Sonrisas y Lágrimas

Capítulo 14 II Siete

—¿Seven? ¿Qué cojones estás haciendo?

La raya permaneció sobre el pequeño tablero y yo totalmente congelado mirándola. No quería que ocurriera esto. Aquella línea era algo que no debía ocurrir y después de eso fingiría que no había ocurrido, nadie se enteraría y yo recibiría consuelo durante un rato. Aquel, que sabía, nadie podía darme. Su mirada bailaba entre mí y el polvo. El chico que había a mi lado, aquel que había dejado en otra época, seguía con lo suyo, sin inmutarse o avergonzarse por la presencia de la chica. Ese muchacho era el reflejo de lo que yo podría haber sido si no fuera por Alexandre. ¿Qué estaba haciendo allí? ¿A esto me había llevado un momento de debilidad? Una parte de mi supo, desde el principio, que tomar ese camino, salir, había tenido siempre el mismo objetivo, que mi idea de caminar sin rumbo era, sin darme cuenta, ese callejón. Me levanté de golpe, Blue ni siquiera se inmutó, sentía la necesidad de darle alguna explicación, de responder a su pregunta. Pero no quería pronunciar la respuesta, haberlo dicho habría sido doloroso, hubiera requerido que lo explicara todo y no creía que hubiera forma de explicar todo aquel desazón que se había apoderado de mi corazón lenta y pausadamente y comenzaba a matarme por dentro. Haberlo dicho habría acabado conmigo. Algo dentro de mí aún no quería estar muerto. 

—Nos vamos. Ahora —Se dirigió a mí, hablando con una voz sólida, que no me daba opción a contradecirla. Yo no me moví y fue ella misma quien me arrastró fuera de aquel lugar que ahora me atormentaría como una pesadilla. Yo me había hecho eso a mi mismo, me había llevado y dejado caer. Debí de haberlo sabido, no tendría retorno después de la última botella, totalmente solo, no tenía opciones, era cuestión de tiempo que volviera a los antiguos juegos. Y esta vez no habría ningún Alexandre para salvarme. Había perdido todo lo que valía la pena. 

Permití que el silencio dijera todo lo que yo no podía, ni quería decir. No supe durante cuánto tiempo dejé que permaneciera, aquel mutismo era frío, y al contrario que otros, no era agradable, ambos lo notamos, aquel momento sólo era el instante antes de la tormenta. Un desastre natural que nos involucraba a ella y a mi. 

Caminamos hasta llegar al piso, una vez dentro, intenté, con sigilo, marcharme a mi habitación y volver a echar el candado. Quizás aún pudiera restaurar las cosas encerrandome en el cuarto que había llamado búnker, aunque sabía que Blue podía abrir la puerta aunque tuviera el cerrojo. Me lo impidió, interponiéndose entre la puerta y yo. 

—Tú y yo vamos a hablar ahora, ¿vale? Y no aceptaré un no por respuesta. 

De nuevo usó esa voz autoritaria que me hacía moverme. Me senté en el sofá, con ella pisándome los talones. En contra de lo que pensé que haría, se sentó en un sillón, dejándome espacio. Y por un momento, pensé que ella podría llegar a entenderme. 

—Sé que ahora mismo no quieres verme, no hablar conmigo, ni nada. Pero responde a esta pregunta y podrás largarte, ¿estás bien? 

Podría haber preguntado cualquier cosa mil veces más sencilla. Esa pregunta se asemejaba a preguntarme qué había tras la muerte. No tenía una respuesta clara. 

—No lo sé, ya no sé nada.

Aquello era mentir, había dos cosas que aún tenía claras. Me estaba muriendo y Alexandre no iba a salvarme. 

—¿Quieres hablar de ello? Sabes que estoy aquí para lo que quieras.

Con eso, sin darse cuenta, me había abierto las puertas a la inmensidad. Había desatado un nudo que había construído en mi garganta y las palabras salieron solas, dejando flotar a su vez el remordimiento y dolor en el aire. No pensé en la Blue del pasado, por un momento fue solo mi compañera de piso, sin un pasado detrás. 

—Murió solo y yo podría haberlo evitado —susurré, como si decirlo en voz alta fuera a hacerlo más real de lo que ya era. No podía dejar de pensar que yo había matado a Alexandre. Mis decisiones habían acabado con él. 

—No podrías haber hecho nada. No tenías el poder de saberlo o de evitarlo. 

—El día que murió yo tenía una sesión con él. Llevaba desde los diecisiete sin saltarme una sola de sus sesiones él y yo deteniamos el mundo todos los jueves. No importaba que hubiera que hacer, ni el clima ni nada, él siempre estaba en su consulta cada jueves a la cinco esperándome y yo me presentaba. Sin fallos. 

—El jueves fue el día de…

El día del tratado de paz que ninguno de los dos había llegado a cumplir nunca. Ignoraba, en cierta parte, la utilidad que podría haber llegado a tener esa conversación, por no decir que me había parecido inservible, una discusión como tantas. 

—Hablé con él el lunes, me puse demasiado nervioso y me presenté en su consulta durante la hora de la comida, me recibió con una sonrisa y hablamos hasta que logró calmarme —expliqué—. Me convenció de ser fuerte e intentarlo, hablé con él el martes y el miércoles me lo dijo, "¿Por qué no intentas hablar con ella? Una charla larga, dejar las cosas claras, sentaros en el sofá beige que fuimos a elegir a la tienda y hablar. Si me necesitas, me tendrás al otro lado de la línea en cualquier momento" Hicieron falta media hora y tres promesas para que aceptara dejar la sesión del jueves y hablar contigo. 

Estaba totalmente expuesto. Si hubiera seguido con su juego, ese sería el momento en el que habría sacado su sonrisa sádica y se habría marchado. Pero no ocurrió, me hizo estar un poco más seguro de que no jugábamos. 

—¿Qué tres promesas? —preguntó. 

—"Todo saldrá bien, estaré ahí si me necesitas y las segundas oportunidades a veces son como las terceras, funcionan." Si hubiera ido a mi cita con él, como hacía siempre, hubiera podido hacer algo. El forense dijo que murió a la cinco y media, yo habría estado con él, ¿y si hubiera querido despedirse de alguien? Estuvo solo, pasó toda su vida siendo alguien a quien la gente necesitara y cuando él necesito a alguien no había nadie. Se marchó solo. 



#7298 en Joven Adulto

En el texto hay: pasado, odio, compartir piso

Editado: 14.03.2021

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