Alicia pasó todo el día tratando de poner en orden sus pensamientos. Se incorporó al Grupo Romano con la intención de simplemente trabajar, olvidarse de todo y hacer lo que se le pide. Pero había algo en la forma en que Max Romano la miraba. Su mirada era demasiado penetrante, demasiado segura. Y no fue solo atención profesional. Sentía que él podía ver sus debilidades como heridas abiertas, y no estaba segura de estar lista para enfrentarlas.
En los primeros días, continuó manteniendo las distancias, desempeñando sus funciones con una precisión impecable. Había mucho trabajo: preparar informes, mantener la documentación, organizar reuniones. Pero a pesar de que sus tareas eran bastante estándar, Max siempre siguió siendo el centro de su atención. Observaba cada uno de sus movimientos, su presencia se sentía incluso cuando él no estaba cerca. Todas las mañanas venía a la oficina, sabiendo que él la estaría esperando, sabiendo que necesitaba verla en acción.
Pero un día se encontró en su oficina. Había acudido a petición suya para entregarle documentos importantes y, como siempre, lo había hecho todo con rapidez y precisión. Pero esta vez algo andaba mal. Max estaba sentado en su escritorio, con los dedos revisando perezosamente los papeles. No, la estaba mirando, pero la sensación de su cuidadosa observación era imposible de ignorar. Era como si apreciara cada uno de sus movimientos, cada palabra.
—Señorita Devereaux —su voz la puso tensa—. – Tenemos un pequeño problema.
Alicia enarcó las cejas, dispuesta an escuchar. Se había acostumbrado a su tono frío, pero ahora algo en su mirada la ponía nerviosa.
–¿Qué ocurre? —preguntó, aunque adivinó que podría tratarse de otra "prueba".
Max puso el documento sobre la mesa y levantó la vista lentamente. Sus ojos se encontraron con los de ella. Por un momento, había algo casi personal en su mirada, algo que se destacaba del ambiente habitual de los negocios. Era como un reto.
—Me he dado cuenta de que no eres tan bueno en tu papel como podrías ser —dijo, sonriendo levemente—. Su voz era suave, pero había una amenaza en ella. "No entiendes lo que es este lugar. No es solo un trabajo. Esto no es solo una oficina. Este es mi territorio, y no puedes estar aquí sin que yo sepa lo que estás haciendo.
Alicia se quedó paralizada, sin esperar que él dijera tal cosa. Su rostro cambió, sintió que la sangre se escurría de sus mejillas.
—Estoy haciendo mi trabajo, Max —dijo ella, tratando de mantener la calma—. "Eso es todo lo que necesito".
Sonrió, pero no fue una sonrisa amistosa. Ella era sarcástica, como si él viera algo más que palabras.
"No estás simplemente 'haciendo tu trabajo'", se endureció su voz. "Estás aquí porque te invité aquí. Trabajas para mí. Todo lo que has hecho y todo lo que vas a hacer está conectado conmigo de una forma u otra. No puedes separarte de ella. Eres mi responsabilidad, Alicia.
Sus palabras la atravesaron como un cuchillo de hielo. No pudo evitar sentir su poder llenar todo a su alrededor, haciéndola sentir como un juguete en sus manos. Y en algún momento, se dio cuenta de que, a pesar de sus mejores esfuerzos, no era solo una trabajadora. Era parte de su juego.
—Te equivocas —dijo ella, con la voz ligeramente temblorosa, a pesar de sus mejores esfuerzos por mantener la calma—. —No soy de tu propiedad, Max.
Se acercó un poco más y su mirada se volvió aún más aguda, como la de un depredador.
—Te equivocas, Alicia —dijo con tal calma que resultaba aún más amenazadora—. "Todos somos propiedad de alguien. Tú también. Simplemente no quieres admitirlo.
El corazón de Alicia se hundió. Era como una trampa, y sentía que sus pasos se acercaban cada día más a ella. Trató de alejar este miedo, pero fue inútil.
"Max, no vine aquí para ser parte de tus juegos", respondió ella, tratando de recuperar el control.
Pero su respuesta llegó demasiado rápido, con una sonrisa fría y segura.
"Espero que entiendas que los juegos son un trabajo para mí, Alice. Él dio un paso adelante, y ella sintió que su presencia se acercaba demasiado, su aliento llenaba el aire a su alrededor. "Puedes intentar irte, pero recuerda que estás aquí porque yo quiero". Y no es solo tu elección. Esa es la mía.
Alicia sintió que su corazón latía más rápido. Ella trató de alejarse, pero él no la soltó. Max estaba parado demasiado cerca. Cada mirada que tenía, cada palabra que decía, le provocaba tal tormenta de emociones que ni siquiera podía pensar en ellas. Podía sentir cómo la tensión aumentaba, su poder, su dominio, se apoderaba de cada rincón de su mente.
Max se acercó aún más, su mano tocó su hombro, pero sin apretarla, sin forzarla. Era solo un gesto que decía más que las palabras.
—No puedes elegir, Alicia. Ya estás en el juego. Sus palabras traspasaron su alma como espinas.
Su cuerpo se tensó, no podía entender por qué estaba reaccionando tan fuertemente a su cercanía, a este control. No debería haberse sentido así. Pero era inevitable. Max Romano lo controlaba todo, incluso sus pensamientos. Y supo hacerla dudar de sí misma. Cómo jugar con sus deseos y miedos.
—Tienes que aprender a confiar en mí, Alicia —dijo en voz baja, casi afectuosamente, pero había tal dureza en su voz que ella supo que no se trataba de una petición. Esto es una orden.
Trató de liberarse de su toque, pero sintió que sus piernas se suavizaban y su respiración se acortaba.
—No quiero formar parte de este juego, Max —susurró ella, incapaz de resistirse—.
Solo se rió, y esa sonrisa estaba llena de confianza. No podía imaginar quién ganaría este juego, ella o él. Pero una cosa estaba clara: su vida ya no sería la misma.