Su juguete secreto

Capítulo 1. Un trato peligroso

Alicia se paró frente al majestuoso edificio, sintiendo una ola de emoción que la inundaba a cada paso. No esperaba que la entrevista para tal puesto fuera tan estricta, casi amenazante. El edificio frente an ella parecía un castillo: vidrio oscuro, arquitectura lujosa, todo en él causaba una sensación de inaccesibilidad. Max Romano, el dueño de este negocio, era el hombre del que se rumoreaba en todo tipo de círculos. Y no los más agradables. Pero decidió arriesgarse.

Cuando la invitaron a una entrevista, Alice no podía creer su suerte. Este trabajo podría ser una oportunidad para que ella comience una nueva vida, se libere de los grilletes del pasado y se demuestre a sí misma que es capaz de más. Pero ahora, de pie en el vestíbulo del edificio del Grupo Romano, no podía quitarse de encima la sensación de haber cometido un error.

—Señorita Devereaux, por favor —la voz de la secretaria la sacó de sus pensamientos—.

Ella asintió, reunió su voluntad en un puño y entró en la oficina. Era incluso más impresionante que la sala. En el interior, reinaba el minimalismo estricto: paneles de madera oscura en las paredes, cuadros caros, sillones mullidos y una mesa de madera pulida, en la que se sentaba él, el propio Max Romano. Había una expresión de concentración absoluta en su rostro, como si no la estuviera mirando an ella, sino a un objeto invisible que sera mucho más importante.

Alicia dio un paso adelante, sintiendo que su mirada la recorría. Max Romano no parecía estar particularmente impresionado con su apariencia, pero sus ojos la evaluaron cuidadosamente.

—Has venido —dijo al fin—. Su voz era profunda y un poco fría, pero no había ironía en ella. Era el tono de un hombre acostumbrado a ser obedecido.

Alicia se estiró y trató de disimular su nerviosismo. Siguiendo con el rigor, se sentó en la silla que le ofrecieron.

—Señorita Devereaux —comenzó, sin quitar los ojos de encima—, no le haré perder el tiempo. Deberá pasar varias pruebas para comprender si cumple con los requisitos de nuestra empresa.

Alicia asintió. Esperaba que la entrevista transcurriera rápidamente. Esta era su oportunidad, y no la iba a desaprovechar.

Max Romano fue un hombre que no se olvida. Su nombre era conocido en diversos círculos: desde altos empresarios hasta personas que preferían mantenerse en la sombra. Los rumores sobre él eran diferentes, pero la mayoría coincidía en una cosa: este hombre no perdona la debilidad. Era duro, estricto y no toleraba errores. Para muchos, era el ideal del éxito. Pero no para ella.

Alicia no era el tipo de mujer que se arrojaba a los brazos del destino sin sopesar todos los riesgos. Llegó an esta oficina con un objetivo: conseguir un trabajo y ganar dinero para tener un futuro para ella y su familia. Todo lo demás es solo ruido alrededor que no merece atención.

—Bueno —interrumpió Max sus pensamientos—, comencemos.

Colocó varios documentos frente a ella, que ella tuvo que firmar. No prestó atención al contenido. Era un diseño estándar, nada inusual. Pero cuando sus ojos se posaron accidentalmente en el contrato que Max le entregó, notó un par de frases que eran un poco alarmantes.

"Subordinación a las exigencias societarias".

"Consentimiento para realizar cualquier tarea que no forme parte de los deberes oficiales".

"Conocimiento de todos los contactos personales del gerente".

Alicia se quedó paralizada por un momento, pero solo por un momento. No podía ser grave. El cargo de gerente de oficina no debería haber requerido tales condiciones "especiales". Pero su intuición le decía que no podía negarse.

—¿Has entendido mal algo? Max interrumpió sus pensamientos y su voz se volvió un poco más áspera. Se dio cuenta de su confusión.

Alicia levantó rápidamente la vista y asintió.

"No, está bien", respondió ella mientras firmaba los papeles. No sabía qué la había hecho aceptar estos términos, pero había luchado por el trabajo durante demasiado tiempo como para retroceder ahora.

Max la miró sin mostrar ninguna emoción. Cuando terminó, él recogió los documentos y los guardó en un cajón, luego la miró más de cerca.

—Muy bien, señorita Devereaux —dijo, levantándose de su asiento—. "Estás contratado".

Alicia contuvo una sonrisa. Pero una voz interior le envió una advertencia de nuevo.

Sabía que ella no se quedaría quieta. Sabía que ella buscaría respuestas, buscaría sus límites, buscaría algo que lo explicara todo. Pero Max Romano no era el tipo de persona que dejaría que las investigaciones de otras personas arruinaran su juego. Siempre iba unos pasos por delante.

"Bienvenida al equipo", le dijo, entregándole las llaves de la oficina. "Te estaré esperando el lunes".

Alicia se levantó y cogió las llaves, sintiendo que él la miraba. Sus ojos parecían brillar. Era casi como una amenaza.

Cuando se dio la vuelta para irse, su voz la detuvo.

—Señorita Devereaux... —Se volvió—. "No olvides que aquí no hay personas al azar. Todo lo que verás aquí es parte de mi juego. Recuerde esto.

Su corazón latía más rápido. Hay demasiadas pistas ocultas, demasiados misterios. Pero no iba a tener miedo. No estaba aquí para perder.

—Entendido —dijo ella, y salió, esperando que solo fuera un juego—. Pero su intuición le decía que acababa de tomar la decisión más importante de su vida.



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En el texto hay: intriga, mafia, amar

Editado: 03.03.2025

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