Con mi padre ser una adolescente rebelde era algo sencillo, por ejemplo, si decidía desayunar antes de prepararme para salir o osaba salir de mi cuarto con el pijama puesto, me gritaría que estaba castigada de por vida. Si lo hacía tres veces seguidas ya sería toda una rebelde.
Es fácil no cumplir las normas cuando tú vida está basada en ellas.
Nunca conocí a mi madre, una vez vi una foto, estaba metida bajo un armario, cuando papá la vio la quemó, supuse que así eran como habían terminado todos los álbumes familiares que alguna vez habíamos tenido. Con esa foto supe dos cosas: Había heredado el pelo de mi madre y teníamos la misma nariz.
El pelo y la nariz. Aquel fue mi mayor descubrimiento en años. Aún recuerdo lo que ocurrió cuando mi padre me pilló…
—Pensaba que me había deshecho de todas. ¿Dónde estaba?
Mi padre podía ser como un coronel, aunque era abogado, cuando él estaba en la misma habitación que yo, por impulso, me colocaba en una postura erguida y con la barbilla en alto.
—La encontré debajo de un armario.
—¿Qué hacías buscando bajo los muebles?
—Buscaba una de mis ligas.
Se acercó lentamente hasta mí y me arrebató la foto de un tirón; tarde, ya había memorizado hasta la última parte de la que era mi madre.
—Nunca me gustó ese pelo, tenía unas horrendas semi ondas en las puntas del pelo, ni liso ni ondulado. Suerte que tú casi no lo heredaste y con el tiempo te ha desaparecido, aunque no te has librado del negro. —agarró un mechón de pelo y le dio un pequeño tirón— Al menos eso pudimos arreglarlo.
—¿Cómo... Cómo era? —la primera vez en años que preguntaba por ella. Desde que había tenido conciencia de que todos los niños de mi clase tenían dos padres y no uno, había empezado a hacer preguntas. Me dijo que yo no tenía madre, que esa mujer era una mala persona y no debía volver a hablar de ella.
No lo hice.
—Descabellada y poco correcta. Jamás debí haberme casado con ella. ¿Alguna vez te conté por qué nos separamos? —Negué con la cabeza— Cuando naciste le expliqué todo lo que debíamos hacer si resultabas ser defectuosa. Se negó y cuando no estuvo dispuesta a dar su brazo a torcer y se dio cuenta de que yo no estaba dispuesto a dejarte desprotegida me pidió el divorcio y tu custodia. Gané y tú te quedaste conmigo, jamás volví a saber nada de ella. No te quería.
Parecía bastante feliz conmigo en brazos en aquella foto, como si me quisiera.
—Nunca olvides que soy el único que te quiere, Blue.
Suspiré y me armé de valor. Lo había decidido incluso antes de ver la foto, llevaba meses pensándolo.
–Papá... Querría dejar de decolorar mi cabello.
—¿¡Después de lo que acabo de contarte me preguntas esto?! Jamás, Blue, no vuelvas siquiera a pensarlo. No quiero nada que te una a esa mujer y tu pelo es una de esas cosas.
—Lo siento.
—Eso imaginaba.
Se marchó dejándome sola en mi cuarto. Se llevó la foto con él.
Una semana después comencé rebeldía. Papá me había prohibido dejar de decolorar mi pelo, pero no había especificado más que eso. Siempre venía una peluquera a casa cada cierto tiempo.
Norma número 13: Nadie puede saber el verdadero color de mi pelo.
Esa fue una de las normas que más me costó asimilar. A día de hoy sigo sin hacerlo. Entendía a mi padre aunque él no me entendiera a mí. Un día que él había salido y yo tenía que retocarme el pelo, me giré y hablé con la peluquera.
—¿Podrías decolorarlo más? Dejarlo blanco en lugar de rubio.
Papá no estaba para negarse. Fue el primer día que tuve el pelo blanco, papá me castigó durante tres meses, pero al final no le quedó más remedio que aceptarlo, si no podía usar mi color natural, tampoco sería rubia.
Así descubrí una cosa: Tenía opciones, podía jugar en la fina línea entre lo que debía y no debía hacer.