Alicia no durmió en toda la noche. Daba vueltas y vueltas en la cama, pero lo mismo estaba frente a sus ojos: la mirada de Max antes de besarla. Sus manos, su aliento, su sabor.
"No debería haber sucedido".
Pero sucedió.
Se llevó las palmas de las manos a la cara, tratando de calmarse. Su corazón seguía latiendo con fuerza y un fuego ardía en su estómago que no podía apagarse.
Sabía que tenía que mantenerse alejada.
Pero cuanto más intentaba convencerse de ello, más se sentía atraída.
La oficina estaba en silencio.
Alice se sentó a la mesa, pero sus pensamientos eran confusos y sus dedos recorrieron automáticamente el teclado, sin darse cuenta de qué estaba escribiendo exactamente.
Ella lo sintió.
Max no había estado en la oficina desde la mañana, pero ella sabía que él estaba allí. En algún lugar fuera de los muros de este edificio.
Y él la evita.
Cuando la puerta se abrió bruscamente, Alicia se estremeció.
Máximo.
Era el mismo de siempre: un traje perfectamente ajustado, una mascarilla fría en la cara. Solo sus ojos lo traicionaron.
Estaban ardiendo.
—Ahora a mi despacho —dijo secamente—.
Ella no respondió. Me levanté y lo seguí.
La puerta se cerró de golpe, aislándolos del mundo.
Estaba de pie junto a la ventana con los puños cerrados.
Alicia cruzó los brazos sobre el pecho, tratando de mantener al menos los restos de su compostura.
"Tenemos que hablar", comenzó.
—¿Sobre qué? Su voz sonaba tensa, pero no iba a ceder ante la primera.
Se volvió.
"Ya sabes.
El fuego entre ellos se desató al instante.
—Si quieres decir que fue un error —dijo Alicia lentamente—, entonces tal vez deberías pensar por qué lo hiciste.
Max guardó silencio.
—¿O no te acuerdas?
Sus ojos brillaron.
"Lo recuerdo muy bien.
Dio un paso adelante.
Alicia sintió una descarga eléctrica que le recorrió la piel.
"Entonces dime cómo te sientes". Su voz era casi un susurro.
Max se detuvo.
Su pecho se agitaba pesadamente.
—Está mal, Alicia.
"Pero está sucediendo.
Un paso más.
Ahora solo había unos pocos centímetros entre ellos.
Alicia levantó la vista y vio una lucha en sus ojos. Pero con él viene el deseo.
Enorme. Arde.
"Dime que no quieres eso", desafió.
Sus dedos se cerraron en puños.
Y en el segundo siguiente, estalló.
Max la agarró de la muñeca y la atrajo hacia él.
Sus labios la cubrieron con una codicia que le quitó todo el aire de los pulmones.
Ella no se resistió.
Este beso era fuego, tormenta, algo indomable.
Alicia gimió mientras sus manos se deslizaban sobre su cuerpo, apretándola, acercándola más, como si temiera que ella desapareciera.
No pensaron.
No analizaron.
Simplemente sucumbieron a esta locura.
La elevó sobre la mesa, sus labios encontraron su cuello, haciendo que ella se arqueara hacia ella.
Ella jadeaba, sus dedos se enredaban en su cabello.
—Max —jadeó—.
Se detuvo.
Él la miró.
—Dime lo que quieres —su voz era ronca, baja, casi bestial—.
Alicia lo miró a los ojos.
"Lo quiero".
No pudo contenerse más.
La noche era larga.
Estaban encadenados por un fuego que no podía ser extinguido.
Y ambos sabían que no había vuelta atrás.