales.

—Sí, Roger me acompañará.

—De acuerdo —respondí con más tranquilidad.

La noche anterior, Maggy sugirió que me quedara con ella, preocupada por la posibilidad de que hiciera alguna locura si estaba sola. Durante mi estadía en su casa, pude pasar tiempo con ella y su esposo, quienes fueron muy amables conmigo. Noté que mi mejor amiga se sentía un poco mal de salud, y me sentí culpable porque, a pesar de su malestar, se esforzaba para que yo me sintiera bien. Fue por eso que decidí volver a casa.

Nos despedimos y, al cerrar la puerta tras ella, me dejé caer en el sofá. Observé el salón, aparentemente intacto desde el día anterior. Sabía que Gabriel no había tomado nada aún. Sin mucho entusiasmo, me dirigí a la habitación con la intención de ducharme y ordenar el lugar, buscando distraer mi mente.

Tras una ducha rápida, opté por una camiseta verde y un short beige. Até mi cabello en un desordenado moño y me dirigí a la cocina, tratando de ocupar mi mente con las tareas domésticas. Cada acción era un intento por mantener a raya los pensamientos que amenazaban con abrumarme.

Mientras limpiaba la cocina y recogía la basura, mi mente divagaba entre recuerdos y preocupaciones. Cada gesto de orden era un intento por encontrar calma en medio del caos emocional que me invadía. Con las bolsas de basura en mano, salí del edificio para deshacerme de ellas en los contenedores.

Opté por las escaleras, evitando el ascensor para no incomodar a los vecinos. Al regresar al edificio, una voz conocida me llamó.

—Señorita Diana —escuché la voz de Martín, el conserje, y me giré para verlo acercarse.

—Señor Martín —saludé con cortesía.

—Su novio acaba de subir —informó, mencionando la presencia de Gabriel en mi departamento. La sorpresa me invadió, generando un torbellino de emociones encontradas.

—¡Oh! —balbuceé sin saber qué decir.

—Me pregunto por usted.

—¿Que le dijo?

—Queria saber si se encontraba en casa, le dije que si. Pero luego la vi bajando por las escaleras —señaló el lugar —creí que iba a salir, pero fue un alivio saber que solo fue a botar la basura —comentó Martín con una sonrisa.

Después de decir eso el conserje se alejó, regresando a su puesto dejándome sola con la incertidumbre.

"Quizás había ido por sus cosas", pensé.

Subí las escaleras con lentitud creyendo que así le daría el tiempo suficiente para que él terminara de hacer lo que lo había llevado al edificio y luego saliera sin encontrarnos.

Mi corazón me pedía que hiciera un poco más de esfuerzo, al menos para poder verlo una vez más, pero mi mente me recriminaba y me decía que no lo hiciera. Las palabras que Gabriel me había dicho un día antes se clavaron como estacas venenosas, y cada vez que recordaba el momento, se incrustaban más en mi pecho.

Supuse que habían pasado unos diez minutos. Para entonces, él ya no estaría. Me apresuré en subir los pocos escalones que faltaban, giré el pasillo y entonces lo vi. De pie, apoyado en la puerta con la vista fija en el ascensor con una expresión que reflejaba una mezcla de arrepentimiento y determinación.

"¿Por qué seguía ahí? ¿Acaso me estaba esperando?"

Ante esa posibilidad, mi boca se secó, y pude sentir cómo mis ojos volvían a nublarse y mi corazón latía con tanta fuerza que podía escuchar sus latidos en mis oídos.

Lo observé detenidamente; él ignoraba mi presencia al estar de espaldas a mí. Desde mi posición, noté que la corbata descansaba en su mano izquierda en lugar de estar en su cuello, y las mangas de la camisa estaban remangadas hasta los codos.

Intenté retroceder para volver a esconderme en los escalones, pero entonces mi sandalia golpeó con fuerza el suelo, deteniéndome en seco, sabiendo que eso había sido suficiente para llamar su atención.

Su mirada encontró la mía.

—¿Podemos hablar? —su voz sonaba suplicante, buscando una oportunidad para aclarar el malentendido.

Me quedé paralizada por un instante, sintiendo una mezcla de emociones que luchaban por salir a la luz. Retrocedí levemente..

Él me miró con ojos llenos de remordimiento, como si cada palabra no dicha pesara entre nosotros.

Avancé lentamente hacia él, pero no lo mire, sintiendo el peso de cada paso en el suelo abrí la puerta del departamento. Lo invite a entrar en un gesto silencioso

Nos adentramos en el silencioso espacio del departamento. Gabriel parecía ansioso por romper el hielo, por encontrar las palabras que pudieran reparar lo que se había roto entre nosotros.




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