―¿Realmente te acostaste con él? ―pregunta Sara, con ese tono conciliador que usa cuando te da el beneficio de la duda.
Sigue siendo tan inocente, apuesto que hasta mi madre sabe que Pancha en mas culpable que el que le agarró la pata a la vaca.
Nos encontramos en la cocina, después de que la tormenta ha pasado y no hubo muertos, solo desgreñadas, algunos puñetazos y rasguños. Lo único bueno de todo este arguende es que nuestros invitados se han retirado, Matías ha sido asignado para acostar a mi sobrina y nosotros le hacemos la quinta inquisición a mi hermana, que más bruta no puede ser.
La mujer ha venido furiosa, porque le llegaron rumores de que Pancha tenia sus cosas con su marido. Mmm… lo cierto es que no sé que pensar, yo diría que si, pero no cuadraría ya que la vi con el Ezequiel la otra noche.
―Eso fue hace mucho ―murmura frotándose el cachete, donde le dieron un buen golpe.
Lo dicho, no es mas bruta porque no puede crecer más.
Sara ha pasado de serena a molesta, claramente también tiene un límite y no saber que decir. Imagino que mentalmente le ha llamado por muchos nombres.
Rebeca permanece pasmada, cosa que me preocupa un poco, siempre es de las que arroja la chancla y luego pregunta, pero hoy se mantienen en silencio.
―¿Y no te da vergüenza admitirlo? ―pregunto―. No puedo creer que aún no seas capaz de elegir mejor tus presas, para evitar este tipo de problemas. Deberías aprender a mí, nunca me he metido con alguien que tenga compromisos. ―Excepto al Andrés, pero ese no cuenta.
Mi madre me mira como diciendo “no me ayudes compadre”. Solo me encojo de hombros. Admito que no soy el mejor mediador.
»Es la verdad. Porque hasta para eso hay que ser inteligente. Y primero te dejas empanzonar y ahora con esto.
―¡Peter! ―Sara me lanza una mirada horrorizada, pero la Pancha no se inmuta.
―No es mi culpa ―gruñe cruzándose de brazos―. Ellos me buscan. No estoy obligando a nadie.
―No puedes decirlo en serio. Aunque te busquen, son hombres casados ―replica Sara, quien se ha olvidado de mi anterior comentario y parece querer arrojarle cosas por la cabeza.
―¿Y a mi qué? Ellos son los que tienen un compromiso, no yo.
―¿Y tu hija? ―le recuerdo, comenzando a cansarme de esta discusión. Que ni siquiera deberíamos de estar teniendo. Digo, hay que tener sentido común, ya no es una niña, es mayorcita y lo que es mas importante, tiene una criatura, que ruego a Dios no le saque eso.
El golpe de un vaso siendo dejado en la mesa, con cero delicadeza, nos hace callar y mirar a mi madre, que mantiene una expresión tan seria como nunca antes le he visto.
―Yo no te eduque para que hicieras este tipo de cosas ―habla con un tono que da miedito―. Debería darte vergüenza. Como dice tu hermana, no se trata de ellos, se trata de ti. Tienes una hija, es hora de que te responsabilices.
―Pero…
―Pero nada. No había querido intervenir, ni decirlo, pero esto es el colmo. Estoy cansada de esto, estoy tratando por una vez de hacer algo para mí, pero… ―hace una pausa, dejando caer los brazos, como si perdiera las fuerzas―. ¿Cómo puedo hacerlo cuando debo andar detrás de ti?
Por una vez miro admirado a mi madre. Lo que ha dicho es tan cierto, ella nunca nos ha educado de ese modo, incluso siendo joven cuando enviudo, nunca buscó hacer su vida con otra persona, por la razón que haya sido.
Y aunque nunca nos daría la espalda, pero entiendo su punto, Pancha ya no es la misma, ya no puede seguir queriendo llevar la vida que tenía antes de su hija y creo que lo ocurrido esta tarde ha llevado a mi madre a su límite.
»No había querido llegar a este extremo, pero te lo diré claro, o dejas tus andanzas o te vas a de la casa.
Hay un par de jadeos de mis hermanas, yo mentalmente aplaudo a mi madre, he querido hacer lo mismo hace mucho. Pancha sigue sin comprender que la vida no es solo ir de cama en cama, como si de un trampolín se tratara.
Oigan. Admito que he tenido mis aventuras, demasiadas, pero siempre he cumplido, tengo una fuente de ingresos y todo eso. Y lo que es mejor, nadie se ha quejado, ni he tenido esposas celosas que venga a querer matarme.
―No… no puedes decirlo en serio.
―Lo hago ―contesta con firmeza mi madre, sin ceder ante la expresión furiosa de Pancha, quien ya no parece tan tranquila.
―Pues… entonces me voy y te quedas con la niña.
―Vete, pero te llevas a tu hija…
―¡Mamá!
―Cállate, Sara. Es suya, tiene que cuidarla y mantenerla. Tener un hijo no es como hacer enchiladas, mojarlas y luego decorarlas.