¡soy gay!

Capítulo 4

 

Dicen que alguien que va de cama en cama, de cuerpo en cuerpo, de boca en boca, es incapaz de sentir dolor, de sentir algo mas que el placer que deja una noche, el sexo. Eso es una enorme mentira. Estoy muy seguro, que lo que siento en este momento, no es solo el orgullo herido por no salirme con la mía. Algunos de mis amantes se dieron la vuelta, tan pronto como acabamos y tiempo después hicieron su vida por otros y otras, y yo seguí como si nada hubiera pasado. Porque simplemente no eran mas que sexo, el chico de turno, un buen momento.

Así que Andrés gilipollas no debería significar nada. Él solo debería ser un intento fallido, uno de esos ligues que salen mal, pero es justamente ese el detalle, que desde un inicio fue un error y ahora debo pagar por ello.

―Que carita.

―No molestes ―gruño dirigiendo una mirada asesina a Pancha, que me ignora y se siente del otro lado de mesa, incluso dejando de lado buscar su cereal como cada mañana.

―¡Oye! Tranquilo. ―Eleva las manos, disfrutando de meterse conmigo y es que no lo negare, siempre soy yo quien la jode, así que seguro no lo dejara pasar―. ¿Qué pasó anoche? ― ¡Maldita sea! Esta es bruta, pero el chisme no se le ha escapado y no tuvo mas que sumar uno mas uno, para saber que tiene que ver con el inútil ese, al que ni las buenas noches les di. ¡Ja! Solo eso faltaba―. Ni siquiera esperaste a que llegara mi mamá y eso ―hace una pausa, señalándome con la caja de cereal, que poco a poco ha ido arrastrando a su lado de la mesa, pero hoy ni siquiera quiero pelear por eso―, si que es raro.

Cierto. Tiene algo o mucha razón. Mi berrinche me ha hecho olvidarme de que se suponía estaría al pendiente de Rebeca y de como le resultaba la cita. Pero nadie puede culparme, fue una cosa monumental lo que ese soltó como si me estuviera dando el clima. Y aun no se me pasa, incluso falto poco para que agarrara mis tiliches y me fuera con Evan. Y no es que se tratara de quitarme la picazón o actuar por despecho, sino que necesitaba alguien que pudiera entenderme o al menos escucharme y él, es algo así como un buen amigo que sabe todas mis andanzas, incluido lo que pasó esa horrible noche con Andrés cabronazo.

¡Casarse! Sera cabrón. O sea que solo vino para restregármelo en la jeta, para hacerme saber que se arrodillaría como en las malditas novelas y le pediría… ¡Ah, Dios! Que mejor no sigo porque me dará diarrea del coraje. Ya hasta el hambre se me quito.

Me encuentro con la mirada de arpía de mi hermana, que anda viendo que me saca.

―¿Y qué me dices tú? ¿Dónde demonios andabas metida anoche? ―Su expresión petulante desaparece.

―¿Yo?

―No, yo. Claro que tú. ¿Se te olvida que tienes una hija que cuidar?

―Estaba por ahí. No en una cita, como mi madre.

Y dale con Rebeca. Lo que quiere es que me olvide que andaba quien sabe dónde, nada bueno, seguramente. En serio, que algunas mujeres no aprenden.

―Rebeca ya está bastante grandecita para saber lo que hace y si se deja meter mano, no quedara panzona… ―Es solo el reflejo lo que me salva de un chanclazo seguro―. ¡Que te pasa! ―Le grito a mi progenitora, que, desde la puerta, ya prepara el siguiente proyectil―. ¡Vas a romper algo! ―Hasta suerte tiene que ha rebotado en la pared y no en las tazas, aunque lo mas seguro es que me echara la culpa a mí. Por hacerla enojar, esa ya me la conozco.

―Tú siempre hablando mal de mí. Pinche, Peter.

―¡Que! ―La miro con la mano en el pecho―. Pero si te estaba defendiendo. ¿Y así me pagas?

―No es cierto, mami. Estaba diciendo cosas malas.

―Tú cállate, Pancha. ¿Dónde andabas anoche? ¿Por qué no estabas cuidando a tu hija?

Bueno, a esta tampoco se le escapa nada. Yo no sé como hacen las mamás, pero siempre saben todo lo que pasa en la casa. ¿Tendrán cámaras?

Pero eso le pasa a la Pancha por andar de metiche. Si, seguro que anda ya de tanga fácil.

―Solo salí un ratito.

―Que ratito ni que nada ―digo, antes de que le dore la píldora a mi madre―. Tienes una hija, no puedes desentenderte de ella. ¿Qué hubiera pasado si yo no estaba? Ni siquiera te preocupas por saber si hay alguien que la cuide.

―Estaba Sara.

―No es la hija de Sara, es tuya. Es tu responsabilidad.

―Tu hermano tiene razón. ―Miro a mi madre, fingiendo tanta sorpresa.

―Vaya. Hasta que alguien se da cuenta.

―No empieces, Peter. ―Agita la chancla y eso basta para calmarme―. Y tú, Pancha. Ninguno de nosotros te ayudamos cuando la hiciste, así que no deberíamos ayudarte a cuidarla, podemos, pero tampoco te aproveches y menos para andar haciendo quien sabe que cosas.



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Editado: 08.01.2020

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