Las calles del norte de la ciudad son extremadamente limpias. Con sus perfectos jardines, perfectos autos y perfectas casas gigantes. Solo estuve un par de veces aquí, y fue porque Samanta solía amar montar bicicleta en estas calles tan impolutas. A su tía no le agrado. Varias veces la escuché prohibirle a Samanta andar conmigo, pero ella siempre me defendió. Con cada comentario despectivo hacia mí o mi familia, ella saltaba como un león embravecido y dejaba de visitar a su tía durante varios días.
Me sorprende que su madre le haya permitido quedarse aquí. Samanta odiaba visitar a su tía, y a sus primos.
Al llegar a la acera del frente, observo la casa de dos plantas, y rejas altas. No tengo idea qué hacer ahora. No es como si pudiese tocar y entrar. Tal vez alguien de estas personas ricas llame a la policía si me ven espiando, pero no estaba pensando con claridad al venir aquí. Creo que me estoy volviendo loco, y por eso actúo así. En mi mente solo la tengo a ella, y el deseo ardiente de encontrar sus ojos verdes mirándome fijamente. Solo necesito volver a verla para que mi corazón pueda latir con tranquilidad como antes de que ella se fuera.
Aspiro una bocanada de aire, mientras doy un paso vacilante hacia la verja. Me tiembla todo el cuerpo. Siento miedo, pero a la vez emoción. Una sonrisa aparece en mis labios, y soy transportado al último recuerdo de nosotros jugando en estos jardines.
—¡Damián, no hagas trampa, o le diré a mi mamá! — Dice ella quejumbrosa—
—¡No estoy haciendo nada! solo soy mejor que tú con la pelota, Samanta—Respondo riendo feliz ante su cara toda enrojecida por el sol— ¡Pareces un tómate! —
—Más te vale no burlarte de mí, tonto. No voy a ir a tu fiesta de cumpleaños si sigues viéndome con esa cara—
Observándola, mi corazón se siente ligero. Puedo estar todo el día viendo su rostro sonriente y hacer cualquier cosa para hacerla feliz.
Siento que las cosas están cambiando entre nosotros. Lo que antes se sentía como un juego, ahora es algo significativo. Espero que ella note cuánto la quiero. Cada vez que la veo con shorts y la camiseta de mi equipo de baloncesto favorito, quiero tomarla entre mis brazos y besarla.
—Samanta, vienes conmigo mañana al partido, ¿cierto? Mi madre puede llevarnos—
—¡Claro que sí! — Chilla emocionada, corriendo hacia mis brazos— Espero que anotes muchos puntos, si no mis amigas me van a molestar—
Sus pequeños brazos rodeando mi cuello remueven todo tipo de emociones en mi pecho. Adoro cuando lo hace. Es como si sus brazos fueran mi lugar perfecto. No quiero soltarla nunca. Necesito decirle cuánto la amo, y como quiero ser su novio ideal. Lo que deseo que pase entre los dos, me asusta. Y seguro la asusta a ella también, pero ya no puedo seguir fingiendo. Sé que somos muy jóvenes, y si ella decide esperar, esperaré todo el tiempo que sea necesario. La quiero en mi vida pase lo que pase.
—Quiero que me acompañes después del partido— Susurro con el corazón desbocado, absorto en sus ojos verdes—hay un lugar muy bonito cerca del deportivo—
Me sonríe casual, separándose un poco.
—No creo que pueda— Se lamenta—Ya sabes cómo es mi mamá. Va a llamar a la tuya, y le va a decir que me mantenga vigilada—
—Es solo un rato, Samy. Me gustaría hablar contigo de algo importante—
—¡Nos vemos todos los días a toda hora! — Exclama riendo—Podemos hablar en cualquier momento—
Da media vuelta, recoge el balón, y lo tira con fuerza contra mi pecho. Me mira suspicaz, y no puedo evitar sonreír como idiota. Luce hermosa.
—Estás muy raro. ¿Qué tienes planeado? Sabes que no me gustan las sorpresas, Damián. Eres mi mejor amigo, no debes ocultarme nada—
Niego con la cabeza, acercándome a ella.
—Jamás te ocultaría nada. Por eso quiero hablar contigo a solas—
—Bueno, podemos hablar en tu cumpleaños. Solo faltan cuatro días— Agrega encogiéndose de hombros—
Aquella tarde fue la última vez que estuvimos realmente juntos. Ella vino al partido, pero estaban también sus amigas, y no pude estar con ella tanto tiempo. Al día siguiente fui a su casa, pero su mamá la llevó donde su tía y ya no pude verla. Volví a buscarla al siguiente día y fue más de lo mismo. Hasta que llegó a mi fiesta de cumpleaños con una expresión ausente, y con lágrimas en sus ojos me dijo que tenía que irse y que ya no podíamos ser amigos.
—Hola ¿Y tú quién eres? —
La voz dulce de una chica me sorprende sacándome de mi ensoñación. Vuelvo la mirada, y encuentro un par de ojos oscuros, mirándome con aparente interés… Es la misma chica que estaba con Samanta en la pizzería.
—¿Hay una razón especial por la que estés mirando fijamente la casa? —
Carraspeo incomodo, mientras lucho por encontrar una excusa.
—Ah, yo… Hmm… yo…estaba …—
Ríe, sacudiendo un poco su cabeza.
—No tienes que ponerte nervioso. ¿Vives por aquí? —
—No. Solo estoy de paso. Es que me causó curiosidad el jardín de esta casa—Respondo con rapidez—
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Editado: 10.10.2025