Sueño De Una Luna De Estambre

11

Venía la caballería rebelde cabalgando como auténticos energúmenos. Bajaban alineados y a montones de las montañas por laderas sinuosas. Desde lejos lucían como siluetas confundiéndose entre los árboles. Trotaban los caballos furiosos levantando enormes nubes de polvo. Al llegar a las faldas de las colinas se dispersaron volviéndose como un grupo de hormigas asesinas. Por momentos desaparecían entre los relieves, para volver a aparecer brincando como olas en el campo. Los caballos brincaban troncos, rocas y cualquier obstáculo que se les pusiera enfrente. La caballería se alineaba y su trote sonaba como la revolución de las ruedas de una locomotora. Los rebeldes vislumbraban el cuartel donde se resguardaba el ejército federal al cual se dirigieron a toda velocidad, listos a atacar.

La campana de aviso sonó, haciéndome despertar. Me erguí con mis ojos muy abiertos. Mis pupilas estaban dilatadas, tragaba grandes bocanadas de aire, respiraba agitadamente y sudaba de la frente. En mi rostro se dibuja el temor y el pánico los cuales me helaban para quedarme congelado sobre mi cama. Un compañero del que no recuerdo su nombre se acercó a sacudirme y despertarme pues yo sentía que aún soñaba y que esto solo se trataba de una pesadilla. Pero no era así.  

--¡Ya están aquí!  

Lo rebeldes nos habían encontrado. A pesar de que me desperté y me levanté, continué congelado. No supe si fue el miedo o la adrenalina lo que me obligo a ponerme de pie. Pero así lo hice. Me coloque ambas botas. Tomé mi carabina tipo wínchester, la cual estaba colgada en la pared, entonces salí corriendo junto con los demás soldados.

Los rebeldes ya se encontraban afuera del cuartel. Cabalgaban dando vueltas creando una revuelta a un costado del portón de la entrada del cuartel. Desenfundaban los revolver y las carabinas. Gritaban y disparaban balas aire.  Unos cuantos rebeldes desmotaban para acercarse al portón e intentar derrumbarlo a culatazos. Desde arriba un par de vigías les disparaba. La caballería rebelde se dispersó para esquivar las balas. Los rebeldes, desmontaban y corrían a ocultarse detrás de los árboles y las rocas, otros hicieron la función de carne de cañón, cabalgando frente a la entrada para distraer a los vigías.

Salí corriendo al patio donde los federales corrían de un lado a otro. Algunos corrían en dirección a la azotea. Otros corrían para alcanzar un lugar donde esconderse. Se escondían detrás de los pilares, de los muros o de cualquier lugar que encontraran.

Algunos rebeldes a caballo caían al suelo por los disparos. Pero los que iban a pie lograron matar al par de vigías. Antes de que salieran más federales corrieron a pie encendido antorchas hasta acercarse al portón al cual le prendieron fuego. El portón empezó a arder lentamente, poco a poco las llamas ardían consumiendo la madera. Salían más soldados federales corriendo por la azotea del cuartel, para posicionarse detrás del paredón donde se ocultaban para protegerse de las balas enemigas. Sin embargo, el repliegue fue útil. El portón ya caía hecho cenizas. Algunas llamas cayeron sobre los federales obligándolos a retroceder. A pesar de que la puerta había caído aún quedaban restos de madera incendiándose los cuales caían desde lo alto. Aun así, los rebeldes entraron a caballo atravesando el umbral rodeado por las llamas. Parecían como los jinetes del apocalipsis saliendo por las puertas del infierno departiendo balazos a diestra y siniestra. El primer rebelde que entro a caballo cayo de inmediato al recibir los disparos de unos cuarenta hombres. Otros rebeldes entraban a pie quienes también caían uno tras otro, pero esto les dio tiempo suficiente para que entrara el resto de la caballería quienes empezaron a cabalgar por todo el patio derribando a federales como a peones en el ajedrez. El general guiaba el ataque, atravesando el patio central, dando de gritos y disparos. El resto de la caballería lo seguía. Algunos rebeldes caían del caballo al recibir balazos en el pecho. Los caballos salían corriendo del cuartel. Pero el general apoyando por varios de sus hombres lograron matar a varios federales. Las tropas intercambiaban disparos. Las balas lucían como enormes enjambres de abejas volando de un lado a otro. Un soldado federal se acercaba corriendo y lograba bajar a un rebelde de su caballo y al cual le dio un culatazo en el rostro. Algunos caballos pisoteaban los cuerpos de ambos mandos al tratar de escapar. Finalmente, la lluvia de balas logro herir al caballo del general rebelde provocando que se elevara y lo tumbara cayendo sobre su cuello y muriendo en medio del patio central del cuartel junto a los cuerpos de sus demás hombres. Por un momento ganábamos en número, pero de pronto entraron más refuerzos. Yo me protegía detrás de un pilar. Disparaba con mi carabina a cualquier rebelde que se me cruzara por enfrente. Disparaba mecánicamente invadido por el pánico y los nervios. Aunque me temblaban las manos lograba acertar mis disparos. Mate a varios hombres viendo como caían del caballo o simplemente cayendo de bruces al suelo. Otro compañero se acercó a protegerse a un costado mío. Me apoye espalda con espalda con él. Por un momento logramos repelar el ataque de los rebeldes. De pronto mi carabina se quedó sin balas. Entonces la lance al suelo y desenfunde mi revólver. Continue disparando. Pero una bala voló atravesando todo el patio para incrustarse directamente en el pecho de mi compañero quien caía al suelo. Deje de disparar al percatarme de que el chico había sido herido. Me arrodillé y lo tomé entre mis brazos. Cuando lo tenía con su cabeza apoyada en mis piernas vi como emanaba de sangre a borbotones de su boca y pecho. De pronto me le quede mirando fijamente. Me miré reflejado en sus ojos y por mi mente empezó a transitar el recuerdo de aquella noche en que hablé con él, antes de dormir. Ambos nos contábamos nuestras vidas y nuestros sueños. El joven soldado esa noche me hablo sobre su esposa y sus hijos. Era padre de un niño y una niña. Y esa noche él me mostraba la fotografía desgastada, amarillenta y agrietada de su hija que guardaba todo el tiempo en el bolsillo izquierdo de su camisola. Vi la fotografía y comencé a pensar en ti. Entonces yo también le contó sobre ti. Ambos concordamos en que extrañábamos a nuestras familias y que nuestro mayor deseo terminando la guerra sería regresar a casa y estar con ellas. Pero el sueño de aquel joven se veía truncado por aquella herida que le arrebataba la vida.



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En el texto hay: drama, magia, romance amor

Editado: 31.08.2022

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