Sr. Grisper

TERCERA PARTE: EL CLIMA

El hombre no posee el poder de crear la vida, por consiguiente, no posee el derecho a destruirla.

Me atormentan las consecuencias de mi acto, jamás debí haber escrito esa carta.

Aunque tenga tiempo de salvarla, se enterará de que fui yo el que le escribió, y eso la decepcionará aún más. Parece que yo estoy más loco que ella.

Debo detenerla antes del martes, pero tendré que contarle toda la verdad.

Estoy tan avergonzado, que explicarle la situación cara a cara, acabaría conmigo. Hablaré con su amiga y le pediré el número de Anna.

Así, esperé nuevamente en el parque, hasta que la encontré.

— Hola, disculpa. — salude a la misma joven.

— Hola, te recuerdo, eres el que estuvo buscando a Anna. ¿Qué pasó? ¿No la encontraste?

— Ah, no, no es eso. De hecho, es algo más complicado y necesito conversar con ella.

— Pero ya te dije que no viene aquí hace mucho.

— Lo sé, solo quiero su número de teléfono.

Espero que no me cuestione mucho, no necesita saber demasiado. Podría delatarme.

— ¿Eres un policía acaso? ¿O un detective?

Vaya, pregunta mucho, si sigo así, nunca me lo dará, debo generarle pánico para que me ayude.

— Ninguno, solo sé que tu amiga corre peligro. Necesito su número de teléfono.

— ¿Qué sucede? ¿Por qué está en peligro?

— Es complicado, ayúdame.

— Claro, anota rápido.

Regresé a mi casa y la llamé de inmediato desde el número de mi casa. Solo espero que no averigüe el número. (Llama a Anna)

— ¿Aló?

— Anna, amada mía. Recibí tu carta, escúchame, no lo hagas. Este lugar es muy oscuro, ni aún el alma más pura y brillante se nota, me dijeron que aquí no es un buen lugar para suicidas, por favor no te quites la vida, te extraño, pero si llegaras a cometer tal acto por mi culpa, no me lo perdonaría.

— ¿Francisco? Te oyes diferente, te entiendo, pero quiero estar contigo.

— Anna, te amo. Pero no estarías junto a mí. Hazlo por mí. No lo ha-

— Francisco, ¿hola? Amor, ¿me escuchas?

¿Se cortó la línea? Espero que con esto baste para hacerla comprender sobre su errónea decisión.

(Perspectiva de Anna).

¿Era Francisco? (suena nuevamente el teléfono)

— ¿Francisco? — pregunto rápidamente al levantar el teléfono, pero…

— Hola, ¿Anna?

— ¿Elena?

— Si, soy yo. Llamaba porque alguien me dijo que estabas en peligro ¿te encuentras bien, amiga?

— Discúlpame Elena, quién te dijo que estaba en peligro.

— Un hombre que te estuvo buscando en la universidad, al parecer sabía tu nombre, pero no tus apellidos.

No puede ser, si es lo que creo que es, ¿estoy viviendo una mentira?

— ¿Cómo era ese hombre?

— Era alto, buen porte, pero actuaba extraño. Además, que se viste como un anciano ¿Estás en problemas?

— Gracias, descuida, no estoy en peligro ni estoy en problemas. Al parecer nos hizo la misma broma, gracias por llamar nuevamente.

— Está bien, entiendo. Cuídate igualmente. Se te extraña en el salón. (cuelga el teléfono).

Estoy confundida. Francisco se le reveló a Elena, o alguien se está haciendo pasar por Francisco.

Debo estar loca. Pero tiene que haber una razón lógica o coherente que explique lo que está pasando.

Agarré mi abrigo y salí a buscar respuestas. Saqué mi libreta y comencé a escribir unos poemas.

“Pensar en ti me destruye

Y huyo de mi mente

Pero inconsciente te sigo

Y cambio de repente

Caigo en ti como siempre

Y cuando no estas

Mi vida se detiene…”

— Que hermoso poema.

Una voz me interrumpe y detrás de mí aparece la figura de aquel hombre que describió Elena. Alto, buen porte y atuendo de anciano.

— Tú no eres Francisco ¿Quién eres tú?

— Discúlpame, fui imprudente, lo cierto es que soy…

— Tú eres el impostor, el imbécil que me vio la cara de idiota. ¿Eso ibas a decir?

— No, no es e-

— Aléjate, qué clase de mangante eres, no te me vuelvas a acercar nunca más.

— Anna, espera-

— ¿No entendiste? ¿Es que aparte de imbécil eres analfabeto?

— Esta bien, me voy. Solo quería decir que lo siento.

Viernes 04 de diciembre, 1998.

Acostado en la bañera reflexiono sobre lo que hice. Pienso que tal vez es mejor que supiera toda la verdad.

Después de aquella llamada donde fingía ser el amor que un día ella tuvo, me arrepentí y fui a decirle la verdad, pero ya era muy tarde. Ella había resuelto todo por sí misma. Ahora solo me queda volver a mi rutina. (suena el timbre de la puerta).

Quién puede ser, son las 3.40 am. Me coloqué una bata y fui a abrir la puerta sin preguntar antes. Mi sorpresa fue grande cuando en tras la puerta se encontraba mi hermano, John Alexander Grisper.

— ¿Cómo has estado, Gabriel?

— John, qué haces aquí.

— Vengo para traerte este recuerdo del velorio de nuestro padre.

Era un jarrón con rosas de plástico y grabado en el jarrón decía, “Con cariño de la Familia Grisper – recuerdo de nuestro amado padre y esposo, Claudio Grisper”

— Bonito recuerdo, colócalo donde no lo vean.

— Debe sentirse grato no tener culpa.

— No tenemos la misma culpa, pero si vienes a discutir sobre eso, pierdes tu tiempo.

— Bien, vengo en paz. Solo pasaba por acá y decidí visitarte.

Suena convincente, pero no le creo nada. Él seguro vino por algo y lo voy a averiguar.

Seguro quiere que sienta un poco de culpa por no asistir al velorio de nuestro padre.

— Si tú lo dices, quédate en la habitación de huéspedes. Hay una copia de la llave en la cocina por si quieres salir. Yo iré a trabajar mañana.

— ¿Vas a trabajar mañana?

— Claro, yo descanso los martes, así que el fin de semana me la paso en el trabajo.

— Bueno. Por cierto, pasé por alto esto, pero, qué haces vestido así.

Es verdad, estoy semidesnudo con la bata puesta, pero es porque no pensé que fuera mi hermano el que estaba tras la puerta.




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