La tensión persistía en la sala de interrogatorios mientras la detective veterana miraba fijamente a Evelyn Mitchell. La viuda se retorcía ligeramente en su silla, consciente de que estaba atrapada en una encrucijada.
—Señora Mitchell —dijo la detective con un tono firme pero comprensivo—, ¿cuándo va a confesar que ya sabía sobre las fotografías comprometedoras de su esposo?
Evelyn desvió la mirada, visiblemente incómoda ante la pregunta directa. Sus manos temblaban levemente mientras respondía con voz apagada:
—Lo descubrí hace unas semanas, pero... no quería enfrentar la realidad. Contraté a un investigador privado para que siguiera a John durante las últimas semanas antes de su muerte.
La confesión de Evelyn dejó perplejas a las detectives. Habían estado investigando este caso sin saber que la viuda estaba al tanto de la relación de su esposo con Claire.
Entonces, la detective veterana intervino:
—¿Cree que este investigador privado podría estar involucrado de alguna manera en la muerte de su esposo?
Evelyn negó con la cabeza, sus ojos llenos de lágrimas.
—No puedo estar segura. Nunca vi la cara de esa persona; solo me comunicaba con ella a través de mensajes anónimos, y enviaba el dinero a una cuenta de banco en el extranjero. Luego, las fotografías llegaban cada semana.
La situación se volvía cada vez más intrigante. La detective veterana, con una expresión seria, continuó el interrogatorio.
—Señora Mitchell, ¿por qué ocultó esta información hasta ahora? ¿Por qué no la compartió con la policía desde el principio?
Evelyn bajó la mirada, su voz quebrándose mientras hablaba.
—Porque en una de las últimas fotografías había… había una ecografía.
Las detectives quedaron momentáneamente sin palabras ante esta impactante revelación. La investigación había dado otro giro inesperado, y ahora se enfrentaban a la complejidad de una relación matrimonial marcada por secretos y traiciones. La verdad detrás de la muerte de John Mitchell parecía más esquiva que nunca, y estaban decididas a descubrirla, sin importar cuán oscuros fueran los secretos que encontraran.
Thomas, el mayordomo de la familia Mitchell, se encontraba en la sala de interrogatorios con una extraña serenidad que me inquietaba. Su mirada estaba fija en el suelo, como si estuviera perdido en un torbellino de pensamientos. La tensión me estaba matando mientras esperaba a mi compañera, que había salido brevemente de la sala.
Después de unos momentos, la detective regresó acompañada por un hombre alto y robusto que se presentó como el abogado de Thomas. Extendió su mano, y luego de un apretón firme y cortés, ocupó su lugar junto a su cliente.
Una vez todos estaban sentados, la detective veterana invitó a Thomas a continuar con su relato. Antes de hacerlo, el abogado le susurró algo al oído y el mayordomo comenzó su narración con un tono de voz tranquilo.
—No recuerdo la fecha exacta, pero sé que la señora Mitchell me llamó a su despacho. Ella me dijo que creía que el señor Mitchell corría peligro y que necesitaba que contratara a un detective privado para protegerlo.
Thomas se frotó las manos nerviosamente antes de continuar.
—Confieso que en ese momento me sentí un poco decepcionado con la señora Mitchell. Era evidente que su intención era seguir a su esposo y no cuidarlo; debido a esas sospechas para con la señorita Claire. Aunque yo estaba al tanto de esa supuesta "relación", sentía que no me correspondía involucrarme en asuntos personales de la familia.
El abogado de Thomas susurró algo nuevamente, y el mayordomo prosiguió con su relato.
—No estaba seguro de qué estaba ocurriendo, pero seguí las instrucciones de la señora Mitchell y contraté al detective privado. Desde entonces, he estado observando cómo sucedían estas cosas.
Quedé intrigadísima por el giro de los acontecimientos, entonces pregunté:
—¿Por qué cree que la señorita Claire pudo estar involucrada en este asunto?
Thomas parecía incómodo mientras respondía:
—Es solo una suposición, señorita. No tengo pruebas sólidas. Solo sé que la señora Mitchell estaba preocupada por la relación de su esposo con la señorita Claire.
La detective veterana, sin embargo, tenía una pregunta más concreta en mente.
—Sr. Thomas, ¿puede decirnos por qué cree que la ecografía que encontramos no puede pertenecer a la señorita Claire?
Thomas se aclaró la garganta antes de responder con solemnidad:
—Ese bebe no puede ser del señor Mitchell, señora detective. Simplemente, no puede.
La detective veterana mostró la ecografía a la secretaria de John Mitchell. Claire la miró por un breve instante y luego la dejó sobre la mesa con calma. La detective, enfurecida, le recriminó que estuviera fumando sabiendo que estaba embarazada. Claire, en cambio, respondió de manera tranquila y serena.
—Esa ecografía no es mía, detective. No estoy embarazada, y estoy dispuesta a someterme a cualquier análisis para demostrarlo.
La tranquilidad de Claire ante la acusación me sorprendió. Sin embargo, mi compañera estaba furiosa.
—¡No juegues con nosotras! —exclamó con enojo—. Sabes que pronto serás trasladada a una clínica para realizar los análisis correspondientes.
Claire, sin inmutarse, levantó los hombros en señal de que esa amenaza no la asustaba.
—Pueden hacer lo que quieran, detective. Estoy segura de que no encontrarán ningún rastro de embarazo en mí.
A pesar de sentir que Claire estaba jugando con nosotras, note un cambio: su rostro se puso serio mientras hablaba con determinación.
—El bebé de esa ecografía no es mío. John me confesó que se hizo la vasectomía hace varios años.
Las palabras de Claire dejaron a las detectives perplejas. Si John Mitchell, en efecto, se había sometido a una vasectomía, entonces el bebé de la ecografía no podía ser suyo. La investigación se estaba volviendo cada vez más confusa, y estaban lejos de descubrir la verdad detrás de este enigma.