Las despedidas no son lo mío, demasiado drama y llanto, de eso ya he tenido bastante, pero por mucho que he querido escapar sin decir adiós, no puedo evitar que vayan a la central de autobuses. Sara me abraza y repite su oferta de ayudarme con la niña, cosa que obviamente declino, eso sí, sutilmente para no herir sus sentimientos. Matías me desea suerte y pide que no me olvide de ellos. Me veo tentado a tocarle el trasero, pero me recuerdo que ahora soy responsable de un menor y que debo ponerle buen ejemplo, así que no lo hago. Mi madre me hace prometer que la llamare, todos los días, a todas horas. Solo le doy el avión. Claro que llamare, pero no tengo idea como nos irá con tantos cambios y es mejor no dar falsas esperanzas. Ismael no dice mucho, pero por su expresión, me temo que sabe algo de lo que pasó con Andrés. Me hago el loco, como si no me diera cuenta.
Pensar en él me duele un poquito, pero lo cierto que después de anoche y ese extraño intercambio de frases, el resentimiento que tenía ha disminuido. Ivonne tiene un punto, no todos pasamos por el cambio del mismo modo y alguien que ha vivido cubriendo apariencias o sin estar seguro de sus gustos, no cambiara de un día a otro. Por otro lado, todas las dudas sobre nosotros las he dejado en pausa, es decir, no me voy a engañar, porque ya estoy algo grande para eso, quizás nunca lleguemos a nada. Aunque esto es una especie de tiempo fuera y él pareció tomarlo de buena manera, soy consciente de que Andrés es guapo y es solo cosa de tiempo para que tenga galanes detrás de él. Y yo, yo solo tengo labia, un sentido del humor torcido, mal gusto para la moda y una niña de un año que quiere echarse a caminar como Ana Guevara en las olimpiadas. Demasiado en mi plato, así que no todo se ha tratado de él, sino también de mí. No puedo ponerme a hornear, ni siquiera he preparado la masa. No obstante, por una vez siento que es lo correcto, tiempo al tiempo.
Hay otra frase que me gusta «lo que debe ser, será, y lo que no es, ni aunque lo obligues». O algo así era. Como quiera que sea, Reb y yo, nos montamos en el camión y despedimos a personas que nos han acompañado toda nuestra vida.
Es difícil, pero me obligo a no ponerme a chillar y mostrar una sonrisa. No es un adiós para siempre, pero de alguna manera, somos conscientes de que nuestros caminos están tomando rumbos distintos y que dejaremos atrás todas las locuras compartidas, las disputas y pullas que adornaban la cena. Creer y madurar duele, pero es proceso de la vida de adultos.
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Nos toma mas de 4 horas llegar a la ciudad de México, después de un tremendo atasco, esa es sin duda una de las primeras diferencias. Iván nos espera con una enorme sonrisa y un panda de peluche.
―¡Llegaron! ―dice quitándome la maleta de la mano, pero mirando con un enorme anhelo a la niña―. Le compre esto. ―Le da el panda y ella parece más que encantada con el juguete, aunque no parece dispuesta a que la cargue.
Claro, si se siente tan cansada y enfada como yo, no puedo culparla de ser quisquillosa.
―En cuanto se acostumbre a ti, dejare de la cargues todo el día, todos los días.
―También me da gusto verte. ―Agito la mano.
―No debería darte tanto gusto, te adelanto que ser padre no es sencillo ―expreso mientras nos dirigimos a la salida―. Espero estés preparado. ―Desde luego que hay cambios, pero no todo es tan malo.
Él saca el pecho y asiente. Realmente me alegra no embarcarme en esto solo y no podría tener un mejor compañero, porque Iván es casi como un hermano y nos entendemos demasiado bien.
―Soy yo quien debería preguntar si estás seguro de esto. ―Lo miro con curiosidad―. Me refiero a Andrés. ¿Seguro que quieres dejarlo?
Todo el mundo hace esa pregunta. No negare que estuve tentado a dar media vuelta y mandar todo al carajo, ser egoísta, pero si algo he aprendido en los últimos meses, es que una relación no debe ser una imposición y que ambos deben estar seguros o al menos dispuestos para que funcione. Y aunque él parecía dispuesto, no estaba seguro.
Si fuera él, tampoco estaría seguro, es decir, no estoy tan, tan mal, soy un desastre. Yo no saldría conmigo mismo. El punto es, que, si viene, nadie podrá culparme de influenciarlo, será decisión propia y no por haberlo corrompido.
―Lo último que quiero es que se recienta y nos amarguemos la vida, quiero que viva, experimente su sexualidad.
―¿Aunque no sea contigo? ―me pincha intencionalmente.
Eso ya lo he pensado y no soy un tipo virginal, sería el peor para recriminar sobre eso.
―Especialmente no conmigo. ―Me encojo de hombros, tratando de parecer indiferente―. Y ahora muévete, muero de hambre.
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