Sonrisas de ocasión

Capítulo 1. De princesas y anillos

Alicia

Deslizo mi dedo una y otra vez, sin prestar realmente atención a ninguna de las publicaciones. Puedo sentir cómo el sillón se vuelve cada vez más suave y me absorbe poco a poco.

Es una secuencia de imágenes casi hipnótica. Caras sonrientes, un paisaje y un anuncio de alguna paleta de sombras nueva. Continuo deslizando. Más caras sonrientes, una caricatura con dos perritos, vestidos largos, otro anuncio de maquillaje.

De pronto, aparece la feliz pareja. Un enorme diamante en su mano y una sonrisa igual de brillante.

—Es muy bonita —digo deteniéndome en la foto.

—Y seguro es una perra —responde Lucía desde la cocina.

—No, de hecho es simpática y-

—Muy amable —termina por mí mientras rueda los ojos—. Sí, ya me lo has dicho, Ali —se sienta a mi lado y da play a la película de terror que estábamos viendo antes de terminarnos el tazón de palomitas.

La conocí hace algunos meses, en una fiesta infantil. Se veía como una princesa, literalmente. Era el cumpleaños de su sobrina, una fiesta de disfraces con tiaras, globos y morado en todas partes. Recuerdo que pinté más tiaras de las que puedo contar. Para el final de la tarde, apenas podía sostener una brocha. La vi llevar botanas y refrescos con maestría de un lado a otro, jugar con las niñas y repartir bolsas de dulces sin perder la gracia.

Sigo observando su foto y hago zoom al anillo. Seguro es oro blanco, Leonardo no pagaría por menos.

—La vas a desgastar —dice Lucía arrebatándome el teléfono —. ¿Soy yo o cada vez que lo veo parece más grande? —sus ojos se abren mucho mientras imita mi acción.

Me encojo de hombros, como si mi respuesta no fuera afirmativa. Como si ambos no se vieran cada vez más felices, ella cada vez más bella y, sí, su anillo cada vez más grande.

Miro al frente y veo al villano alcanzar el pie de la chica y tirar de él mientras ella suelta un grito desgarrador.

—Lo que intento decir —dice devolviéndome el teléfono —es que no la conoces realmente.

Miro de la foto a ella sin mediar palabra.

—La viste una vez en una fiesta y como trató bien a los invitados, decidiste que es buena persona —continúa con la boca llena de palomitas.

Sigo mirando la foto, como si fuera a encontrar alguna respuesta en ella. Tal vez, si la observo lo suficiente, ella cobre vida y me explique exactamente lo que quiero saber, aunque ni siquiera yo sepa muy bien el qué. Pero resulta que tiene el mismo efecto que mirar el techo en un examen. Absolutamente ninguno. Al fondo, puedo escuchar a la chica de la película suplicando por su vida.

—Tú eres más bonita.

La verdad es que no. Miro a Lucía.

—Y seguro que eres más interesante.

También lo dudo. Regreso la mirada a la foto.

—Y estoy segura de que vas a encontrar algo mejor.

Eso tal vez. Asiento distraídamente. Doy doble clic en la foto, un enorme corazón rojo aparece en mi pantalla y apago el teléfono.

Después de muchos gritos, algo de sangre y una pelea final carente de sentido, la película termina.

...

Seco los trastes mientras Lucía los lava, en un ritual que nos es bastante cotidiano.

—¿Tienes disfraces de superhéroes? — digo levantando la mirada del celular.

Lucía baja el plato que estaba por tallar y lo piensa unos segundos.

—Si quieren a la Mujer Maravilla… —responde retomando su tarea.

Asiento mientras continúo negociando los detalles con nuestro potencial cliente. Tipo de festejo, temática, servicios. Nada extraordinario ni fuera de lo común, hasta que llegamos a la fecha. Me aguanto la queja que está a punto de abandonar mis labios y masajeo mi sien.

—¿Tenemos libre el sábado?

—¿Este sábado? —asiento —¿Pasado mañana?

—Él dice que nos pagará el doble por las molestias —me apresuro a responder.

Las contrataciones a último minuto son algo con lo que estamos familiarizadas. A veces hay alguna excusa de por medio, como que todo fue planeado de último minuto o una larga queja sobre cómo la persona encargada de contratarnos no hizo "lo único que tenía que hacer", y mi favorita personal "la persona que habíamos contratado nos canceló", porque no hay nada como ser el plan B.

Mi amiga comienza a despotricar sobre lo desconsiderada que es la gente y lo apretada que está nuestra agenda tallando un vaso con mucha más fuerza de la necesaria, debo aclarar. Sinceramente, no puedo culparla, estos eventos traen sus problemas a cuestas, sobretodo en cuestión de agenda.

—Mierda, tengo un cumpleaños ese día —interrumpe su arrebato.

—¿A qué hora?

Que sea temprano, que sea temprano.

—A las 5pm.

Mierda.

—¿Podrías llegar a las 3pm? —hago mi mejor intento de ojos coquetos.

—Podría intentarlo, pero ya viste cómo nos salió eso de malabarear fiestas la última vez —responde y me salpica.

Suelto un quejido ante el mero recuerdo. Un día, a la Mujer Maravilla y a mí se nos ocurrió la no tan maravillosa idea de agendar tres eventos el mismo día. Y en papel parecía perfectamente factible, de hecho. Ninguna se traslapaba y había tiempo suficiente para los traslados. O lo hubiera habido si no hubiera sido el día más lluvioso de la temporada y no hubiéramos terminado atoradas en el tráfico. Al final del día, un niño se quedó sin entretenimiento y llegamos tarde a una despedida de soltera en la que no nos pagaron. Sólo digamos que maquillar a mujeres borrachas no es tan divertido como parece.

—Ya me disculpé por eso —digo dándole con la toalla en mi mano —Yo no sabía que llovía tanto en abril —continúo haciendo un puchero.

Lucía toma la toalla y se seca las manos.

—¿De qué es la fiesta de todos modos?

Le paso mi teléfono mientras termino de guardar los trastes que quedan y la escucho repetir los detalles en voz alta hasta que...

—Hola —dice en tono coqueto.

—Lucía... —volteo sólo para encontrarla haciendo zoom en la foto de perfil de nuestro cliente —Nena, no eres mejor que un hombre.




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