Durante varios meses Leonora estuvo escribiendo una carta por semana firmadas a nombre de Gabriel. Esto lo hacía mientras Alma se encontraba en el colegio. Lo hacía siempre en su alcoba con solo una vela encendida, asegurándose de que las cartas lucieran un tanto maltratadas, para esto a veces vertía tinta, café o agua para cambiar la tonalidad y la textura de la carta y que de esa forma se viera más convincente. En dichas cartas Gabriel (o sea se Leonora) escribía sobre las misiones que llevaba a cabo junto con el ejército federal. A veces se extendían hasta las seis páginas, contando sobre batallas que duraban días, con enormes ejércitos, callones y disparos o viajes por el desierto y ciudades lejanas. A veces solo eran de media hoja donde escribía sentimientos de afecto. Leonora inventaba sucesos como ataques, emboscadas, lugares, personas. Que supuestamente Gabriel conocía y vivía. En todas las cartas se aseguraba de escribir frases de amor y cariño. Y jamás se olvidaba de firmarla con el “Te ama tu padre” era un detalle que hacía que Alma se sintiera más cercana a lo que las cartas decían. A veces a Leonora se le acababan las ideas y para inspirarse tomaba uno que otro libro y copeaba algunos sucesos, aunque sabía que Alma leía mucho se aseguraba de alterar las partes de los libros que copeaba para que no tuvieran similitudes. A veces también le pedía ayuda a Rita que además de ella era la única que lo sabía. Aunque Rita sentía que era un engaño estuvo de acuerdo con su patrona al notar que Alma ya no lloraba. Juagaba como antes, a la rayuela, al escondite o a saltar la cuerda. Pintaba y dibujaba soles, arboles, a su mamá, a Rita y por su puesto a su papá. Reía y jugaba como la niña risueña y alegre que antes era. Recuperaba esa vigorosidad infantil con ganas de correr y jugar. Volvía a leer y a escribir poesía con el esmero con el que antes lo hacía. Sobre todo, dormía tranquilamente. Ya no sufría de insomnio. Ni despertaba llorando en las noches. Las pesadillas en las que veía a su padre corriendo habían desaparecido. Por su parte Leonora y Rita también sentían los resultados pues también descansaban al no tener que atender a la niña durante las madrugadas. Ya no sufrían por verla llorar. Rita finalmente podía realizar sus labores y su quehacer sin preocupaciones. Leonora ya no vivía con la impotencia y la angustia de ver sufrir a su hija. Al fin aquella alegría que se había perdido en la casa regresaba como un rayo de sol en medio de un oscuro bosque. Lo único que tenía que hacer Leonora era seguir escribiendo cartas a nombre de Gabriel. Aunque había dado resultados y la niña estaba convencida de que su padre estaba bien y que tarde o temprano regresaría a Leonora no la dejaba en paz la idea de que algún día Alma tendría que saber la verdad. Pues no podría mantenerla engañada para siempre. Quizás ella misma lo descubriría. Quizás superaría la pérdida de su padre, pero: ¿En cuánto tiempo?