Sr. Grisper

SEGUNDA PARTE: LA DAMA

La ausencia del alma oscurece la existencia.

Aunque pasen mil siglos, y mi alma divague, tú seguirás vivo dentro de mí. Me sigo preguntando, por qué sigo yo sola aquí, ansío con desespero mi muerte, pero aún me falta tu respuesta para poder encontrarte en el más allá.

Si me escuchas amado mío, por favor contéstame, envíame una carta para poder aliviar mi desesperación. Solo te pido una señal para poder acompañarte.

— Anna, ¿estás bien? Despierta.

Escuche el susurro de mi compañera mientras entreabría los ojos. La profesora se acercaba hacía mí.

— Si esta clase le parece aburrida, señorita Vega, puede ir a descansar a su casa. No es obligatorio estar aquí.

— Disculpe Maestra, ayer me desvelé haciendo el proyecto que nos dejó.

Ay, debí tomarme un café antes de salir. Ahora no me quitará de la mira.

— Bien, entonces lea el siguiente párrafo de la página en que estábamos.

Después de una larga clase, caminé por el parque. Saqué mi libreta y comencé a escribir algunos poemas. Me gusta escuchar a la naturaleza.

Hace dos años que mi esposo falleció, apenas nos habíamos casado. No lo supero, me advertían sobre las consecuencias de casarme tan joven, pero jamás pensé que la muerte estaba cerca. Ya ni siquiera puedo recordar bien su voz.

Lo único que me conecta a él son los poemas que le escribo en una carta, que lo más seguro es que esas cartas estén siendo llevadas a una trituradora, pero mientras no consiga respuestas, no me detendré.

Mi único día libre son los martes, y me dedico a escribir poemas para él. (Suena el teléfono)

— Anna, ¿Cómo has estado? — suena la voz del otro lado del teléfono.

¿Madre? Hace mucho no la llamaba, se me va la noción del tiempo. Debí comunicarme primero con ellos.

— Aló, madre. Soy yo, Anna.

— Hija mía, estaba preocupada por ti, tu padre y yo pensamos en ir a visitarte este fin de semana.

— Disculpa por preocuparlos madre, pero este fin de semana estaré ocupada.

— Esta bien hija, entonces veremos otro día. Te entiendo si aún no superas lo de Francisco, era un buen chico.

— Perdón madre, no quiero hablar de eso.

— Oh, discúlpame, hija.

— Paremos con las disculpas por hoy. Mándale saludos a papá.

Colgué y salí a respirar un poco. Tenía que escribirle la carta, a veces me pregunto si valdrá la pena.

San Francisco, 01 de diciembre de 1998

Espero verte de nuevo,

Cuando mi deseo se apague

Mis ojos se queden ciegos

Y mi voluntad momentánea

Se apacigüe en el tormento

En el silencio, te llamo, aunque sé que no respondes,

mis ecos de amor en la vastedad se pierden.

Aun así, en esta carta, mi alma desnuda,

esperando que, a tus manos, algún día, regresen.

Quizás el destino se apiade y cruce nuestros caminos,

quizás en otra carta, tu respuesta encuentre.

Hasta ese momento, en el umbral del olvido me hallo,

esperando, siempre esperando, a que el amor triunfe y regreses”

Anna V. R.

Me cansé de esperarte amor. Si no contestas esta última carta, ya no podré acompañarte. Al igual que como el Padre dijo “Hasta que la muerte los separe”, debemos aceptar que ya no estamos unidos.

Ya no quiero ser escritora porque solo pensaré en ti cuando escriba, así que buscaré una profesión más fácil y haré dinero rápidamente, ahorraré y luego viajaré por todo el mundo.

Me estoy precipitando, de pronto me respondes. Debo dejar de hablar sola. Voy dos semanas sin ir a mi psicóloga. Iré a verla después de entregar el sobre al correo.

En la entrega del sobre, me choqué con un hombre que se disculpó y avanzó sin antes mirarme de una manera extraña. Me retiré sin más comentarios.

— Anna, ¿Cuánto tiempo? Es bueno despejarse y encontrarte contigo misma.

— Doctora, disculpe por las ausencias, es como usted dice. Estaba despejando mis ideas.

— Me alegra, dime ¿hay algo que necesitas conversar?

— Así es. Le comenté sobre las cartas que envío al servicio de correo ¿verdad?

— Claro, cómo olvidarlo. ¿Pasó algo?

— Pues no mucho, creo que lo dejaré de hacer.

— Vaya, entonces no recibiste respuestas. Me parece una decisión madura. Lo estás tomando con calma y decides pasar la página.

— Pero ¿no estaré traicionándolo? ¿Me lo perdonará cuando me lo encuentre en la otra vida?

— Querida, estoy segura de que él ya te perdono. Solo falta que tú te perdones. Si él te ama como lo haces tú, entenderá que debes seguir adelante, disfruta de la belleza de la vida.

Necesitaba escuchar eso, pero no podré perdonarme si lo dejo.

— No puedo perdonarme, doctora.

— No tienes que hacerlo de un momento para el otro, perdonarte a ti misma lleva un proceso y en ese proceso aprenderás a escucharte y perdonarte.

Caminé de regreso a la casa. Llegué tarde y revisé el correo. Dentro había un sobre blanco con una frase que decía “Para mi amada Anna”.

El mundo comenzó a darme vueltas. ¿Será acaso Francisco? De verdad me escuchó. Agarré el sobre sin revisar los demás y corrí rápidamente adentro. Ya en la sala comencé a leer:

San Francisco, 30 de noviembre de 1998

Amada mía.

Desde el umbral en que me encuentro, en esta neblina entre mundos, te escribo. Este lugar, suspendido entre el ser y el no ser, me ha concedido una percepción que trasciende el espacio y el tiempo, y aunque no puedas verme ni tocarme, quiero que sepas que estoy aquí, y te escucho.

Sí, mi amor, escucho cada susurro de tu alma, cada suspiro de tristeza que escapa de tus labios en la quietud de la noche. Siento la pesadez de tu corazón, y cómo me llamas en la soledad de tus pensamientos. Quisiera poder secar tus lágrimas, abrazarte fuerte y decirte que todo estará bien, que este dolor, como todo lo demás, pasará.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.