Sueño De Una Luna De Estambre

16

Vi el pasillo de los separos. El techo goteaba y las paredes se desmoronaban. El pasillo estaba oscuro. No había una sola luz que iluminara la prisión. En el fondo había una puerta de acero la cual se abría. Y en el umbral de la puerta aparecí yo como una silueta difuminada. Con mis manos esposadas, mi cabeza agachada y mi postura decaída. Iba acompañado de dos soldados que me empujaban tras intentarme resistir, pero no me quedo de otra que entrar al pasillo. Ahora sabía que por lo menos no me iban a matar. Me pregunte “¿Por qué me aprisionaban?” “¿Qué era lo que querían de mí?” Los dos soldados me llevaban a empujones por aquel angosto pasillo. Vi los separos donde no había presos. Los barrotes pasaban frente a mi mirada. Volví a bajar mi cabeza y por un momento aquellos hombres empezaron a llevarme a arrastras hasta el fondo del pasillo. Uno de los hombres saco unas llaves. Abrió la reja de la última celda. Al fin me quitaron las esposas, después mire a los hombres, uno seguido del otro. Uno de ellos masticaba como si fuera una vaca. El otro me miraba detenidamente. Sentí el despreció, el rechazo y el asco en la mirada de ambos. Voltee hacía donde estaba la celda la cual no era más que un hoyo de piedra, con paredes agrietadas por el tiempo, el piso de concreto, un valde grande y otro pequeño con agua negra. Me quede sin moverme viendo ese oscuro hueco, esas cuatro paredes inamovibles que más que una simple celda parecía un calabozo. Los hombres ni siquiera me dieron tiempo y uno de ellos con un violento empujón me mando a caer al suelo sobre mi pierna dentro de la celda para luego cerrarla con llave. Me levante rápidamente sin siquiera dolerme de la caída. Me aferre a los barrotes como si fuera sansón y con mi fuerza los pudiera tirar. Pero yo no era más que un simple preso. Una piltrafa escuálida, un animal enjaulado y asqueroso ante los ojos de esos dos hombres que me veían al otro lado de la reja sintiéndose imperiosos al verme tan débil y vulnerable mientras escuchaban mi respiración como la de un cachorro asustado, embadurnado con tierra y sudor, con mis pupilas dilatadas, mis dientes apretados y mis cabellos cayendo sobre mi rostro. Los soldados se retiraron, cerrando la puerta de acero de la entrada a los separos. Me dejaron complemente solo. Solo estaba yo y mis pensamientos. Baje mi cabeza para mirar el piso. Las gotas de sudor escurrían por mi rostro hasta caer en el concreto. Me di cuenta que ni siquiera había hormigas, cucarachas o mosquitos. Estaba completamente al abandono. Desolado y lanzado a mi suerte. Me separe de los barrotes, levantando mi rostro tan solo por un momento para acercarme caminando lentamente a una esquina oscura de la celda donde me deje caer al suelo lentamente. Me lleve ambas manos a cubrirme el rostro las cuales baje lentamente para ver mis ojos llenos de angustia y pánico. Empecé a temblar de pies a cabeza, pensando en cientos de cosas. En mi casa. En mi vida. En mis padres, en mis amigos, en mi esposa, pero sobre todo en ti. Pero todo eso ya no existía ahora solo existía yo debajo de cuatro muros de concreto envuelto en la oscuridad, llorando a chorros, dando de gemidos, tirado en el suelo, bañado en suciedad con mi rostro pegado a aquel pequeño balde de agua verdosa en el que flotaban moscas muertas. Estaba completamente disminuido por la oscuridad y la opresión asfixiante de aquella celda. Lo único que pensaba era: “¿Acaso volveré a salir?” “¿Cuánto tiempo estaré aquí?” “¿Volveré a ver la luz?” “¿Te volveré a ver?” todo aquello que amaba estaba obstruido por cuatro paredes, oculto tras migajones de tierra, separado del mundo entero por un muro.



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En el texto hay: drama, magia, romance amor

Editado: 31.08.2022

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