Eran las cinco de la madrugada, Jaime estaba recostado en su cama, en ropa interior, fumando un cigarrillo, con su brazo recargado en su frente. Su alcoba era pequeña, con piso de madera, paredes agrietadas, y con cucarachas deambulando por el piso y las paredes. Los únicos muebles que había eran una mesa y una silla de madera, un armario pequeño destartalado, una lampara de pie y su pequeña cama individual. Jaime permanecía pensativo mirando hacía el techo como si viera el cielo a través del concreto. Se ponía de pie. Caminaba descalzo sobre aquella duela astillada, para colocarse en una pequeñísima ventana por la que apenas y se podía asomar. Miraba la calle empedrada, completamente solitaria y sumida en la oscuridad de la noche. Fumaba para aliviar esas terribles ansias que lo torturaban. Se había convertido en un sonámbulo, que no podía hacer otra cosa durante las noches más que caminar por toda la alcoba. Daba enormes fumadas a su cigarro lanzando el humo al aire tan solo para seguir fumando y sacando humo como si fuera un auténtico chacuaco. Esa noche se quedó sobre la ventana, hasta el amanecer terminando de fumarse una cajetilla entera de cigarrillos.