―Hola ―musitó Angie, se giró hacía donde estaba él, si iban a hablar lo mejor era hacerlo de frente.
―Me va mal, en la universidad no puedo concentrarme, al llegar a donde estoy viviendo no puedo evitar recriminarme por haber sido tan idiota, porque el dolor que te causé a ti, es el mismo que me carcome y se pudo haber evitado. Si tan solo hubiera tenido el valor de contarte todo lo que me estaba pasando, pero fui un cobarde.
»Sé que si en vez de querer solucionar las dudas que empezaba a tener en mi cabeza por mí parte, lo hubiera hablado contigo para buscar una solución como la pareja que éramos, hoy las cosas serían muy diferentes.
―Tom… yo ―titubeó. Tomás la besó en la nariz, aunque en realidad se moría de ganas por besarla como Dios manda, pero no estaba seguro de lo que pasaba por la mente de Angie y dudaba que ese beso fuera bien recibido.
―Me pregúntaste ¿Cómo te va mi amor? Y eso es lo que estoy respondiendo, sé que aun quedan muchas preguntas por responder ―explicó―, Angie ―la llamó.
―Dime ―murmuró perdida en la intensidad de sus ojos verdes.
―¿Esa canción era para mí? ―cuestionó tomando de la barbilla a Angie. Ella a pesar de no recordar ese momento, enrojeció por completo.
―Estaba borracha. No recuerdo nada de esa noche, pero, sí, supongo que mi inconciencia me traicionó. ―explicó.
―¿No recuerdas nada de esa noche? ―inquirió divertido.
―Lo último que recuerdo es que estaba charlando con Vero, y después forcejeaba con Miguel, eso es todo. ―dijo.
―¿Todavía sigues con él? ―indagó. Aún recordaba como Angie a pesar de sus malos tratos le prometió una conversación.
―Es complicado. Sé que tengo que responderte esa pregunta. No obstante, me gustaría hacerlo más tarde.
―Está bien ―concedió. Después de todo quién era él para recriminarle algo a Angie. ―Entonces no te acuerdas de nada. ―Angie negó con la cabeza―. ¿Ni siquiera cuando me gritaste: Te amo, Tomatito? ―bromeó.
―Vero solo mencionó ¡Tomatito! ―mintió sonrojada.
―Vaya, creo que escuché de más. ―agregó divertido.
―Lo siento ―se disculpó Angie.
―¿Por qué? ―indagó confundido.
―Porque solo te llamo así cuando estamos solos, en la intimidad. Por muy borracha que estuviera, no debí llamarte así en público.
―No lo sientas. Guardaba esperanzas para poder recuperarte, el que lo hicieras solo las incrementó. ―dijo. Los ojos de Tomás se convirtieron en fuego, en ese fuego que primero te seduce lentamente hasta que te rindes a él, para después abrasarte con la intensidad de sus llamas, por extraño que pareciera Angélica quería, deseaba, anhelaba ser abrasada. Ella no estaba segura de haber hecho algún gesto que indicara que lo anhelaba. No obstante, Tom sostuvo la cara de Angie entre sus manos, acarició sus labios con su dedo pulgar, luego con su lengua se abrió paso en su boca, donde disfrutó de los sabores que creyó nunca volvería a probar. Ahí se hallaba recreando todas las sensaciones que creía olvidadas en la boca de su niña bonita.
Para Angie el beso era totalmente distinto a los anteriores, este estaba lleno de amor, de pasión y dejaba atrás la dulzura y la ternura, señal de que habían cambiado, pero no eran de esos cambios que dejan atrás algo importante, sino aquellos que te llevan a empezar de nuevo, con más entrega y a la vez con mayor intensidad. Cuando se separaron, el corazón de los dos latía como si fueran dos caballos en una carrera luchando por el primer y segundo lugar respectivamente.
Los dos sentían la necesidad de volver a besarse. No obstante, eran conscientes que tenían muchas cosas por hablar antes de seguir por el camino en el que se encontraban andando.
―Antes mencionaste que debiste decirme lo que te estaba pasando y tratar de resolverlo juntos. ¿Qué era? ―inquirió Angie, aun con los labios hinchados.
―Cada día que pasaba te deseaba más y más, a medida que estaba contigo quería demostrar todo lo que me provocabas, y a la vez explorar esa pasión que escondes, pero había prometido no volver a lastimarte.
―Nunca me has lastimado, no en ese sentido. ―musitó Angie.
―Cuando hicimos el amor por primera vez, vi las lágrimas de dolor. ―agregó.
―Claro que me dolió, pero solo un momento, el resto lo disfruté mucho. De hecho, fue la vez que más me ha gustado. ―agregó mordiéndose el labio.
―¿Qué quieres decir? ―indagó Tomás.
―Después de esa vez todo se volvió tan…, no sé cómo explicarlo. Solo nos limitamos a acostarnos y ya.
―El patético misionero ―gruñó―. ¿Por qué no me dijiste nada?
―Los mismos motivos que tú, quizás. No estoy segura, toda mi experiencia en ese sentido eres tú. Llegué a pensar que así tenía que ser. Tú tampoco dijiste nada. ―recriminó.
―Lo sé, empecé a descubrir que todo se hubiera resuelto de haberlo conversado cuando nos despedimos en el departamento. ―explicó.