Sueño De Una Luna De Estambre

7

La clase de poesía era la preferida de Alma, pero a pesar de eso ese día se sentía cansada y adormecida.

El salón de clases era un salón totalmente de niñas. La maestra anotaba sobre el pizarrón un poema de Sor Juana Inés de la Cruz. Después busco voluntarias para que leyeran el poema. Una niña se ponía de pie y recitaba el poema en voz alta. Alma escuchaba y miraba hacía el pizarrón haciendo un esfuerzo por mantenerse despierta. La maestra recorría las filas de las butacas vigilando que las niñas pusieran atención y no estuvieran haciendo alguna travesura.  Pasaba a un lado de la silla de Alma sin percatarse de que esta estaba somnolienta, a punto de dormirse con la barbilla recargada sobre la palma de su mano y el codo recargado sobre la mesa. La maestra regresaba a pararse al frente de la clase para elegir a otra niña que continuará con la lectura del poema. Otra niña se ponía de pie y leía mientras la maestra volvía con su vigilancia entre las filas de las butacas. Todas las niñas se encontraban haciendo otras cosas menos siguiendo la lectura del poema. Alma continuaba haciendo lo posible por no dormirse, el sueño le caía sobre los ojos, sintiendo como si le cayeran dos losetas de concreto sobre sus parpados. El peso fue tanto que el sueño la venció haciendo que se quedará dormida sobre la palma de su mano. La maestra se encontraba sentada detrás de su escritorio escuchando la recitación, cuando de pronto en todo el salón comenzaron a escucharse unos fuertes ronquidos. De inmediato todas las niñas rieron y se giraron hacía donde se encontraba Alma. En ese momento la maestra se encolerizo, tomando una regla y poniéndose de pie dio una serie de reglazos contra el escritorio para acallar las carcajadas de las niñas. Todas guardaron silencio por miedo a que usara la regla contra alguna de ellas. La maestra se acercaba a Alma mientras las niñas se agazapaban contra las mesas de sus butacas. Algunas mascullaban entre risas y la maestra daba de gritos para que guardaran silencio. Finalmente, la maestra se paró frente a Alma a quien observó durmiendo profundamente y roncando interrumpiendo su clase.  Pronunció su nombre en varias ocasiones para ver si así despertaba, pero estaba tan profundamente dormida que no escuchaba a la maestra diciendo su nombre. Las niñas reían y la maestra les gritaba para que guardaran silencio. Las niñas se acallaban mientras volteaban disimuladamente a ver a Alma quién continuaba dormida hasta que su mentón se deslizo por su palma y cayo con su frente pegándose directamente contra la mesa; fue hasta entonces que despertó. Las niñas rompieron en risas y carcajadas y la maestra sumida en colera grito con todas sus fuerzas para silenciar el salón. Dio otro reglazo, esta vez en la mesa de Alma haciendo que brincara del susto y al fin desapareciera su somnolencia. Indignada, la maestra comenzó a regañarla.

--¿Acaso le aburre mi clase, señorita? —le preguntaba la maestra a Alma.

--No madre—contestaba Alma, mientras se tallaba los ojos con las manos. Sintiéndose aún con sueño además de confundida y desorientada.  

--¿Entonces le aburre Sor Juana?

--No madre.

La maestra estaba anonadada con el comportamiento de Alma, ya que era una alumna sobresaliente y nunca le había dado un solo problema. Era una estudiante puntual, trabajadora, respetuosa, con un promedio académico sobresaliente y sobre todo una magnifica poeta. La maestra se sentía asombrada al verla durmiéndose en su clase. Por un momento pensó en darle un castigo severo, pero también considero su buen comportamiento, así como sus notas académicas, por lo tanto, la maestra decidió no ser tan rigurosa y solamente la castigo dejándola en el salón después de clases realizando cincuenta planas de: “No debo dormir en clases”.

En la salida de la escuela Leonora llegaba en coche para recoger a Alma como todos los días lo hacía, pero ese día fue diferente ya que Alma no salía de la escuela. Leonora impacientada después de esperarla por unos cuantos minutos, decidió entrar a la escuela a buscarla. Al entrar, se acercó con la monja que cuidaba la entrada para preguntar por su hija. La monja la llevo al salón donde Alma estaba castigada escribiendo las veinte planas mientras la maestra se encontraba cuidándola sentada desde su escritorio. Leonora no podía creer que su hija estuviera castigada, era la primera vez que le pasaba. La maestra se acercó a hablar con ella invitándola a que pasara a la oficina de la madre superiora para que pudieran hablar discretamente sobre Alma.

Estando en la oficina de la madre superiora. La maestra les explicaba la razón por la que había castigado a Alma. La madre superiora se encontraba un tanto despreocupada, desestimando el castigo. Por su parte, la maestra aún se sentía indignada haciendo lo posible por convencerlas de la falta grave de Alma. Leonora, al escuchar que su hija se había quedado dormida en el salón durante la clase de poesía, la hizo preocuparse. La maestra traía consigo la boleta de las calificaciones de Alma la cual le entregó a la madre superiora y después a Leonora para que la analizaran. La maestra les explico a ambas el repentino cambio en el desempeño académico de Alma el cual iba a la baja. La madre superiora se mostraba muy serena. En cambio, la preocupación de Leonora se volvía cada vez más intensa hasta volvérsele una inquietud que no pudo soportar más. La maestra y la madre superiora le explicaban que ellas también se encontraban preocupadas por Alma. Sabían que era una alumna excelente y reprenderla sería muy injusto de su parte; fue cuando Leonora decidió romper el silencio y con un nudo en la garganta hablo sobre el problema de insomnio que Alma estaba pasando debido a la ausencia de su padre. Ambas monjas se mostraron consternadas al saber las razones por las que Alma había dejado de ser tan buena estudiante. El desconcierto de ambas monjas fue tal al ver a la pobre mamá llorando desmesuradamente frente a ellas haciendo lo posible por limpiarse las lágrimas con un pañuelo, que se quedaron sin argumentos entendiendo lo grave de la situación. La maestra se excusó con Leonora pidiéndole una disculpa y hasta sintiéndose culpable por haberla hecho llorar. Era inevitable que Leonora llorara, pues se sentía impotente de poder consolar a su hija y ayudarla a sobrellevar la ausencia de su padre. Las monjas se miraban una a otra sin saber que hacer o decir. Permanecían apenadas contemplado a la pobre Leonora que no dejaba de llorar. La madre superiora trato de tranquilizarla diciéndole que ya no presionarían a Alma y que ellas también harían lo posible por brindarle apoyo. Después recomendó que las clases de arte tal vez serían una buena terapia para Alma. Esto hizo que Leonora dejara de llorar. La madre superiora le explico que en el colegio estaban por abrir una clase de pintura. Al principio, Leonora se mostró un tanto adversa a creer que la pintura podría ayudar a Alma, pero fueron las monjas quienes la convencieron de que una actividad extracurricular podría ser lo adecuado para que superara sus problemas emocionales. Leonora lo considero por un segundo. Terminaron de hablar y Leonora salió dándole las gracias por tomarse el tiempo y la importancia para hablar de su hija. Salió de la oficina de la madre superiora prometiéndoles que hablaría con Alma para convencerla de tomar las clases de pintura.  



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En el texto hay: drama, magia, romance amor

Editado: 31.08.2022

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