Sonrisas y Lágrimas

Capítulo 13 II Siete

Pesaba respirar, caminar, existir se había vuelto algo demasiado complicado. ¿Quién era ahora? ¿Qué debía hacer? Pensé en pisar el cementerio, en visitarle, quizás. Por lo que sabía, ya había habido una ceremonia, pero no me veía capaz de ir allí y contemplar su cuerpo enterrado. Alexandre ya no existía y yo me había marchado con él. Todas las respuestas se habían desvanecido ante mí y solo quedaban preguntas. No salí de casa, porque quería retenerlo todo aún, días después de que Blue abriera la puerta de mi habitación con su tarjeta de crédito me había dado cuenta de que atravesar la puerta de casa era el segundo paso, pero me aterraba la idea de que al poner un pie en la calle me diera cuenta de que había retrocedido todo lo que había logrado avanzar. Era algo que había asumido que ocurriría. 

Fui a la cocina buscando algo para comer, entonces me di cuenta, había varias cartas a mi nombre apiladas sobre la encimera. Una destacaba entre todas, el sobre era de un marrón claro, no concordaba con el típico blanco del resto de cartas, pero no fue eso lo que me hizo detenerme a por ella, al acercarse podía apreciarse un ligero olor a menta, en otro momento, cuando la escribían, debió de ser un olor más fuerte, ahora iba muriendo con el paso de los minutos. Y aún más allá, al agarrarla pude reconocer la caligrafía que adornaba el sobre. 

Alexandre. 

Solté la carta como si fuera a atacarme. En cierta forma así era, esa carta amenazaba con matar lo poco que quedaba de mì. Alexandre me había dejado una carta, ¿por qué? ¿qué pretendía que hiciera con ella? 

Permanecí observándola en el suelo, incapaz de moverme, sin poder apartar la vista de la caligrafía, ponía mi nombre. 

—¿Seven? —preguntó. 

Llovía tanto y yo había permanecido tanto tiempo frente a la puerta que incluso mi pelo goteaba. Hacía tiempo que no veía llover así y solo yo, como un completo lunático, permanecía en la calle, con el paraguas recogido en la mano. Me había congelado allí, frente a la consulta, preguntándome si realmente debía entrar. 

Alexandre quería salvarme, ¿pero yo merecía eso? Todo esto es un error, pensé, aún sabiéndolo fui completamente incapaz de marcharme, tampoco de entrar, el hombre, media hora después de la hora a la que debía haber comenzado la sesión apareció frente a la puerta, seguramente se estuviera preguntando qué narices hacía allí parado. Abrió la puerta y me llamó. “¿Seven?”. Hacía tiempo que no escuchaba a alguien usar ese nombre. Para la mayoría era Douglas, mi apellido. 

—Seven, ¿quieres entrar? 

Me sorprendió que lo preguntara. No había dicho “Entra”, no era una orden, me daba opciones. Podía entrar, podía irme. 

Podía quedarme. Negué con la cabeza, no iba a entrar.

—Vale. En ese caso yo salgo. 

¿Cómo era? ¿Si Mahoma no va a la montaña la montaña irá a Mahoma? Así, con sus mocasines y solo una fina chaqueta cerró la puerta tras de sí y se colocó junto a mí bajo la lluvia. No tardó mucho en quedar también empapado. 

—Será muy gracioso de explicar a mi próximo paciente por qué estoy mojado. 

Él lo sabía, yo lo sabía, pero estaba intentando hacerme hablar de alguna forma. Yo estaba demasiado cansado como para andar con rodeos. Me sentía desfallecer. 

—Carol se ha suicidado en la clínica, han llamado esta mañana. 

Me pasó un brazo por los hombros. 

—Lo sé. 

Y ahí fue La Pregunta. 

—¿Quién soy, Alexandre? Quizás lo mejor sea dejar todo esto, no soy un juguete roto. Acabar con todo aquí sería lo mejor para ambos. 

—No eres un mal hijo, Seven. Tú no mataste a Carol. Las personas son seres libres y actúan con sus consecuencias. No le pusiste una pistola en la cabeza y disparaste. 

Esa fue la primera vez en todo el tiempo en el que le conocía que me decía las cosas tal y como él las creía, ¿por qué lo hizo? ¿Él podía apreciar cómo me derrumbaba? Caía en picado hacia el suelo como todas aquellas gotas de agua. 

—Júralo —le dije en un susurro, girándome y clavando mis ojos en los suyos, debía asegurarme de que no mentía. 

—Te juro que tu no has matado a Carol, Seven. 

 

Seven…

Seven… 

Seven… 

 

Me agaché a todas prisa, agarré la carta y corrí a mi cuarto. No pensaba abrir jamás ese sobre, la lancé al fondo de uno de los cajones de mi mesilla de noche y cerré. Sentía que me faltaba el aire, agarré el abrigo, y con todos mis miedos salí de casa. No podía estar cerca de esa carta, su presencia me dolía más de lo que podía dolerme cualquier otra cosa.

 



#6750 en Joven Adulto

En el texto hay: pasado, odio, compartir piso

Editado: 14.03.2021

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