Corría la caballería federal a todo galope, a través del valle, haciendo que la tierra se estremeciera y el eco de las zancadas de los caballos se pudiese escuchar a kilómetros de distancia. Se elevaba el polvo, subiendo al cielo y confundiese con las nubes que rodeaban la luna llena. Cabalgaban por una ladera, dirigiéndose directamente a la casa de Alma donde al fin se detuvieron a unos cuantos metros de la entrada. Alma despertaba después de escuchar a los caballos deteniéndose afuera de su casa. Se levanto y brinco de la cama, después se acercó corriendo a la ventana y subiéndose a una silla, corrió las cortinas y a través del cristal vio a su papá saliendo de la casa vestido con su uniforme militar, acercándose a hablar con el capitán quien lo esperaba montado a caballo junto con el resto de la caballería.
El corazón de Alma se aceleró, sintió que un escalofrió recorría todo su cuerpo. Congelándose de rodillas en la silla y con sus manos recargadas en el cristal de la ventana veía la silueta de su papá hablando con el capitán quién le traía noticias urgentes del frente. Alma abrió los ojos lo más que pudo, y oprimiendo su mano contra el cristal, dijo “Papá” mientras las lágrimas brotaban de sus ojos, se giró alejándose de la ventana y bajo de la silla de un brinco, después salió corriendo con todas sus fuerzas con dirección al patio. Vestida en batón, atravesó el patio y el zaguán con sus pies descalzos, hasta que salió de la casa, tan solo para darse cuenta que ya era demasiado tarde, pues su papá ya se alejaba cabalgando a todo galope detrás de la caballería con dirección a las colinas. Alma corrió con todas sus fuerzas y con sus pies descalzos sobre la tierra pedrosa sin importarle que sus pies se lastimarán. Leonora estaba a medio camino viendo con sus manos pegadas al pecho y con lágrimas en los ojos, a su esposo alejándose en el horizonte, cuando de pronto, Alma paso corriendo junto a ella como una ráfaga imparable. Leonora comenzó a perseguirla para detenerla.
--¿A dónde vas papá? ¿A dónde vas? —gritaba Alma una y otra vez mientras lloraba y corría con todas sus fuerzas persiguiendo a la tropa que se perdía como polvo en el viento.
Debido a sus pies pequeños, tropezó, cayendo de rodillas al suelo. A pesar de la caída, intento ponerse de pie, pero Leonora al fin la alcanzaba para sujetarla y no dejarla levantarse.
--¡No te vayas, papá! ¡No te vayas! —gritaba Alma desagarrándose la garganta mientras Leonora la mantenía aferrada con sus brazos.
Al fin la caballería se perdía entre la comisura de las líneas de las montañas y el reflejo del alba. El sonido del trote de los caballos se silenciaba dejando a su paso las voces del viento que traía consigo un velo de polvo el cual cubría a mamá e hija que yacían sentadas, abrazadas y llorando a mitad de aquel camino de tierra donde se habían plasmado las huellas de las herraduras de los caballos del ejército federal.
--¿Por qué? —gritaba, Alma.
El viento soplaba cubriéndolas a ambas del polvo del olvido. Mientras permanecían sentadas sobre la tierra contemplando al hombre que más amaban en su vida alejarse sin saber hasta cuando lo volverían a ver.