Dos semanas. 14 días y 336 horas, sin saber nada de Samanta desde que supe que regresó a la ciudad.
Es viernes, cinco y media de la tarde. Estamos en el coliseo de la universidad pública del estado. El entrenador está dando su charla motivacional mientras todos prestamos atención a sus indicaciones. Es el partido de la semifinal. Hemos sido constantes durante los entrenamientos, y el equipo mantiene un espíritu positivo. Queremos ganar e ir a jugar la final con el mejor equipo intercolegial de la ciudad. Los Vikingos de la escuela Hamilton.
Desde que supe que Samanta está estudiando allí, solo tengo un pensamiento en mente. Ganar. Hace dos largas semanas que no sé nada de ella. No hay rastros de su presencia. He intentado investigar su paradero, pero no obtengo ningún tipo de información. Ni siquiera con mi madre. Es como si hubiese desaparecido de nuevo, y eso me tiene muy inquieto. Dar un paseo cerca de la casa de su tía ya no es una opción. El otro día una señora mayor me vio espiando, y al rato apareció un policía haciendo preguntas. Como no traía identificación llamaron a mi mamá, y bueno, las cosas se pusieron algo complejas. Me amenazó con sacarme del equipo sino dejaba de acosar a Samanta.
En el momento que utilizó la palabra “acoso” mi pecho se apretó dolorosamente. Mis padres nunca opinaron acerca de mis sentimientos por Samanta. Entendieron lo importante que ella es para mí desde el inicio, y eso me mantuvo tranquilo. Cuando mi mamá habló conmigo, había un tono de decepción en su voz por lo que no pude evitar pensar que quizás todos tienen razón, y lo que siento por Samanta raya en el acoso, y no en el amor.
Pasé toda la noche despierto analizando cada uno de nuestros momentos juntos. No había nada entre los dos que fuera malo, o desubicado. Nuestra amistad siempre fue sincera y sin mañas. Solo después de mi cumpleaños número doce fue que me di cuenta que tenía sentimientos por ella más allá de la amistad. Jamás intenté hacer nada que la perjudicara. Guardé silencio, esperando que quizás con el paso del tiempo aquellos sentimientos desaparecieran. Sin embargo, mi amor por ella fue creciendo más y más.
—Damián. Estoy muy nervioso. ¿Crees que podamos ganar? Ellos son mucho más altos que nosotros—Dice en voz baja James—
Lo miré con el ceño fruncido.
—No es hora de dudas, James. Necesito que ganemos sí o sí. Es la única manera de ir a Hamilton y ver si Samanta todavía sigue allí—
Resopló.
—Eres el capitán. Deberías estar pensando en el equipo no en esa niña rubia. Pon la cabeza en el juego, joder—
—Créeme, tengo la cabeza completamente en el juego. Vamos a ganar, y si tu culo tiene miedo, entonces dile al entrenador que no quieres jugar. Hoy el equipo debe estar al cien por ciento—
—Cállense. El entrenador está hablando— Murmura un compañero mirándonos de reojo—
Esperé paciente las indicaciones finales, y justo antes de salir por los pasillos hacia la cancha, reuní al equipo y mantuve la energía al límite. Era capitán desde hace tres años, y de alguna manera me gané el respeto de los chicos. Siempre estoy un paso delante, entreno más fuerte, mantengo mis notas altas, y guardo una buena aptitud. Todo por el equipo. A pesar del escándalo en la hamburguesería con Estefany, las cosas se han mantenido tranquilas. Recibo algunas miradas de disgusto por parte otras chicas, pero las ignoro y me concentro en lo que más importante. Samanta, y el equipo. Odio estar metido en líos de chicas. De hecho, es mi primer desliz, teniendo en cuenta que ninguna pudo llamar mi atención desde que Samanta se fue. En la escuela soy una especie de héroe por haber follado con la chica más popular. Sé que Estefany dice cosas sobre mí en los pasillos, pero ha hecho el efecto contrario y ahora algunas niñas quieren salir conmigo.
Ben no deja de molestarme con eso, y lo tengo cada dos por tres diciéndome que necesito aprovechar la oportunidad. James por su parte solo se ríe del acoso femenino al cual soy sometido todos los días, sobre todo en la cancha cuando estamos entrenando. Pasé de ser el chico educado, solitario y melancólico, a ser el chico que todas quieren tener. La popularidad es una mierda.
—¡Hey, equipo, hoy es nuestro día! — Grito por sobre el sonido ensordecedor de la música afuera— ¡Hemos entrenado como locos, así que salgan y den lo mejor que tengan! ¡Vamos por ese trofeo, y el pase a la final!
Todos comienzan a gritar eufóricos, y sonrío sintiendo la energía a tope.
El entrenador asiente satisfecho, e iniciamos la entrada a la cancha, la multitud enloqueciendo. Puedo decir que toda la escuela está aquí. Pancartas, y globos adornan las tribunas. La música ambienta perfecto el lugar, y el equipo se siente confiado.
No hay nada que pueda impedir que ganemos. Necesito con desesperación entrar en Hamilton y verla. Es ahora o nunca.
—Hey, cuento con ustedes— Les digo a mis amigos mientras nos ubicamos en nuestras posiciones—
—¡Oh mierda, será una locura! — Exclama Ben emocionado—
James sacude la cabeza y ríe.
—Ese trofeo es nuestro, Damián, relájate—
El primer pitazo resuena en el coliseo y de inmediato siento la adrenalina recorrer mi sistema. Amo jugar Básquetbol. No puedo imaginar practicar otro deporte, a pesar que mi madre lo intentó con patinaje. Quiero hacer una carrera en el deporte. Ser y estar entre los mejores de la liga. A pesar que descuidé un poco los entrenamientos, soy uno de los mejores manejadores del balón. Aunque mi posición inicial fue escolta, el entrenador ha probado conmigo la posición de Base y Pívot.
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Editado: 10.10.2025