Soy Damián

Capítulo 12

El viento frio de la noche refrescó mi cara. Las calles se volvieron más oscuras y silenciosas a medida que nos alejábamos de la casa de Brian. Samanta conducía un auto de lujo, y no pude evitar quedar absorto en sus piernas torneadas debajo de sus jeans, mientras maniobraba los pedales. Dejé salir un suspiro, intentando pensar en los errores que cometí en el partido. Necesitaba una distracción urgente, o de lo contrario las cosas se pondrían muy incomodas para mí. Su fragancia dulce y elegante estaba en todo el maldito auto, haciéndome babear y querer aspirar una bocanada de aire para llenar mis pulmones de su olor.

Tosí un poco, intentando calmar el latido errático de mi corazón.

—¿Adónde vamos? — Pregunté finalmente, mi voz algo ronca—

—A mi casa— Respondió con tranquilidad—¿Cómo te sientes de tu golpe? ¿Es muy grave? Parece que conseguiste enfermera gratis. Estabas muy contento con los cuidados de Estefany—

La miré con el ceño fruncido.

—Ella estaba siendo amable. Y son solo golpes, nada de qué preocuparse. ¿Por qué vamos a tu casa? —

—Vamos hablar y ese es el único lugar que se me ocurrió. Mi tía se fue de viaje esta mañana. Tengo una llave de repuesto que utilizo para cuando ella se va. No podemos entrar por la puerta principal. Tenemos que ir por la puerta lateral que da a la cocina. No hay cámaras de ese lado de la casa—

—Está bien, como prefieras— Murmuré—

Condujo casi rebasando el limite de velocidad, pero no quise decir nada temiendo su mal humor. Era obvio que algo estaba molestándola por como apretaba sus manos en el volante. Cuando finalmente giró en la entrada que da hacia las casas de los ricos, me miró brevemente antes de detenerse, y apagar el motor.

—Mi tía tiene dos perros, por favor no hagas ruido—

Asentí en silencio, y salimos del auto. Me guio por un sendero que daba a la puerta trasera con rejillas llenas de enredaderas. Sacó una pequeña llave del bolsillo de sus jeans y abrió. Todo estaba oscuro, por lo que caminé despacio intentando no tropezar con algo y caer. No solo por los perros, sino también por mis costillas. En este momento están lo suficientemente atrofiadas como para soportar otro golpe.

Al entrar al silencio de la casa, me tomó de la mano, e hizo que la siguiera escaleras arriba. Estaba como en piloto automático. Ella tenía todo el control sobre mí, y no pude evitar pensar en lo bien que se sentía sus dedos entrelazados con los míos.

—Esta es mi habitación— Dijo deteniéndose en una puerta decorada con algunos emoticones chistosos—

Entramos juntos, y ella se acercó a una pequeña lampara de color rosa ubicada al lado de su cama. La habitación se iluminó con luz tenue, permitiendo observar su expresión ansiosa. Me sorprendió verla tan nerviosa, pero decidí esperar que ella tomara la iniciativa. Samanta nunca fue una chica insegura. Es más, siempre admiré la seguridad con la que enfrentaba sus problemas. Que ella haya decidido traerme a su casa conociendo el riesgo, es un indicio de que algo importante le pasa.

—Es muy bonita tu habitación— Comenté para cortar el silencio entre nosotros—

—Si, es bonita. Completamente del gusto de mi tía. Por eso no me gusta—

—Lo supuse. Nunca te agradaron los tonos pasteles, y está habitación parece decorada por la hermana pequeña de peppa pig—

Resopló con una sonrisa mientras se dirigía a la ventana.

—Odio a peppa pig. No entiendo como le puede gustar eso a los niños—

Sonreí cariñosamente.

—Esa fue una de las razones por las que te convertiste en mi mejor amiga a los nueve. No eras nada parecida a las otras niñas—

Dio media vuelta, y me miró con seriedad.

—¿Nunca te molestó que no fuera como ellas? Solían jugar a las casitas, y fingir ser las perfectas hadas, o barbies—

—No. Al contrario. Amé que fueras despreocupada. Andando en bici con tus camisetas gigantes, y jeans rotos— Respondí sonriendo ante el recuerdo— Después te gustó el básquetbol igual que a mí, y partir de allí todo mejoró—

—Me gustó el básquetbol por ti. En realidad, amaba patinar, pero después que tu mamá te cambió de escuela, quise seguir tus pasos. Eras como mi modelo a seguir—Añadió sacudiendo su cabeza, como si no creyera sus propias palabras—Tengo que decirlo, muchas veces fuiste molesto. A veces mis padres me comparaban contigo. Mi única ventaja frente a ti, fue el dinero. Nosotros somos de familia adinerada, y tú no

La confesión sobre el dinero rompió la nostalgia de recuerdos. La división entre nuestras familias se hizo más evidente a medida que íbamos creciendo, por eso me sorprende que hable de cómo sus padres la comparaban conmigo, siendo que ella siempre obtuvo la ventaja sobre mí en todo. Solo porque su padre pagaba lo mejor para ella.

—Samanta. ¿Por qué estamos aquí? — Pregunté, mi voz forzada a sonar firme, aunque por dentro solo quería acercarme a ella—

Sonrió, pero el gesto no llegó a sus ojos. Dejó salir un suspiro, y señaló el espacio vacío entre nosotros, la tensión alrededor volviéndose asfixiante.

—Es lo que quieres, ¿cierto? Un momento a solas conmigo para descargar toda tu frustración y emociones por haberme ido. Aquí estamos, Damián. Por fin solos, sin que nadie nos interrumpa. Puedes hablar de cualquier cosa. Aunque ya lo hicimos antes, siento que aún hay muchas cosas que decir entre nosotros—




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.