Después del último encuentro con Miguel, Angie no lo volvió a ver, de alguna forma se estaba escondiendo de él y Katia. Vero trató de convencerla que al menos hablara con Kat para comentarle lo que había sucedido, pero insistía en que no era buena idea hacerlo. También Vero le pidió que se mudara con ella, de la misma forma se negó. Ese día saldría con Katia y Vero al karaoke, esperaba que nada se saliera de control, y que Miguel tuviera la decencia de no aparecer.
A pesar de estar pasando por un momento nada agradable, Angie seguía recibiendo los alcatraces rosas, la idea de que fueran de Miguel quedó descartada por obvias razones. Todos los días esperaba con mucha ilusión la llegada de su flor con la esperanza de que trajera una tarjeta que le diera una pista de quién era su admirador. Se pasaba junto a la puerta el mayor tiempo posible a la espera de descubrir quién enviaba esas flores, pero nunca lograba descubrirlo.
Angie escuchó unos pasos acercándose a la puerta, inmediatamente corrió a abrir y así descubrir quién era, para su sorpresa se encontró con Katia que traía en su mano un alcatraz rosa.
―Hola ―saludó Angie sin ápice de entusiasmo. No dejaba de ver el alcatraz que traía en sus manos. ¿Quién te lo dio? ¿Me dirás la verdad si te pregunto?, se cuestionaba internamente.
―Sí, yo también me alegro de verte ―saludó irónica. Angie movió la cabeza para intentar olvidar las preguntas que se formaban en su interior.
―Creí que eras otra persona. ―confesó.
―¿Quién más podría ser? ―indagó molesta. Angie estaba actuando muy raro.
―Eso es lo que quería descubrir, necesito saber quién es quien me trae las flores. ―explicó nerviosa. No quería discutir con Kat, pero tampoco podía quedarse con la duda.
―¡Mi hermano! ―sentenció―. ¡Tú lo dijiste!
―¿Miguel? ―inquirió confundida.
―Hasta hace un rato era el único hermano que tenía. ―agregó sarcástica.
No tiene sentido que haya sido Miguel, se dijo Angie.
―Tú dijiste que era incapaz de enviarme una flor. ―refutó.
―Y tú aseguraste que él era quién lo había hecho. ―recordó―. Me equivoqué, hable con él y confesó ser él quien te enviaba las flores. Dijo que se avergonzaba de aceptar que era él quien te las envía.―explicó―. Hoy además me pidió que te diera este. ―agregó mientras se lo ofrecía. Angie lo tomó, lo vio y lo dejó en la mesa, si los alcatraces eran de Miguel, no le interesaba recibirlos.
―Si tú lo dices ―agregó aun con dudas.
―¡¿Qué te pasa Angie?! ¡¿Por qué dudas de que sea mi hermano?! ¡¿No creerás que te las envía Tomás, verdad? ―inquirió molesta.
―No. ―contestó, hacía mucho que no se acordaba de él. ―Con él todo terminó. Tú hermano me ha demostrado que no es la persona que creí.
―Mi hermano puede ser un bruto, pero te quiere ―El problema es que tú no lo quieres―. Dijiste que le darías una oportunidad. ¡¿Qué te hizo cambiar de opinión?! ―gruñó.
―Miguel, él fue el que me hizo cambiar de opinión. ―musitó.
―Si no quieres seguir con él, termínalo. Y evita que se siga haciendo ilusiones. ―refunfuñó.
―Tienes razón. ―concedió Angie, recordando que Katia no sabía lo sucedió con Miguel, y que, aunque se pusiera de parte de su hermano, era su amiga y no quería otra discusión con ella.
Después de la charla las dos se dirigieron al karaoke donde se quedaron de ver con Vero, si la tensión entre Angie y Kat era el preludio de la noche, todo indicaba que lo que sería una noche de diversión terminaría en desastre. Al llegar al lugar acordado se encontraron con que Vero ya había llegado.
―Solo falta Miguel y estaremos todos ―dijo Katia.
―No me dijiste que Miguel fuera a venir. ―agregó Angie tensa. Lo único que le faltaba era encontrarse con Miguel esa noche, aunque era mejor verlo en un lugar público que a solas.
―Alguien se tiene que hacer cargo de nosotras. ―explicó Katia.
―No sé tú, Kat, pero Angie y yo estamos lo bastante grandecitas para que alguien se haga cargo de nosotras. ―intervino Vero―. Angie, acompáñame al sanitario. ―dijo tomándola de la mano y arrastrándola.
―¿Le contaste? ―indagó cuando estuvieron frente al espejo del sanitario.
―No, Vero. Hacerlo después de hoy no creo que sea buena idea. ―murmuró.
―¿Pasó algo antes de que llegaran aquí? ―cuestionó preocupada.
―Llegó a mi casa con un alcatraz rosa. ―informó―. Dijo que Miguel me lo había enviado.
―¿Ya no crees que sean de él?
―No. Cuando me llevó a su departamento, al regresar, el día siguiente me encontré dos, no traían tarjeta, era obvio que uno fue del día anterior y otro de ese día. ¿Cómo me pudo dejar uno cuando estaba con él?