Sonríe: Una Vez más

Choque de Miradas

Tomás Carter llegó al salón de clases, como era costumbre en él, buscó un pupitre que estuviera a mitad del aula. Tom rompía con el estereotipo del típico matadito[i]. Si bien, no intentaba ocultar su alto grado de inteligencia. Odiaba sentarse al frente, decía que solo los idiotas necesitaban ubicarse en los primeros lugares del salón.

Ese día Tom ―como le gustaba que lo llamaran sus amigos― iniciaba, su último año de preparatoria en una nueva escuela. El cambio no lo hacía muy feliz, si por él fuera seguiría en su antigua escuela en la Ciudad de México, pero como todavía le faltaban unos meses para ser mayor de edad dependía por completo de las decisiones de su madre. Ella decidió que era tiempo de cambiar de aires y mudarse a un lugar más tranquilo, por eso cambiaron su residencia al puerto de Veracruz.

Otra de las características que definían a Tomás era la puntualidad. Amaba ser puntual, y odiaba que otros no lo fueran, especialmente si se trataba de los profesores. Acostumbraba decir que la puntualidad era una forma de mostrarle respeto a la otra persona.

Mientras él refunfuñaba por la impuntualidad de su nueva profesora de ciencias, Angélica Meléndez de la que se podía decir que tampoco era una nerd, pero sí muy inteligente, aunque ella ponía todos sus esfuerzos en demostrar lo contrario, llegaba a su salón de clases para encontrarse con la sorpresa de que alguien había tomado su lugar.

Angie caminó hasta el que ella consideraba su lugar, dispuesta a pedirle al extraño que se quitara, pero cuando se fijó en los ojos verdes del usurpador de lugares, lo único que hizo fue quedarse viéndolo embobada, olvidó hasta como se llamaba. Sino fuera porque alguien que pasaba detrás de ella, la empujó al pasar. Se hubiera quedado ahí todo el día.

Tomás estaba en una especie de trance con la mirada fija, en los ojos grises de la chica que le robó la atención. En cuanto la vio acercarse hacía donde se encontraba comenzaron a sudarle las manos y una sensación extraña en la boca del estómago se apoderó de él.

―¡Hola! ―saludó él―. Soy Tomás, pero mis amigos me dicen Tom. ―se presentó. Extendió la mano para saludarla. Ella aún embobada correspondió el gesto, Tom aprovechó para hacer pequeños círculos con su pulgar en la muñeca de ella.

―¡Soy Angie! ―contestó ella con una sonrisa en la cara. Aunque no era la sonrisa particular de Angélica, esa que siempre ofrecía al mundo, una sonrisa falsa con la que pretendía engañar a todos los que se acercaban a ella. No obstante, con Tom no logró su objetivo.

A Angie le costaba demasiado sonreír, hay quienes pueden asegurar que la falta de alegría en ella era una exageración, otros pueden creer que no es así. Como siempre ocurre en estos casos todo depende del cristal con el que se mire la situación en cuestión.

Se quedaron un buen rato sin decir una palabra, ni hacer algún movimiento. Solo se veían, la mirada gris ensimismada en la verde. Ninguno se dio cuenta cuanto tiempo pasó, si es que en realidad lo hizo. Hasta que alguien conocido para ella, quizás demasiado empezó a hablar dando por iniciada la clase y a la vez rompiendo la burbuja en la que se encontraban. Ella se sentó en un espacio que estaba vacío al lado de Tomás.

A simple vista parecía que la chica estaba concentrada tomando notas sobre la explicación de la profesora. En realidad estaba concentrada, pero en algo muy distinto a lo que se podía pensar. Ella estaba dibujando al chico de ojos bonitos que acababa de conocer. No obstante, eso no quitaba que fulminara con la mirada a la profesora.

Tomás veía de reojo a Angie, trataba de prestar la debida atención, pero no se podía concentrar. Se sorprendió que cuando la profesora dijo: trabajo en equipo Angie soltó el lápiz dejando que cayera contra su mesabanco, para después tomarlo y golpearlo con fuerza contra el pupitre.

Haciendo un gran esfuerzo por concentrarse en lo que decía Liliana, y olvidar al menos de momento a Angie y sus manías, y así descubrir en qué consistía el trabajo que debería presentar al final del semestre. Con lo mucho que me gusta trabajar en equipo, pensó Tomás sarcástico.

―Al final se entregarán tres trabajos ―continuó la profesora― de donde se obtendrá la mitad de la calificación final. ―añadió. La furia de Angélica aumentó a niveles extraordinarios, mientras que en Tomás lo único que aumentaba era la indiferencia por la materia. ―Para evitarnos de que en los trabajos en conjunto suelen trabajar uno o dos miembros, en este caso serán equipos de dos personas, es decir serán parejas. ―explicó Liliana.

Las últimas palabras llamarón la atención de Angélica. Ella levantó la mirada en dirección de la profesora mientras en su cabeza repetía como si fuera un mantra: No te atrevas, no te atrevas, no te atrevas.




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